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OPINIÓN: Cifras alegres pero desarticuladas, el desarrollo social en México

Uno de los problemas más relevantes del diseño de las estrategias y los programas en torno al apartado del IV Informe de Gobierno, 'México Incluyente', es su falta de articulación.
vie 09 septiembre 2016 06:31 PM
Sin articular
Sin articular El desarrollo social adolece de estrategias con diseño claro y de largo plazo, que permita a las familias superar sus carencias y vulnerabilidades a partir de un vínculo claro con el sector productivo.

Nota del editor: Gustavo López Montiel es profesor de Ciencias Políticas en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores Monterrey. Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de su autor.

(Expansión)— El IV Informe de Gobierno que presentó el presidente Enrique peña Nieto, tanto al Congreso de la Unión como en el mensaje que dio a un grupo de jóvenes en un evento interactivo , deja mucho que desear en el aspecto de desarrollo social.

No únicamente no se nota imaginación en la forma en la que el desarrollo social se ha tratado durante los últimos años, sino que incluso aquello que parece hasta cierto punto novedoso como la construcción de la estrategia de la Cruzada contra el hambre, parece estar ubicado en el contexto de una inercia del funcionamiento de programas, que en su mayoría se han instrumentado a lo largo de varios sexenios, sin dejar de ser esfuerzos aislados, pero que no atienden en su conjunto variables que pueden impactar en el largo plazo, la forma de vida de las y los mexicanos más desfavorecidos.

Si las cifras encontradas en el informe son reales, la pregunta que surge es: ¿y por qué no hemos revertido las condiciones de pobreza de casi la mitad de la población en México? En este sentido, este análisis va en dos dimensiones, el documento oficial del informe y el evento mantenido con jóvenes.

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En realidad, lo que cuenta es el documento presentado, pues ahí se relacionan las metas planteadas y los avances que ha habido hasta el momento. En ese sentido, el informe parece una lista de cifras alegres que, en el mejor de los casos, nos deja ver que no hay mucha imaginación para comunicar la consistencia de avances, más allá del trabajo cotidiano movido por la inercia institucional. En una primera instancia, podemos ver en general metas y reportes de avances acumulados desde 2013 hasta 2016, lo que no nos permite una valoración sobre los avances reales a lo largo del último año, aunque en general se mencionan avances en comparación con el sexenio anterior.

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Resulta discutible, por ejemplo, las cifras acumuladas sobre rezago educativo y carencia de servicios de salud, pues no quedan claras las condiciones bajo las cuales se incorporaron el millón de estudiantes a la educación, ni los más de diez millones de personas al sistema de salud, tanto al Seguro Popular como al IMSS, pues únicamente se mencionan como logros y no la forma en que se consiguieron, más aún, ¿con qué dinero el IMSS financiará la incorporación de casi seis millones de personas?

Uno de los problemas más relevantes del diseño de las estrategias y los programas en torno al apartado de México Incluyente, que se refieren a derechos sociales, es su falta de articulación. Si se quiere generar un impacto real en la condición de vida de las personas, no se deben ubicar los distintos espacios de desarrollo como si fueran aislados, sino como parte de un mismo sistema de variables que permite avanzar en las condiciones de vida de las personas. Eso no se aprecia en la forma en que se está tratando el desarrollo social. Como ejemplo, se asume que mayor nutrición, a través de los desayunos escolares, las tiendas de Diconsa, etc., derivará en mayor logro educativo, lo cual puede ser cierto, siempre y cuando se vincule al desarrollo de otras variables. Es importante que haya mecanismos de nutrición, pero también que se vinculen con mejores condiciones de alimentación en las familias de los niños, ya no digamos con mecanismos de salud, higiene, caminos, transporte, etc., pues de otra manera los esfuerzos se mantienen aislados y con escaso impacto real.

Es posible que las metas se cumplan al final del sexenio, pero no es seguro que ese cumplimiento cambie realmente y de fondo la forma de vida de la población que se ubicó como objetivo, porque tampoco hay un vínculo con dimensiones que permitan a las personas no únicamente paliar sus carencias, sino superarlas a partir de su incorporación a los espacios productivos para mejorar su ingreso y la calidad del mismo, de manera permanente.

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Por otro lado, el presidente generó un reality show con jóvenes para mostrarse cercano a los reclamos o inquietudes de diversos sectores sociales, replicando el experimento hecho por Eruviel Ávila en el Estado de México, aunque también recordamos los encuentros de Barack Obama con diversos grupos sociales en su campaña de 2008. Si bien hubo preguntas sobre aspectos de desarrollo social, no alcanzaron a servir de base para que el presidente articulara un discurso que, más allá de alguna cifra alegre, permitiera ver una orientación clara sobre lo que se busca hacer hacia el final del sexenio en el sector.

Si el documento no muestra una articulación clara, el discurso presidencial no fue mejor ni más consistente. Más allá de repartir satisfactores a la primera provocación, como en una campaña de posicionamiento permanente, quedó claro que el desarrollo social adolece de estrategias con diseño claro y de largo plazo, que permita a las familias superar sus carencias y vulnerabilidades a partir de un vínculo claro con el sector productivo, para potenciar su desarrollo y no elevar artificialmente su ingreso sin la generación de capacidades, que sirvan de base para incrementar su calidad de vida.

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