OPINIÓN: ¿Quién tendrá un final feliz una vez renegociado el TLCAN?
Nota del editor: Alfredo Coutiño es director para América Latina en Moody’s Analytics. Síguelo en su cuenta de Twitter @AlfredoCoutino. Las ideas expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.
(Expansión) — A raíz de que Estados Unidos optó por iniciar pláticas de renegociación del TLCAN -en lugar de retirarse del acuerdo– cierto optimismo se ha esparcido en ambos lados de la frontera. Sin embargo, el iniciar pláticas y llegar a un acuerdo no asegura un final feliz para todos. En el neto, la ganancia de uno tendrá que venir de la concesión del otro. Entender la filosofía trumpista detrás de la renegociación comercial permite delinear posibles escenarios.
La tan esperada notificación del ejecutivo estadounidense al Congreso de sus intenciones de entrar en un proceso de renegociación del TLCAN no solo despejó una gran duda sino que incluso puso eufóricos a muchos. Sobre todo porque dicha notificación oficial reduce al máximo el riesgo de una reacción impulsiva del presidente Trump de querer retirarse del acuerdo comercial sin antes haber intentado renegociarlo.
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En México, los mercados ya han apostado a un acuerdo comercial renegociado y sin mayor impacto negativo para el país. Incluso, las autoridades mexicanas han hablado de una renegociación con un resultado de “ganar ganar” para todos, así como también han insinuado que a México no le conviene una negociación en donde se obtiene menos de lo que ya se tiene. Es decir, negociar para perder parte de lo que ya se tiene podría resultar no negociable. Habría que ver cómo se maneja el resultado final.
Es casi seguro que las pláticas de renegociación se inicien –posiblemente hacia finales de agosto– y también es probable que se llegue a un acuerdo final, aunque no hay que olvidar que el diablo se aparece en cualquier momento. Descartando que Estados Unidos se retira del acuerdo durante las pláticas, y que México tampoco lo hace, es posible prever que el resultado final beneficiará a Estados Unidos más que a México.
Dado que México pierde más sin TLCAN que con un acuerdo, como sucedió con el reciente acuerdo azucarero, el país tendrá una mayor disposición a negociar que a retirarse, y ello conlleva a tener que dar concesiones. El gobierno estadounidense sabe de ello, pero también tiene muy claro el motivo por el cual quiere renegociar el acuerdo comercial. Los negociadores y gobierno mexicano no deben olvidar que a Trump lo mueve un solo motivo para aceptar renegociar y peleará por ello.
El motivo principal –por el cual Trump atacó al TLCAN y por ello ha aceptado renegociarlo– es la idea de que el acuerdo comercial es culpable de una parte importante del creciente desequilibrio comercial estadounidense. Su filosofía detrás de la renegociación es que el déficit comercial de Estados Unidos con México debe reducirse , a través de lo que él llama un “comercio justo”. El equipo estadounidense llegará a la mesa de negociación con la firme intención de lograr un acuerdo que reduzca el déficit comercial con México. Así de claro es el asunto para ellos.
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Para lograr un acuerdo que reduzca el déficit comercial estadounidense con México se necesita un solo requisito: que las compras que hace México de bienes estadounidenses crezca a una velocidad mayor de lo que crecen las ventas de México a los Estados Unidos. Es decir, dicho déficit solo se puede reducir si las importaciones mexicanas provenientes de Estados Unidos crecen a una mayor tasa de lo que crecen las exportaciones mexicanas al vecino del norte. La aritmética trumpista es muy simple y sencilla y su equipo negociador no necesita ser experto en comercio internacional.
Lo extraordinario de ese argumento para reducir el déficit estadounidense es que México no necesariamente tiene que sacrificar su volumen de exportaciones, y es allí donde radica la belleza de dicha estrategia. Existen tres casos para llevar a cabo lo que Estados Unidos pretende, en dos de ellos nadie saldrá enojado. Primer caso: Estados Unidos permite que México siga exportando como hasta ahora lo ha hecho (no se ponen impuestos ni barreras), a cambio de que México le compre a Estados Unidos a una tasa de crecimiento suficientemente mayor a lo que exporta. Este escenario resultaría aceptable para los negociadores mexicanos.
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Segundo caso: Estados Unidos no solo no impone barreras a las exportaciones mexicanas sino que incluso permite que México exporte más, a cambio nuevamente de que México importe mercancías estadounidenses a una tasa de crecimiento suficientemente mayor al de las exportaciones. Este sería el escenario con el que los negociadores mexicanos saldrían satisfechos y podrían vender de mejor manera en el país, incluso destacándolo como todo un “éxito negociador”.
Tercer caso: con una mayor probabilidad de ser descartado por ambas partes, Estados Unidos impone reducciones a las exportaciones mexicanas, aunque no obliga al país a comprar más. Sin embargo, México podría tomar medidas similares contra las importaciones estadounidenses, lo cual llevaría a una situación de efecto nulo o negativo para los dos países. Incluso este escenario podría orillar a una situación en el que los dos países regresan al esquema arancelario de la OMC.
En términos de capital político, tanto para Estados Unidos como para México el segundo escenario es el ideal, ya que se vendería en los dos países como “un gran triunfo” de las dos administraciones. En Estados Unidos, Trump alegaría que su liderazgo político cumplió con la promesa de lograr un acuerdo más justo y que reduce el déficit comercial con México. En México, el gobierno anunciaría un acuerdo que no solo reivindica la defensa de la soberanía comercial, sino que incluso resulta positivo para el país porque no reduce sino aumenta las exportaciones al mercado estadounidense. Es decir, en ambos lados se usaría la retórica de un acuerdo comercial de “ganar ganar”.
En términos económicos, el ganador sería Estados Unidos porque, efectivamente, el acuerdo logrado (segundo caso) le permitiría reducir el déficit comercial con México, una total reivindicación de una de las grandes promesas de campaña trumpista.
Ciertamente, el comercio total entre los dos países sería mayor. Sin embargo, México perdería ingresos netos por comercio con Estados Unidos, ya que el superávit que ahora mantiene tendería a reducirse a medida que el país compra a mayor velocidad de lo que vende a Estados Unidos.
Un efecto colateral sería que México no reduciría su dependencia comercial del mercado estadounidense y que la economía continuaría sujeta a las alzas y bajas del ciclo económico del vecino del norte. Así, un acuerdo comercial favorable perpetuaría la dependencia de México con respecto a los Estados Unidos.
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Por supuesto, un rompimiento del TLCAN tendría efectos negativos y mayores costos para el país, aunque nada que no se pueda superar con el tiempo. Sin embargo, un acuerdo positivo como el del caso uno y dos no representarían una situación de “ganar ganar” para México, precisamente porque al final el país tendría que sacrificar su largamente ponderado superávit comercial con los Estados Unidos. Así, el final feliz sería para Estados Unidos pero no necesariamente para México.
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