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OPINIÓN: Los estadounidenses aprenden y no aprenden de la historia

La historia nos sirve para entender nuestra falibilidad; si aprendemos la lección, nos impide repetir los mismos errores.
mar 04 julio 2017 10:52 AM
Día de la Independencia
Día de la Independencia Este 4 de julio vale la pena que los estadounidenses reflexionen sobre la importancia de estudiar su historia. (Foto: SHANNON STAPLETON/REUTERS)

Nota del editor: Peter Bergen es analista de seguridad nacional de CNN, vicepresidente de New America y profesor de la Universidad Estatal de Arizona. Escribió el libro United States of Jihad: Investigating America's Homegrown Terrorists. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.

(CNN) — Conforme los estadounidenses celebran el 4 de Julio, conmemoración del nacimiento de Estados Unidos hace casi dos siglos y medio, deberían preguntarse qué ganamos al estudiar la historia.

Parece una pregunta sencilla con una respuesta aún más sencilla: no sabremos a dónde vamos si no sabemos de dónde venimos.

Pero hay una razón más profunda: que la historia sirve para entender nuestra falibilidad y nuestra soberbia y nos ayuda a abordar nuestros defectos con cierto grado de humildad.

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También enfatiza que el progreso no es lineal ni irreversible. Con cada paso hacia adelante, existe la posibilidad de dar dos pasos hacia atrás. Pero si estudiamos la trayectoria de la historia y aprendemos de nuestros errores, tal vez seamos más receptivos a lo que Abraham Lincoln llamó "los mejores ángeles de nuestra naturaleza" en su discurso de toma de posesión de la presidencia de Estados Unidos en 1861 .

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La historia nos muestra nuestros límites

La historia nos enseña que el pasado es un país desconocido, tanto que hasta un gran científico como sir Isaac Newton creía en la alquimia y creía que había descubierto la piedra filosofal, una sustancia que supuestamente transformaba el hierro en oro.

Esto, desde luego, era totalmente falso. Pero un visitante del siglo XXIV seguramente pensaría que nuestras creencias más entrañables son tan irrisorias como lo es para nosotros que Newton haya creído en la alquimia.

Así como Newton era científico y alquimista, los padres fundadores de Estados Unidos declararon que "a todos nos crearon iguales" mientras que muchos de ellos tenían esclavos.

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¿Acaso los fundadores eran simples hipócritas, o fueron en gran medida prisioneros de su propia época? ¿Tal vez un poco de ambos? El tratar de resolver estas preguntas complejas nos ayuda a sentir empatía, la capacidad de ponernos en los zapatos de nuestros antepasados.

¿Qué hay del pecado original estadounidense: la esclavitud? Thomas Jefferson también tenía esclavos, lo que debería servirnos de recordatorio de que el progreso humano difícilmente es el viaje magnífico y lineal hacia la tierra prometida de la paz y la justicia que solemos creer que es.

A Barack Obama le gustaba citar el aforismo de Martin Luther King, hijo: "El arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia".

El progreso es frágil y reversible

Dicho lo anterior, el caso de la Alemania de Weimar nos recuerda lo frágil que es el progreso humano. En muchos sentidos, Weimar era una de las repúblicas más liberales de principios del siglo XX, pero dio vida al nazismo, que a su vez desembocó en el Holocausto.

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El Holocausto nos muestra que un hombre puede ser bueno y malo a la vez, según las circunstancias en las que se encuentre. Como demostró el historiador estadounidense, Christopher Browning, en su famoso estudio de 1998, Ordinary Men: Reserve Police Battalion 101 and the Final Solution in Poland, fueron los alemanes comunes los que participaron voluntariamente en el Holocausto.

¿Quién de nosotros podría decir honestamente que habría sido uno de los pocos alemanes que se habría resistido a los nazis? Casi todos los que lo hicieron perecieron bajo torturas espantosas.

La historia nos recuerda que las fuerzas de la oscuridad siempre están presentes en el alma humana y que pocos realmente tienen la capacidad de ser héroes.

El poder del azar

La historia también nos habla del poder del azar. No había nada predestinado en el ascenso de Hitler al poder (un fanfarrón desconocido que profería teorías raciales alocadas en las cervecerías del Múnich de la década de 1920 que se volvió amo de gran parte de Europa).

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Hitler se benefició enormemente de los alemanes de clase alta, quienes pensaban que era un antiguo cabo del ejército a quien podrían manipular para su propio beneficio, mientras que otros líderes europeos como Neville Chamberlain subestimaron enormemente el deseo de poder de Hitler. La clase alta alemana y los líderes europeos dejaron pasar muchas oportunidades para enfrentar y socavar a Hitler antes de que tomara el control de Alemania y luego, de la Europa continental.

De igual forma, la Revolución estadounidense podría haber fracasado fácilmente a causa de la imprudencia del general George Washington, quien decidió, en la primavera de 1776, que mantendría a gran parte de su ejército en Manhattan mientras una numerosa flota británica (400 navíos, una de las flotas más grandes reunidas hasta ese entonces) rodeaba la isla.

Las fuerzas mucho más numerosas del comandante británico, sir William Howe, bien podrían haber acabado con el ejército de Washington en Nueva York, pero Howe titubeó y dejó que Washington organizara una retirada apresurada y sobreviviera para pelear otro día.

La historia no es una marcha hacia la tierra prometida

Los estadounidenses solemos aceptar la versión liberal de la historia: la creencia de que los valores liberales consagrados en la Constitución estadounidense nos dan poder para avanzar hacia un futuro siempre más libre y más rico.

Esta creencia está profundamente sustentada en una concepción judeocristiana de la historia, en la que todos tratamos de llegar a la tierra prometida, que algunos han confundido con el mismo Estados Unidos.

Ronald Reagan dijo alguna vez que Estados Unidos es "una ciudad resplandeciente sobre un monte", haciendo eco del importante sermón que el puritano John Winthrop , uno de los primeros colonos de Estados Unidos, dio en 1630: "seremos como una ciudad sobre un monte".

Sin embargo, la historia nos advierte que la marcha constante hacia la tierra prometida es una falacia… por más que queramos creer en ella.

A mediados de 1914, se creía que nunca había habido tanta prosperidad ni comunicación en la Tierra. Los países estaban unidos por las nuevas rutas comerciales que eran posibles gracias a los barcos de vapor, a los trenes y al telégrafo. En Occidente se habían logrado grandes avances en salud pública gracias a la teoría de los gérmenes y al descubrimiento de que el cólera se propagaba a través del agua contaminada. Hacía un siglo —desde la derrota de Napoleón en Waterloo, en 1815— que no ocurría una guerra paneuropea.

Ninguna de las grandes potencias pensaba que la Gran Guerra causaría el colapso de los imperios turco, ruso, alemán y austrohúngaro y que contribuiría finalmente a la disolución del imperio británico. Pero todas estas monarquías y pueblos entraron a la guerra con la firme convicción de que Dios estaba de su lado. Durante la Primera Guerra Mundial murieron 17 millones de personas. La gripe española mató a decenas de millones de personas más después de la guerra. Sería totalmente contrario a la historia pensar que nosotros no podemos enfrentar problemas parecidos.

"La historia nunca se repite, pero rima" es una frase que suele atribuirse a Mark Twain. El siglo XX ciertamente fue el pináculo del poder estadounidense, pero ahora que ese país se enfrenta a una China en ciernes, la historia nos indica que en algún momento, China y Estados Unidos podrían terminar en alguna clase de guerra que dañará enormemente a ambas potencias.

El asesor de seguridad nacional de Trump, el teniente general H. R. McMaster, ha señalado en varias ocasiones que "la gente pelea hoy por las mismas razones fundamentales que el historiador griego Tucídides identificó hace casi 2,500 años: miedo, honor e interés".

"Con base en la trayectoria actual, una guerra entre Estados Unidos y China en las próximas décadas no es solo posible, sino mucho más probable que lo que se reconoce en este momento", escribió Graham Allison, politólogo de Harvard, en 2015. "De hecho, a juzgar por los antecedentes históricos, es más probable que haya una guerra a que no la haya".

Así como la gripe española mató a 50 millones de personas tras la Primera Guerra Mundial, el ritmo acelerado del cambio climático y el surgimiento de virus superresistentes a los antibióticos también podrían desatar una pandemia a la que tendremos poca resistencia.

Los avances actuales en las tecnologías de edición genética también podrían servir para que Estados o terroristas diseñen virus que simplemente erradiquen categorías completas de humanos a quienes no consideran personas. ¿Alguien duda de que si Osama bin Laden hubiera tenido acceso a esta tecnología, la habría usado en contra de sus enemigos?

Cómo hacerlo bien

También estudiamos el pasado para entender cómo es que los grandes líderes comprenden y dominan las corrientes de la historia mejor que los demás.

Winston Churchill entendió que la Alemania nazi se estaba volviendo una amenaza mucho antes que sus homólogos. Abraham Lincoln pensaba que la esclavitud tenía que terminar mucho antes que sus colegas.

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George Washington aprendió de su escape de Nueva York que enfrentarse en batalla a las fuerzas superiores de los británicos (que en ese entonces eran la superpotencia) probablemente no serviría para ganar la guerra y que tenía que modificar sus tácticas y librar una larga guerra de resistencia; es por eso que hoy podemos celebrar el 4 de julio en paz.

Con suerte podremos seguir haciéndolo. Pero la historia indica que esto es más un anhelo que una certeza.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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