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OPINIÓN: La democracia estadounidense no es tan fuerte como crees

Para los europeos, el despido del director del FBI es prueba de que ni siquiera la democracia estadounidense es inmune al autoritarismo.
jue 11 mayo 2017 10:58 AM
Dudas
Dudas En países en los que no hay quien esté dispuesto a defender a su Partido Republicano, encontrarás pocas personas que crean que Trump despidió a Comey porque criticó a Hillary Clinton. (Foto: Joshua Roberts/REUTERS)

Nota del editor: Kate Maltby es conductora de televisión y columnista en Reino Unido. Escribe una columna semanal sobre política y cultura en el diario británico The Financial Times y es crítica de teatro del diario The Times of London. Perteneció al equipo fundador del grupo de estudios conservador reformista, Bright Blue, y está haciendo un doctorado en Literatura del Renacimiento. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autora.

(CNN) — Hace ocho años, al principio de la presidencia de Obama, me encontraba en una reunión con un grupo de estudiantes conservadores en la cafetería de una universidad liberal de la Ivy League. Yo era la única que no era estadounidense. Una de las liberales de la universidad se nos acercó para iniciar una discusión: estaba haciendo campaña para que el nuevo gobierno demócrata promoviera acción penal contra George W. Bush por crímenes de guerra.

Mis compinches del Partido Republicano se molestaron. "Esto es Estados Unidos", insistió uno. "Cuando una de las partes llega al poder, dejan que la otra se retire discretamente… no linchan a sus predecesores. No usamos la ley como herramienta para castigar a los oponentes políticos. Eso es lo que nos diferencia de las repúblicas bananeras de África. Eso es lo que nos hace la democracia más grande del mundo".

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Sin importar qué pienses sobre George W. Bush (o de su representación del continente africano), mi amigo resumió lo que muchos estadounidenses creen sobre las virtudes de su país. De Thomas Jefferson en adelante, la retórica del ejemplo democrático ha sido fundamental para la mitología de la excepcionalidad de Estados Unidos.

En el centro de esta reverencia está la fe de los estadounidenses en su Constitución: un documento que promete castigar a los representantes corruptos, poner límite al poder ejecutivo y proteger la independencia del poder judicial. Pero más allá de las fronteras estadounidenses, incluso sus más grandes admiradores se reservan cierta dosis de escepticismo. La confianza de Estados Unidos en que su Constitución brinda una protección única frente a los abusos del poder parece ingenua en el mejor de los casos.

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Para quienes dividimos nuestra vida entre Estados Unidos y Europa, la serie de escándalos que emanan de la Casa Blanca de Trump será la verdadera prueba de que los frenos y contrapesos estadounidenses son todo lo que prometen ser. Nuestros amigos europeos lo dudan. Ningún país está exento del riesgo de un golpe autoritario. En Europa, está claro que la impresión es que hoy Estados Unidos está, como tuiteó recientemente el senador Brian Schatz, "en una crisis constitucional total".

A la gente le preocupa tener que viajar a Estados Unidos e incluso le preocupa hacer negocios en un país en el que ya no parece que exista el Estado de derecho. Estados Unidos ya no es el ejemplo máximo para las dictaduras insignificantes de África, como querrían mis colegas.

En países en los que no hay quien esté dispuesto a defender a su Partido Republicano, encontrarás pocas personas que crean que Donald Trump despidió al director del FBI, James Comey, porque Comey criticó a Hillary Clinton. La carta de Trump a Comey hace referencia a un memorando del fiscal general interino, Rod. J. Rosenstein, en el que se señaló que Comey "cometió el error de usurpar la autoridad del fiscal general el 5 de julio de 2016". Esa es la fecha (en plena campaña presidencial) en la que Comey emitió un comunicado condenatorio sobre Clinton y poco le faltó para recomendar que se ejerciera acción penal. Aunque en un principio Trump dijo que era una "farsa" que Comey hubiera decidido no ejercer acción penal, más adelante aplaudió la forma en la que Comey había manejado la investigación.

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Parece mucho más revelador que despidieran a Comey un día después de que se informara que había intensificado su investigación sobre los presuntos lazos del equipo de equipo de campaña de Trump con Rusia. También vale la pena señalar que Rosenstein, a quien Obama designó, no pide explícitamente que despidan a Comey en su memorando; Comey también criticó a Hillary pero declinó recomendar que se ejerciera acción penal. La precisión es muy importante en las investigaciones legales en donde hay tanto en juego.

Los aliados de Estados Unidos no están cómodos con nada de esto. ¿La primera ministra de Reino Unido, Theresa May, debería confiar en que su amigo Donald la tratará a nivel profesional como ha tratado a James Comey? ¿Debería indicarles a sus agencias de inteligencia que compartan con sus colegas estadounidenses la información sobre las actividades de Vladimir Putin?

Si algo bueno salió del esfuerzo mal encauzado de Trump de esta semana es que Trump ha ocultado el ataque contra su propio director del FBI tras el lenguaje del constitucionalismo bipartidista. El intento de presentar el despido como un favor para los demócratas (quienes culpan a Comey de obstaculizar la campaña de Clinton) al menos indica que sabe que los directores de la principal infraestructura pública exigirán el apoyo de ambos partidos.

¿O no? El problema de analizar a Estados Unidos desde la perspectiva europea es que sabemos que los dictadores siempre han usado el lenguaje del constitucionalismo para camuflar sus apoderamientos.

En Turquía, el presidente Erdogan comenzó su reinado poniendo a personajes poderosos de su partido en cargos públicos importantes. ¿Cuál es la lógica de su portavoz internacional? Que la vida pública turca había estado dominada por el Ejército desde hacía demasiado tiempo. Solo la gente que había designado podía brindar la supervisión civil necesaria para una democracia moderna. Para los analistas estadounidenses, este fue un intento de camuflaje muy atractivo: en agosto de 2011, en el encabezado de un editorial del diario The Boston Globe se afirmaba que las reformas de Erdogan eran "signo de una democracia en maduración". Seis años después, en Estados Unidos todos reconocen que Erdogan estableció una dictadura.

Si hay una sola duda en la mente de todos los europeos es cuánto puede durar Trump. Para quienes hemos escuchado a los estadounidenses hablar extasiados sobre el legado de los Padres Fundadores, llegó el momento de prepararnos para ver los frenos y contrapesos de la Constitución estadounidense en acción. Sabemos que los estadounidenses son buenos para deshacerse de sus presidentes: en las series de televisión estadounidenses que vemos cotidianamente pasa todo el tiempo, ya sea en Veep o en 24. También ha pasado en la realidad. Si puedes someter a un presidente a juicio político simplemente por decir mentiras en cuestiones de sexo, seguramente puedes someterlo a juicio político por despedir a la persona que lo está investigando.

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Pero ahora, los observadores estadounidenses son los que parecen más escépticos. Si estás viviendo en Estados Unidos, sabes que será difícil lograr que gran parte de los republicanos del Congreso estadounidense acepten un juicio político y que en realidad no hay nada que limite el poder del ejecutivo en cuanto a la designación de cargos públicos.

Es evidente que la separación de poderes solo existe auténticamente en Estados Unidos cuando los diferentes partidos controlan al poder ejecutivo y al legislativo.

Los europeos arrogantes están celebrando que los estadounidenses están equivocados sobre su democracia excepcional. Quienes tenemos un pie en cada continente no nos sentimos arrogantes, sino desconsolados.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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