OPINIÓN: Sismos, desigualdad y pobreza
Nota del editor: Rodolfo de la Torre es director del Programa de Desarrollo Social con Equidad del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) y profesor afiliado del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Maestro en Economía por la Universidad de Oxford, ha sido Coordinador de la Oficina de Investigación del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y miembro del Comité Técnico de Medición de la Pobreza, que antecedió al Coneval. Lo puedes seguir en Twitter como @equidistar . Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(Expansión) — El costo económico de los sismos del pasado septiembre se estima será de entre 0.2 y 1 puntos del PIB, en términos del valor de los daños materiales, y una reducción de entre cero y 0.2% en la tasa de crecimiento de 2017. Este es un costo entre diez y veinte veces menor al del sismo de 1985. Sin embargo, la concentración de la catástrofe en zonas específicas de la Ciudad de México y de las entidades federativas con bajos niveles de vida, anticipa efectos considerables en puntos muy específicos del país.
En el caso de la Ciudad de México, 28 de los 38 derrumbes de edificios ocurrieron en las delegaciones Cuauhtémoc, Benito Juárez y Coyoacán. De forma similar, 12 de las 13 construcciones que ameritan demolición se encuentran en tales delegaciones. El impacto de la pérdida de viviendas aún no se ha manifestado en un aumento significativo de la inflación en este rubro. Lo anterior significa que los costos económicos se concentrarán casi exclusivamente en los damnificados.
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La Ciudad de México es la segunda entidad federativa con mayor desigualdad en el país, después de Chiapas, y aunque las delegaciones afectadas presentan niveles de vida relativamente elevados, también reflejan estas enormes disparidades. Así, en la delegación Benito Juárez, las personas no pobres tenían en 2010 más de 14 veces el ingresos de las personas en pobreza extrema de la demarcación. Esta relación es de 11 veces en la delegación Coyoacán y de nueve veces en la Cuauhtémoc.
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Aunque es difícil estimar el efecto específico de los sismos, un primer efecto será el de elevar la ya considerable desigualdad económica en algunas zonas de la capital del país. La experiencia internacional muestra que ante un desastre causado por fuerzas de la naturaleza puede darse un aumento de cerca de 1.3% en el indicador más común para medir la desigualdad (índice de Gini). Lo más preocupante, sin embargo, es que las consecuencias distributivas tardan hasta una década en desaparecer.
El otro efecto a considerar es sobre la pobreza. Una persona es pobre si al menos tiene una de seis carencias (rezago educativo, carencias de alimentación, de servicios de salud de calidad y espacios de la vivienda, de servicios básicos de la vivienda o de seguridad social) e ingresos menores a 1,886.14 pesos en zonas rurales o 2,996.98 pesos en zonas urbanas (a precios de agosto de 2017). La pobreza es extrema con tres carencias y menos de 1,060.24 pesos de ingreso en zonas rurales o 1,477.31 pesos en zonas urbanas.
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Los sismos septiembre afectaron considerablemente a los estados de Chiapas y Oaxaca, los estados con mayor pobreza y pobreza extrema en el país. También hubo una afectación importante en Tabasco, donde los niveles de pobreza no resultan tan elevados. Sin embargo, nuevamente los daños se encuentran concentrados en unos cuantos municipios: seis de Oaxaca, tres de Chiapas y uno de Tabasco. Estos municipios presentan diversos niveles de pobreza, tanto moderada como extrema.
nullLa experiencia internacional muestra que en caso de desastres de consideración aumenta en 1.4% la población con insuficiencia de ingresos que define la situación de pobreza y en 3.4% en la población que no tiene los ingresos para dejar la pobreza extrema. Estos efectos son a nivel municipal y, en consecuencia, las afectaciones a nivel de entidad federativa son mucho menores. No es de esperar, entonces, exista un amplio efecto de los sismos sobre la pobreza, aunque sí uno localizado, severo y persistente.
México ha sido relativamente afortunado en contener la magnitud de los daños económicos de los sismos de septiembre y confinar su severidad a unas cuantas zonas. Sin embargo, la macroeconomía de la catástrofe no debe ser excusa para dejar de atender aquellos sitios que no solo han resentido ahora las fuerzas de la naturaleza, sino han sido víctimas de un descuido social continuo y prolongado. El costo de omitir esta atención sería sacrificar la movilidad socioeconómica de miles de mexicanos.
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