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OPINIÓN: Tres factores de incertidumbre para la economía mexicana en 2018

Lo mejor que le puede pasar a la economía es que crezca alrededor de 2.5%, de acuerdo con su capacidad productiva existente, señala Alfredo Coutiño.
mié 20 diciembre 2017 09:00 AM
vientos en contra
Prevsión Antes de llegar a las elecciones presidenciales de julio, el país podría recibir un golpe negativo por la posible desaparición del TLCAN, señalan expertos. (Foto: Kagenmi/Getty Images/iStockphoto)

Nota del editor: Alfredo Coutiño es director para América Latina en Moody’s Analytics. Lo puedes seguir en Twitter como @AlfredoCoutino. Las opiniones en esta columna son de la exclusiva responsabilidad del autor y de ninguna manera deben ser atribuidas a la institución para la cual trabaja.

(Expansión) – El panorama para la economía mexicana en el 2018 enfrenta al menos tres factores de incertidumbre que, de materializarse o no, afectarían el rumbo del país para uno u otro lado. El primer factor tiene que ver con quién será el próximo presidente, el segundo es si hay vida o muerte para el TLCAN, y el tercero es si termina o no su periodo el presidente estadounidense. Mientras esos factores contienen un alto grado de incertidumbre, lo que sí es seguro es que el país enfrentará nuevamente el tradicional ciclo político de la economía.

OPINIÓN: Perspectivas económicas de México

Empezando por el ciclo político, no todo el panorama en el 2018 se ve lleno de nubarrones. Dentro de toda esa nublazón, también se asoma un pequeño rayo de luz para la economía mexicana durante la primera mitad del 2018: el efecto expansivo del ciclo político-electoral. Esta primera fase del ciclo político tiene un efecto positivo para la economía, ya que el gasto público para financiar el proceso electoral y el financiamiento de las campañas, aunado al uso de la política fiscal para crear un ambiente de bienestar social, producen un impulso en la actividad económica. Este ambiente de mejoría generalmente inicia desde comienzos del año y se esfuma poco después de la terminación de la elección presidencial.

Sin embargo, también existe una segunda fase del ciclo, la cual es contractiva e inicia en la segunda mitad del año cuando se apaga el gasto electoral y el gobierno saliente enfrenta una restricción presupuestal. Es entonces cuando la actividad económica empieza a desacelerarse y el nuevo gobierno que entra en diciembre tiene que enfrentar los primeros ajustes para evitar una aceleración de los desequilibrios fiscal y externo y el consecuente rebote de la inflación generado por la realineación de precios rezagados: mayormente precios y tarifas públicas.

Esta segunda fase es la responsable de la tradicional desaceleración del primer año del nuevo gobierno y que ha estado presente ininterrumpidamente en los últimos 30 años, y que en algunos gobiernos marcó el inicio de las famosas “crisis de fin de sexenio”. Nada ha cambiado estructuralmente en ese renglón, por lo que nada asegura que esta vez será diferente. Por lo tanto, el ciclo político de la economía nuevamente se hará presente en el 2018, independientemente de quien sea el nuevo presidente de México.

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Pero antes de que esta fase contractiva se presente, la economía mexicana podría enfrentar un ambiente de incertidumbre antes de las elecciones del 1 de julio. Este ambiente podría caracterizarse por una fuerte volatilidad en los mercados si el candidato de la izquierda (Morena) lidera las preferencias electorales y si su discurso radical se vuelve más acentuado. El candidato de la izquierda y su equipo aún no han logrado cambiar la percepción de los mercados en términos de que su posible llegada a la presidencia representaría un retroceso no solo en el proceso de reformas sino incluso un viraje en el modelo económico. Independientemente de que ese riesgo se dé o no, la realidad es que existe ese temor en los mercados.

nullPor supuesto, también existe la posibilidad de que las cosas sean diferentes y que el candidato de la izquierda no se convierta en una amenaza para los mercados. Pero esto implica que él y su equipo tienen mucho trabajo que hacer en materia de convencimiento y persuasión mucho antes de la elección. La duda está no solo en si lo lograrán, sino incluso si están dispuestos a hacerlo, o más bien se acenturá el discurso radical.

En el caso del candidato oficialista (PRI), la ruta está trazada: continuidad del modelo y política económica, así como énfasis en las reformas. A pesar de las promesas de campaña, el candidato enfrentará limitaciones y cuotas de poder que no le dejarán las manos totalmente libres. Así, combatir la corrupción no solo conlleva una firme decisión política, sino también reforma de instituciones y leyes, y una gran inversión en recursos y tiempo para erradicar los vicios del pasado.

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Hacer de México una potencia mundial, como se dice, suena como si el destino del país dependiera de seis años de gobierno y como si el gobierno fuera todopoderoso para cambiar la triste realidad solo por buenos deseos o decreto. Sin embargo, hay que reconocer que la continuidad puede dejar tranquilos a muchos, sobre todo en el sector empresarial y burocracia.

Pero antes de llegar a las elecciones presidenciales de julio, el país podría recibir un golpe negativo por la posible desaparición del TLCAN. De darse dicho evento, este podría materializarse posiblemente a través de un retiro del gobierno estadounidense en algún momento durante el primer trimestre del año, o bien antes de la última ronda de negociación. Al actual gobierno estadounidense no le gusta el acuerdo comercial trilateral, y hará todo lo posible por salirse si México y Canadá no aceptan sus condiciones al pie de la letra. El primer impacto para México sería una fuerte volatilidad que desarreglaría las principales variables financieras: tasa de interés, tipo de cambio, acciones, e incluso la inflación.

La actividad económica sufriría con el paso del tiempo ante la afectación de los volúmenes de comercio, la incertidumbre en las decisiones de inversión y también por el ajuste interno que tendría que llevarse a cabo en las políticas fiscal y monetaria. El ajuste de política económica sería inevitable, tanto para intentar regresar la estabilidad a los mercados como para reducir el riesgo de una aceleración de los desequilibrios fiscal y externo acompañados de la más alta inflación. Con el tiempo, el país saldría adelante, pero no evitaría una caída al final del sexenio que pretendió ser el más reformador.

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Otro factor que ha tomado relevancia últimamente y que podría soplar vientos en contra para la economía mexicana es la posibilidad de que el presidente estadounidense sea obligado a renunciar por juicio político. Un escándalo político de tal magnitud no pasaría desapercibido para los mercados estadounidenses, sobre todo por las implicaciones que pudieran derivarse en cuestiones de seguridad nacional para los estadounidenses y sus instituciones. El reemplazo del presidente por el vicepresidente posiblemente no mandaría a la economía a una recesión, pero sí estremecería a los mercados y elevaría la aversión al riesgo. México sería afectado precisamente por el efecto de contagio de la sacudida financiera en el vecino del norte.

Por último, si México se libra de los aguaceros anteriores, lo mejor que le puede pasar a la economía es que crezca alrededor de 2.5%, de acuerdo con su capacidad productiva existente. Aunque hay que admitir que en un ambiente favorable y de fin de sexenio, el crecimiento podría acercarse transitoriamente a 3% en el 2018, pero tendría un costo en el 2019. La inflación no se ve que pueda estar por abajo de 4%, a pesar de los buenos deseos del banco central. Para que ello se logre, es necesario que la política monetaria pase de ser neutral a restrictiva tanto en precio como en cantidad; es decir, tanto en términos de la tasa de interés como de la cantidad de dinero o liquidez monetaria en circulación.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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