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OPINIÓN: Clics conscientes para proteger el mundo

Los clics, tan fáciles de dar y cargar a la tarjeta de crédito, pueden ser un poco más conscientes en este 2018 para luchar contra el deseo de consumo y la contaminación que conlleva.
dom 04 febrero 2018 07:00 AM
La filosofía del 'forever shopping',
La filosofía del 'forever shopping', que permite hoy el comercio electrónico, dista mucho de no ser contaminante.

Nota del editor: Javier Martínez Staines es periodista y director fundador de ThinkTank New Media. Autor de dos libros y devoto de la gastronomía, los viajes, el yoga, la música, el cine, el whisky, el mezcal y las buenas conversaciones. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.

(Expansión) — En los siglos XV y XVI, los venecianos tenían leyes para prohibir los consumos excesivos y gastos superfluos. Por ejemplo, una ley dictaba que no se obsequiaran más de seis tenedores y seis cucharas a quienes contrajeran matrimonio, así como quienes ofrecían un banquete solo podían dar frutas de temporada y pastelillos. La razón esgrimida es que el hiperconsumo superfluo era una amenaza para la República.

Como bien subraya Zan Boag, editor de New Philosopher, cinco siglos después podemos regalar todos los cubiertos que nos vengan en gana y ofrecer a nuestros invitados mangos de la India y mochis de Japón. En el siglo XXI no hay leyes que luchen contra el deseo de consumo y gasto de acuerdo con nuestras posibilidades.

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“El problema –dice Boag en su carta editorial– es que ahora tenemos mucho más que tenedores y frutas en nuestro menú. Ahora, compramos 1.3 billones de smartphones al año y desechamos más de un trillón de bolsas de plástico, las cuales se tomarán más de 500 años en descomponerse. Quizá los venecianos entendían mejor las cosas”. Se nos ha pasado la mano, sin duda.

No se trata, por supuesto, de retroceder a los tiempos de las leyes venecianas, pero sí de participar en una discusión que parece circunscrita solo a filósofos y académicos, sin que el tema alcance a nuestras vidas cotidianas. Ya lo enunciaba la gran Hannah Arendt: “Una sociedad de consumo no tiene posibilidad de proteger al mundo y a las cosas que pertenecen exclusivamente al espacio de las apariencias mundanas, porque su actitud central hacia todos los objetos es de consumo y, por ende, de arruinar todo lo que toca”.

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Demasiado radical, dirán muchos. Otros dirán que estas ideas son de tufo marxista y las descalificarán con más rapidez que Trump el calentamiento global. Aclaremos, entonces, que no hay pretensiones ideológicas en estas líneas, partidarias de garantizar las libertades individuales y de no caer en tentaciones absurdas de imponer leyes restrictivas. Solo son convocatoria a la reflexión y al debate, en el entendido de que vamos avanzando con gran velocidad al abismo.

Otro ejemplo: la filosofía del forever shopping, que permite hoy el comercio electrónico, dista mucho de no ser contaminante. No por dejar de utilizar nosotros un transporte al no acudir a una tienda física, la huella de carbono deja de existir al darle clic a nuestra pantalla. New Philosopher menciona datos precisos: para facilitar el forever shopping, más de 34 millones de contenedores de 20 pies son movidos a puertos de 200 países; 680 millones de contenedores se mueven por barco cada año.

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No es gratuito que en el periodo 2007-2012, la industria del transporte marítimo haya producido 866 millones de toneladas de CO2 anuales, equivalentes a 2.4% de las emisiones globales de gas invernadero. Esta cifra, añade, subirá a 17% en 2050. Si la transportación marítima internacional fuera considerada una nación, será en tres décadas la sexta mayor contaminante del mundo. Los clics, tan fáciles de dar y cargar a la tarjeta de crédito, pueden ser un poco más conscientes en este 2018.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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