OPINIÓN: El pragmatismo como virtud
Nota del editor: Martín Gou estudió Ciencia Política en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). Síguelo en Twitter en @FMGou . Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(Expansión) – En su obra más famosa, Maquiavelo señalaba que un príncipe que desea mantenerse en el poder debe aprender a no ser bueno y a servirse de esta contradictoria facultad cuando las circunstancias lo ameriten. La virtud y el vicio se alternan como parte de una misma estrategia en función de su pertinencia, una flexibilidad necesaria para los que quieren “hacer” a toda costa. Así, el consejero de los Médici definía a la política como la verdad que se encuentra en lo posible y no en lo deseable.
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Uno de los ejemplos más emblemáticos de dicha estrategia es la respuesta dada por el expresidente chino, Den Xiaoping, a los cuestionamientos de su política de “Puertas Abiertas”. Frente a la crítica por implementar una política liberalizadora en un país comunista, Xiaoping respondió: “No importa si el gato es blanco o negro; si atrapa ratones, es un buen gato”.
Una lectura anacrónica de esa idea echaría a volar la imaginación de los defensores del pragmatismo político. Sin embargo, los límites de ese pragmatismo se encuentran en el contexto donde opera, en las reglas escritas y tácitas que marcan su límite. La ya desgastada frase “el fin justifica los medios” suele dejar a un lado una parte fundamental: los resultados.
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Para el caso mexicano, esta reflexión resulta pertinente porque nos encontramos frente a tres estrategias que hacen uso de ese pragmatismo. Por un lado, tenemos al candidato priista que niega a su partido y apela a la técnica y a la experiencia; por otro, tenemos al candidato del “cambio verdadero” que abraza a los exiliados y rechazados de cualquier corriente y, por último, tenemos al candidato que vio en el Sol amarillo un astro que, ahora sí, puede girar alrededor de él.
La decisión del votante resulta en una hipoteca: votar hoy por quien tiene que cumplir con un objetivo para que mañana la causa se pueda hacer realidad. Los tres viejos jugadores lo dicen en sus eslóganes: “Lo mejor está por venir”, “La esperanza de México” y “Se puede”. Tenemos que entender que la colección de oxímoros que tiene cada uno es parte de la estrategia de lo posible. Lo deseable va para después y rara vez queda claro para cuándo.
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¿Cómo puede quedar para después lo deseable si muchas de nuestras instituciones se han construido con ese mismo cemento de lo posible? Muchas de las limitantes de nuestras instituciones provienen, en realidad, de la inercia de premiar lo que era necesario sobre las verdaderas necesidades.
Frente a esa problemática, el espectro político aún no presenta ningún choque de propuestas. La disputa parece ubicarse entre una nueva alternancia o que alguna de las opciones repita otra vez. El resto del debate se ha limitado a discutir las ocurrencias, a jugar a ser los ventrílocuos o traductores de los candidatos.
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Una frase de “El gatopardo”, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, resume en una nuez el riesgo del pragmatismo político actual. Para hacer frente a los cambios en el poder que ponían en riesgo la posición de los sicilianos –y de la misma aristocracia–, Tancredi, en su mejor laconismo, le dice a su tío Fabrizio: “Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico?”.
Mientras uno de los escenarios es la hipoteca de alguna continuidad o alguna alternancia, el verdadero dilema se halla en abandonar la democracia del “es lo que hay” para abanderar la democracia de lo que debería ser. Un querido amigo diría: “Salve el objetivo, pierda la causa”.
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