OPINIÓN. Segunda vuelta en Colombia: la correlación de fuerzas
Nota del editor: Rina Mussali es analista, internacionalista y conductora de Vértice Internacional en el Canal del Congreso. Síguela en su cuenta de Twitter: @RinaMussali. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autora.
(Expansión) — Colombia celebró la primera vuelta electoral el pasado 27 de mayo, el pulso político que se midió en las urnas para despedir al presidente Juan Manuel Santos (JMS), quien gobernó durante ocho años y entregó la firma del Acuerdo de Paz entre el gobierno y las FARC que puso fin a 52 años de conflicto armado y a una matemática que arrojó 220,000 muertos, 25,000 desaparecidos y más de cinco millones de desplazados, según Amnistía Internacional.
Una paz imperfecta que encuentra en el balotaje (segunda vuelta electoral) del próximo 17 de junio una encrucijada definitoria: avanzar con el proceso de implementación o meter reversa para rectificar lo que ha sido considerado una victoria histórica y sorprendente para la comunidad internacional.
Al igual que la métrica política latinoamericana, JMS se despide de la Casa de Nariño con amplios índices de rechazo e impopularidad. No escapa a las tendencias de Enrique Peña Nieto en México (EPN), Horacio Cartés en Paraguay o Michel Temer en Brasil. El galardonado Premio Nobel de Paz, quien no encuentra reivindicación al interior de Colombia porque la paz no empata con el respaldo social, genera resistencias e imposibilita la esperada reconciliación.
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Los puntos ácidos de la paz giran alrededor de la participación de las FARC en política, la renuencia de las élites a repartir tierras y el sistema de justicia 'transicional' que ha levantado la furia de la derecha conservadora, la fuerza que mira el proceso con recelo y desconfianza, a propósito de que los criminales paguen con cárcel, sean extraditados hacia Estados Unidos y enjuiciados por la Corte Penal Internacional (CPI).
Precisamente, Álvaro Uribe, del partido Centro Democrático y el más ferviente enemigo de la paz se convirtió en el político más votado en las pasadas elecciones legislativas del 11 de marzo en contraste con el Partido de la U de JMS, quien obtuvo 25 diputados de 166 integrantes y 14 senadores de los 102 miembros.
En este ruedo electoral, varias novedades y hallazgos irrumpieron en la escena política. Esta fue la primera vez que las FARC compitieron como partido político y bajo el contexto de la dejación de armas, aunque no obtuvieron ni un sólo escaño en las elecciones legislativas. Pese a que el Acuerdo de Paz les garantiza 10 curules, el desprecio social ha sido tan visible que ni siquiera presentaron candidato presidencial después de la dimisión de Rodrigo Londoño, alias Timochenko, una acción que se conjunta con el error mayúsculo de haber mantenido las siglas de la guerrilla ahora autodenominada Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC).
Bajo un fuerte sentimiento antiSantos y antiFARC, otro de los grandes hallazgos de la pasada jornada electoral fue el registro de la menor tasa de abstención de las últimas cuatro décadas. Recordemos que el abstencionismo ha sido crónico en Colombia y que durante el plebiscito por la paz no votó alrededor del 62% de la población. La participación que superó el 53% en un país de 36 millones de personas, cuando la tasa abstencionista suele superar el 50%. Es decir, 13% más de votantes –a diferencia del 2014- que rompieron con el cerco histórico y que alentaron su voto por el enojo hacia la corrupción y el desempeño económico mediocre relacionado al cambio en el superciclo de los precios internacionales del petróleo.
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En un país tradicionalmente dividido entre los partidos conservador y liberal, los resultados electorales del 27 de mayo rompieron con un parámetro histórico en la escena político-electoral: la posibilidad de que la izquierda colombiana gobierne por primera ocasión y en su extremo ideológico (Gustavo Petro fue guerrillero del M19). Cabe señalar que el centro político liderado por Sergio Fajardo, el exalcalde de Medellín y candidato por la Coalición Colombia conformada por el Polo Democrático Alternativo, la Alianza Verde y Compromiso Ciudadano, se desfundó al no haber contado con la alianza de Humberto de la Calle –el candidato del Partido Liberal y exnegociador de la paz- quienes en conjunto hubieran rebasado a Gustavo Petro para apuntarse en la final electoral.
La correlación de fuerzas para el balotaje resulta escencial. Los votos codiciados de Sergio Fajardo, el candidato que acreditó el 23.73% de las preferencias frente al 25.98% de Gustavo Petro y quien se alejó del uribista-conservador Iván Duque, éste último que alcanzó el 39.14% de la votación y se presenta como el favorito para ganar la segunda vuelta. Pese a que Sergio Fajardo y Gustavo Petro coinciden en defender el Acuerdo de Paz, la justicia restaurativa y ambos presentan plataformas de corte progresistas, no necesariamente los votos del primero se reflejarán automáticamente en la matemática electoral del segundo.
El mismo Sergio Fajardo optó por el voto en blanco en el balotaje mientras que Antanas Mockus y Claudia López de la Alianza Verde anunciaron su apoyo a Gustavo Petro, pese a sus diatribas y diferencias. No obstante muchos de estos votos apetitosos, podrían resultar nulos, no marcados y en blanco. Según el informe la “Gran Encuesta” de la empresa Yan Haas, alrededor del 14% piensan votar en blanco, un margen muy atractivo que de conquistarse marcarían la diferencia para Gustavo Petro.
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De igual manera, los divisionismos se presentan en el seno del Partido Liberal y solo se antoja un voto más homogéneo para los simpatizantes del exvicepresidente Germán Vargas Lleras, quien se ha deslindado de la impopularidad de JMS e inclinado su músculo político hacia la derecha uribista.
En última instancia, el 17 de junio se presentarán dos bloques antagónicos que se miran con total resentimiento y desconfianza, dos visiones de país asimétricas y dispares en la cual Gustavo Petro, pese haber moderado su discurso- representa el voto anti-estatu quo, el voto de la protesta y del cambio de modelo. En esta coyuntura se juega la implementación del Acuerdo de Paz, una paz pausada porque hasta ahora sólo el 20% de sus disposiciones se han instrumentado.
Un acuerdo que ha polarizado profundamente a la sociedad y que contará con la mayoría de la derecha conservadora en el Congreso, la fuerza revisionista que busca alentar “cambios estructurales” y poner en entredicho la piedra angular de lo negociado por JMS: ofrecer garantías a la guerrilla para que nadie sea extraditado y enjuiciado en otro país.
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