OPINIÓN. Tecnología en las ciudades: Sí, pero ¿para qué?
Nota del editor: Jorge A. Macias es Director de Desarrollo Urbano del World Resources Institute México. Dentro de sus funciones está el dirigir el trabajo del equipo en desarrollo urbano, espacio público, gestión hídrica urbana, calidad del aire, finanzas y economía urbana. Síguelo en Twitter como @FearEconomist . Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(Expansión) – Las características que asociamos normalmente con la inteligencia son la capacidad de innovar, de razonar y de adaptarse al ambiente. Cuando hablamos de inteligencia, en general, nos referimos a la habilidad de enfrentar retos y de solucionar los problemas que se nos presentan. Así, cuando extrapolamos el término “inteligente” al contexto urbano, las características que lo definen no deberían de ser distintas.
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Las ciudades inteligentes no deberían de ser solo un sinónimo de tecnología o digitalización, sino que, ante estas valiosas herramientas, deberíamos hacernos primero, entre otras, las siguientes preguntas: ¿Qué papel debe jugar la tecnología en la solución de los problemas de carácter colectivo? ¿Todo avance tecnológico en nuestras ciudades es necesariamente inteligente? ¿En qué medida la tecnología ha contribuido a satisfacer las necesidades de nuestra población o a solucionar los problemas a los que nos enfrentamos en nuestra vida diaria?
Leonie Sandercock, planeadora urbana canadiense, dice que las ciudades no son organismos o máquinas. “Son carne y piedra entremezclada. Son ‘pensamiento construido’. Son los contenedores de sueños y deseos, esperanzas y miedos. Son el ensamblaje de todos los agentes en la historia que toman decisiones diarias sobre cómo vivir bien”.
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Las ciudades son el resultado territorializado de miles de millones de decisiones e interacciones humanas diarias enfocadas a solucionar nuestros problemas cotidianos. Nuestras ciudades son el resultado de una inteligencia colectiva limitada solo por las capacidades de influencia y de impacto de sus individuos.
Así, desafortunadamente, las ciudades que construimos en México reflejan de una manera alarmante la desigualdad que fomentan nuestras decisiones y, por lo tanto, la inequidad con la que se distribuyen las oportunidades para la población. Por esto la tecnología debe comprenderse como un medio y no como un fin. Un medio para mejorar la capacidad colectiva de entendimiento, comunicación, gobernanza, de resolución de los retos públicos.
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Siendo las ciudades uno de los sistemas más complejos, no toda solución tecnológica contribuye a un bien común. Como ejemplo mencionemos a las aplicaciones de gestión del tránsito. En primera instancia parecen útiles para combatir el tráfico y con ello abatir la contaminación, sin embargo, el efecto sistémico en el mediano plazo es diametralmente opuesto.
Estas tecnologías contribuyen a la optimización del uso de la infraestructura vial, en beneficio del transporte individual, incrementan la capacidad de carga vehicular de las ciudades; es decir, fomentan que las personas usen más su automóvil. El efecto de optimización es momentáneo; en el mediano plazo el número de vehículos que usan nuestras calles es mayor, los niveles de tráfico vuelven a ser iguales o mayores a los que había antes de la aplicación y, dado que las fuentes de emisión también son más, la calidad de nuestro aire empeora.
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Para que los avances tecnológicos contribuyan a incrementar o a mejorar la inteligencia de nuestras ciudades, deben de apoyar a la gestión integral de las funciones urbanas, pues una ciudad inteligente no puede ser solo para el que pueda pagarla. La ciudad inteligente debe usar la tecnología para mejorar el entendimiento y la gestión de los problemas de todos, pero, más allá de eso, la ciudad inteligente no debe limitarse a desarrollar soluciones tecnológicas para nuestros problemas cotidianos, sino que debe procurar ir más allá de la tecnología.
Antes que la tecnología, es tan o más inteligente una ciudad con instituciones sólidas y empáticas, una ciudad cuyas condiciones de gobernanza están basadas en escuchar y en ejecutar soluciones para todos sus habitantes. Antes que la tecnología, es tan o más inteligente una ciudad que aprovecha el capital social de su ciudadanía y que es capaz de evolucionar en conjunto con las soluciones colectivas que propone la gente. Una ciudad inteligente no es inteligente por sus capacidades tecnológicas, es inteligente por su capacidad de aprovechar el pensamiento colectivo para el beneficio de todos.
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Una ciudad inteligente no es una ciudad digitalizada, es una ciudad que escucha a su comunidad. En WRI México trabajamos para construir ciudades que ofrezcan oportunidades para todos. Mediante estudios propios hallamos que, en la Ciudad de México, por cada empleo formal al que puede acceder el 20% de la población de menores ingresos, hay 11 en la zona en la que vive el 20% de la población con mayores ingresos.
Esto ocurre también en el acceso al espacio púbico (1 a 6) y a los servicios de salud (1 a 9), educación (1 a 12 en universidades), y movilidad (1 a 9 en estaciones de transporte público masivo). Nuestro trabajo consiste en promover que se ofrezca a los ciudadanos la oportunidad de mejorar su situación familiar, mediante la articulación de las iniciativas de desarrollo urbano y el reparto más equitativo de las oportunidades que la ciudad debe ofrecer a todos. M.Ph.
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