OPINIÓN: Solo Trump tiene el poder de asustar a los estadounidenses
Nota del editor: Michael D'Antonio es autor del libro Never Enough: Donald Trump and the Pursuit of Success. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) - Mientras Estados Unidos sigue desconcertado por la semana de violencia que incluyó el asesinato de 13 ciudadanos judíos y afroestadounidenses, así como más de una docena de bombas caseras que llegaron por correo a personas a las que ha satanizado durante años, Donald Trump prometió hacer un discurso muy importante sobre la inmigración. Llegó a la presidencia acicateando el miedo a los inmigrantes, pintándolos como "criminales, narcotraficantes [y] violadores".
La paranoia estilo Trump respecto a los inmigrantes motivó al hombre acusado de matar a once personas en la sinagoga Árbol de la Vida en Pittsburgh. Si hace el discurso que prometió habrá que estar listos para que las cosas empeoren.
Trump se olvidó de la unidad y la decencia. Anunció que había gente 'muy buena' entre los nacionalistas blancos con antorchas que emulaban los mítines de las juventudes hitlerianas de la Alemania nazi
A estas alturas el mundo sabe que Trump cree que cambiar de opinión es signo de debilidad, no de sabiduría y que aprovechará cualquier oportunidad para sacar ventaja política. Horas después de los asesinatos en la sinagoga recurrió a una estrategia digna de la Asociación Nacional del Rifle y culpó a las víctimas por no tener un guardia armado en la entrada.
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Tras el frenesí que causó uno de sus superfans, quien envió bombas caseras por correo a una selección de personas que Trump ha satanizado, el presidente de Estados Unidos no dio muestras de contrición por los muchos años que ha dedicado a promover la ira y destacó que la prensa debe cambiar su actitud.
De hecho, la actitud de Trump ha sentado un clima de rabia, paranoia e inhibición que constituye el telón de fondo de la horripilante semana que pasó. Todo comenzó con un hombre blanco al que acusaron de ejecutar a dos clientes negros de un supermercado en Kentucky, quien murmuró que "los blancos no matan a los blancos".
Luego, ocurrió la campaña de las bombas por correo, ejecutada por un hombre cuya vagoneta está tapizada de calcomanías en apoyo a Trump y llenas de furia por aquellos a quien Trump considera sus enemigos.
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Finalmente, el templo en Pittsburgh fue presuntamente el escenario del ataque de Robert Bowers, quien escribió mensajes furiosos sobre las "caravanas" de migrantes y estaba enardecido porque una agencia judía prestó ayuda a los refugiados.
Trump ha despotricado repetidamente sobre las llamadas "caravanas", que en realidad se componen de personas que caminan juntas hacia Estados Unidos porque así se sienten más seguras. Las personas que buscan asilo y los refugiados no representan un peligro real, pero Trump y la prensa de derecha han sonado la alarma respecto a ellos e insinúan que entre ellos se ocultan terroristas y criminales.
Reemplazaron la palabra "caravana" por "invasores" e hicieron circular la idea de que los caminantes reciben donativos del filántropo judío George Soros. Haciendo eco de un viejo tropo antisemita sobre el "gobierno ocupado por los sionistas", un portavoz de Judicial Watch habló de un Departamento de Estado "ocupado por Soros" en el programa de Lou Dobbs, de la televisora Fox Business.
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Como los reportes exagerados sobre los caminantes llenan la prensa de derecha y las autoridades dicen sinsentidos sobre la presunta amenaza que representan, Trump dijo que podría "enviar a las fuerzas armadas" a detener a estos desharrapados; además, el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, hizo la descabellada afirmación de que todos los días capturan a diez terroristas en la frontera con México.
Desde hace varias semanas, Trump ha tratado de pintar a los inmigrantes como monstruos aterradores para que sus bases políticas salgan a votar en las próximas elecciones. También pensó que a sus simpatizantes les emocionaría la lucha por la nominación de Brett Kavanaugh a la Suprema Corte de Justicia; sin embargo, como las noticias de las bombas y los asesinatos ocuparon los titulares nacionales empezó a temer que dejaría de ser el centro de atención.
Los acontecimientos actuales, que él estimuló, han superado su intento de manipular al electorado. La gente tenía miedo, pero no de su "coco", sino de los criminales reales a los que él inspiró. Si contemplas el baño de sangre en Pittsburgh, del que está acusado Robert Bowers, y a los caminantes en México, te darás cuenta rápidamente que el odio es más aterrador que una columna de gente pobre que se abre paso a Estados Unidos desde Centroamérica a un ritmo de unos cuantos kilómetros al día.
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Tristemente, mientras el país se recupera, Trump sigue explotando los prejuicios. La semana pasada promovió públicamente la teoría de conspiración antisemita en la que se culpa al banquero y filántropo judío George Soros de casi todo lo que está mal en el mundo. Él ha jugado con la paranoia respecto a Soros en otras ocasiones, pero que lo haya hecho en la Casa Blanca, después de que se encontrara una bomba en casa de Soros, demostró hasta dónde llega su depravación.
La ocasión fue una reunión de simpatizantes en la que alguien gritó el nombre de Soros y otros corearon "enciérrenlo". Trump sonrió, señaló a los que hablaron y dijo "enciérrenlo". Esta declaración puso el sello presidencial en el fanatismo que conlleva un grado letal de peligro.
La energía oscura que mueve a la gente a hacer realidad las fantasías llenas de odio sobre "el otro" ha animado a Trump desde hace décadas. Primero, echó mano de la carta de la raza en la década de los setenta, cuando impugnó las demandas por discriminación en la distribución de vivienda: se quejó de que era la víctima de una "discriminación inversa". Su abogado, el nocivo Roy Cohn, dijo que las autoridades federales eran "tropas de asalto" y los comparó con la "Gestapo" de los nazis. (Cohn también le enseñó a Trump a nunca retroceder y a nunca dar explicaciones).
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En las décadas que siguieron a su derrota ante las autoridades federales, Trump hizo comentarios fanáticos sobre los negros, los judíos, los nativos americanos y las mujeres. Antes de que lo eligieran presidente defendió el movimiento que afirmaba que Barack Obama había nacido en el extranjero y que por ende era presidente ilegítimo. Ya como mandatario siguió sembrando el miedo e incitando a la gente. Los reporteros se volvieron los "enemigos del pueblo" y los demócratas son, según él, "antiestadounidenses" y "traidores".
Trump siempre está a favor del odio y la división, como lo dejó bien claro cuando los neonazis corearon "los judíos no nos reemplazarán" en Charlottesville, en 2017. Luego de que uno de los fanáticos matara con su auto a Heather Heyer, una mujer que participaba en la contraprotesta, Trump se olvidó de la unidad y la decencia y anunció que había "gente muy buena" entre los nacionalistas blancos con antorchas que emulaban los mítines de las juventudes hitlerianas de la Alemania nazi. (Incluso gritaban la vieja consigna nazi, "¡Sangre y tierra!").
Mientras Trump descuidaba su deber moral, la Liga Antidifamación catalogaba un incremento marcado en los delitos de odio antisemita. Durante el primer trimestre de su presidencia hubo un incremento del 86% y el incremento anual fue del 60%. La masacre en la sinagoga Árbol de la Vida fue una mezcla de antisemitismo asesino con paranoia antiinmigrantes. La relación de Trump con el tema de la inmigración es permanente.
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Claro que Trump no le dijo a nadie que aterrorizara al país con bombas caseras o que masacrara a personas inocentes; sin embargo, su deber como presidente es salvaguardar la paz, inspirar bondad, unificar al país e implementar correctivos claros en casos de odio.
Tras una semana de odio sin parangón en la historia moderna, Trump no da indicios de cumplir con su deber. Si cumple lo que prometió y da su gran discurso sobre la inmigración, lo más seguro es que habrá más de lo mismo. Eso fue lo que dio a entender la noche de la masacre, cuando encabezaba su segundo mitin del día y predijo que los próximos comicios "serán las elecciones de las caravanas, de los Kavanaughs, de la ley y el orden".
Ansioso por marcar la pauta sigue haciendo del odio su máxima prioridad.
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