El futuro incierto del G7

Los disensos al interior del G7 nos obligan a preguntarnos sobre el futuro incierto de este grupo de países que en conjunto representan el 40% del PIB global, opina Rina Mussali.
Pese a su membresía pequeña y relativamente homogénea ¿sobrevivirá el G7? ¿Podrá su entramado soportar las diferencias entre Estados Unidos y la Unión Europea en temas tan importantes como la OTAN?, apunta Rina Mussali.

(Expansión) – Biarritz, al sur de Francia, será sede de la próxima Cumbre del G7 que se llevará a cabo del 24 al 26 de agosto. Se trata de un grupo informal de países compuesto por las siete democracias más industrializadas del mundo, junto con la Unión Europea, que se reúne anualmente para debatir asuntos relacionados con la seguridad internacional, la gobernanza económica y los retos de la compleja actualidad.

Un “club exclusivo y excluyente” de países que expulsó a Rusia en 2014 y que no incorpora a China dentro del armazón de su toma de decisiones, dos ausencias claves que le restan posicionamiento y abonan a su falta de representatividad.

La Cumbre de este año cobra especial protagonismo, y no necesariamente por la agenda y las prioridades que Francia desea posicionar durante su presidencia: combatir la desigualdad de oportunidades, detener la degradación ambiental y promover mayores vínculos con África; sino por aquellos temas que saldrán a relucir durante los dos días de encuentros y desencuentros.

La guerra económica, comercial y tecnológica Estados Unidos-China, el escalamiento de las tensiones entre Washington y el Kremlin, la amenaza que concierne al estrecho de Ormuz, tras el abandondo de Estados Unidos del pacto nuclear con Irán, así como la posibilidad de materializar un brexit sin acuerdo, es decir, de manera salvaje y no civilizada, a menos que el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker y el nuevo primer ministro Boris Johnson encuentren un camino hacia la empatía en Biarritz.

Por si fuera poco, los nuevos episodios de la desaceleración económica global -la contracción económica de Reino Unido por primera vez en siete años y la recesión que bordea a Alemania- junto con los desaires políticos al medio ambiente y los esfuerzos inútiles para frenar la espiral armamentista y nuclear –ahí están los gestos recientes de Corea del Norte- nos hablan en palabras del papa Francisco de un “soberanismo exagerado” que nos puede conducir a un nuevo enfrentamiento mundial.

En medio de este desorden global, Rusia y China miran con gusto y expectativa las peleas internas creadas en el seno de la alianza euroatlántica, cuyas fisuras están derribando los pilares del orden internacional que se establecieron como producto del fin de la Segunda Guerra Mundial. Como botón de muestra, preocupa al eje franco-alemán el gobierno populista y antisistema de Matteo Salvini.

Italia, se ha convertido en el primer país miembro del G7 que ha decidido unirse a la Iniciativa de One Belt One Road de China, un cálculo geopolítico de gran calado que sacude los parámetros de su política exterior y prende las alarmas del mundo occidental, sin pasar por desapercibido del establishment estadounidense y del mismo Donald Trump, quien se encuentra enfrascado en una encrucijada para detener el ascenso de China como potencia global y que utiliza el garrote para desdeñar el multilateralismo, la cooperación internacional y la sensatez en las relaciones internacionales.

Los disensos al interior del G7 nos obligan a preguntarnos sobre el futuro incierto de este grupo de países que en conjunto representan el 40% del PIB global. Pese a su membresía pequeña y relativamente homogénea ¿sobrevivirá el G7? ¿Podrá su entramado soportar las diferencias entre Estados Unidos y la Unión Europea en temas tan importantes como la OTAN, el abandono de Washington del acuerdo nuclear de Irán, la salida del acuerdo de París para combatir el cambio climático, el golpe al acuerdo trasatlántico de comercio e inversión (TTIP) y hasta el traslado de la embajada de Estados Unidos a Jerusalém?

Otra prueba de ácido que pone en cuestión su fortaleza gira en torno a Venezuela, pese a que Estados Unidos y la UE reconocen al presidente interino Juan Guiadó, Bruselas rechaza una invasión militar y la política de extraterritorialidad que Trump busca imponer para castigar el régimen de Nicolás Maduro. Precisamente la imposición de nuevas sanciones a Venezuela abortó el diálogo entre el gobierno y la oposición en Barbados.

A esta lista de malos augurios cabe añadir la mala relación entre Washington y Moscú por una larga cadena de acontecimientos. El último eslabón fue la salida formal de Estados Unidos del Tratado de Misiles Nucleares (INF), lo que evita los candados para el desarrollo y despliegue de misiles balísticos de corto y mediano alcance, lo que naturalmente podría invitar a una nueva ola armamentista en este rubro.

Pese a que Mike Pompeo responsabilizó a Rusia de la muerte del Tratado, otro nodo de preocupación se cierne sobre el peligro de no continuar extendiendo la vigencia de otro entramado, el Start III, que termina en 2021 y por el que se han reducido arsenales de misiles y ojivas nucleares.

No podemos dejar de lado otros temas importantes. En las reuniones ministeriales del G7 se discutió sobre los impuestos digitales, la llamada “tasa google” y las implicaciones de la eventual circulación de la criptomoneda de Facebook, “Libra”, pues en este último caso se considera que una empresa particular no debe tener la posibilidad de crear una moneda soberana, ya que su uso podría ser objeto de financiamiento al terrorismo o lavado de dinero.

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Además, y como sucede cada año, se espera que en la contracumbre, a la que asistirán 80 organizaciones, se demuestre el enojo colectivo frente a los grandes titanes del mundo, la desigualdad rampante, el deterioro del planeta, la globalización dispar, así como mostrar particularmente la rabia en torno a la presidencia de Emmanuel Macron, que ha desencantado a propios y extraños y que como presidente de los trabajos del G7 ha permitido la participación de 10 ONGs, cifra muy inferior a la de otras cumbres.

Nota del editor: Rina Mussali es analista internacional y conductora de Vértice Internacional en el Canal del Congreso. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autora.

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