Gracias a ese tipo de tácticas, AOL llegó a un tamaño de valoración tal que, en uno de los movimientos financieros más célebres de la historia moderna, anunció el 11 de enero del 2000 la compra de Time-Warner, un conglomerado de medios tradicionales que era engullido por una novedosa compañía tecnológica y no al revés. El futuro, por fin, parecía haber llegado.
Sin embargo, la empresa que fue considerada el “gigante americano” de los servicios por internet en el mundo cayó en los 10 años siguientes hasta convertirse en una moraleja sobre echar demasiado pronto las campanas al vuelo, sobre todo cuando anunciamos revoluciones financieras.
Un par de burbujas tecnológicas y una monumental crisis mundial después, seguimos soñando con esos “unicornios” disruptivos que toman por asalto un mercado que nadie piensa que pueda modernizarse, lo alteran en su núcleo, y nos vuelven a cautivar con la idea de que avanzamos en el desarrollo de una humanidad con menos problemas y mejores condiciones de vida. Hasta que la economía, y sus reglas tiranas, se imponen de nuevo.
En las últimas semanas tuvimos varios ejemplos. El más sonado, WeWork, la famosa empresa de renta de oficinas integrales, la cual hizo público un acuerdo para que su principal inversionista, Soft Bank, le inyectará cinco billones de dólares adicionales a los 10 y medio que ya había suministrado para tratar de evitar las pérdidas de la compañía.
El arreglo puso en entredicho el modelo de una de las compañías más novedosas que existen, particularmente porque había modificado un mercado -el inmobiliario de oficinas- que parecía no tener demasiadas variantes en su estructura y en su manera de generar ingresos.