El machismo se ha expresado de diversas formas en tiempos de pandemia. Los resultados del activismo que se ha hecho para mejorar las condiciones de vida, trabajo, salud, educación para las mujeres, se están diluyendo. Anita Bhatia, directora ejecutiva adjunta de ONU Mujeres, lo ha planteado así: “Todo por lo que trabajamos, que ha tomado 25 años, podría perderse en un año”. Ellas lo viven en carne propia: más violencia y discriminación en casa, perdidas salariales y de empleo, largas jornadas de cuidado, deterioro en su salud…
Los “machismos cotidianos” (o “micro machismos”) han estado muy presentes. El prolongado confinamiento los ha disparado, pero en realidad siempre han estado ahí; son muy comunes, en ocasiones es difícil identificarlos y hasta los consideramos como parte de la normalidad, pero los tenemos muy interiorizados y son como el aire que respiramos. Ningún hombre nos salvamos. Ninguno.
Los “machismos cotidianos” pasan todo el tiempo en las oficinas. Una primera manifestación es muy evidente: la falta de mujeres en puestos clave. Una expresión cotidiana del machismo se basa en considerar que los puestos de poder solo recaen en los hombres porque tienen mejores predisposiciones y talentos naturales. Otra manifestación ocurre con los piropos, que se acentúan en un ambiente relajado y, entonces, se piensa que hay un permiso habilitado para lanzar algún piropo. Otra manifestación es el acoso, el hostigamiento. Pero hay muchas más.
El trabajo en casa, lejos de reducir los “machismos cotidianos”, los ha intensificado. El breve testimonio con el que arranca esta historia es repetido por varios hombres, cuenta Nicko Nogués, fundador y director del Instituto #demachosaHOMBRES. “Los hombres no sienten tener el control en casa y de ahí se derivan los abusos con la pareja, los gritos, la violencia, los impactos en la salud mental en los integrantes de la familia. El problema es que no tienen la más remota idea de cómo atender esta situación pues piensan que pedir ayuda es de débiles”.
Por otro lado, la discriminación ha viajado por videoconferencias y ocurre, por ejemplo, cuando aparece el empleado explicando algo que una de sus compañeras ya hizo, en una clara señal de que él puede explicarlo mejor que ella. ¿Qué necesidad hay de eso?
Otra actitud es quien dice: “Yo no soy machista porque ayudo en casa”. Eso demuestra una mente que asume que cuando ayuda a alguien es porque da por hecho que eso no le toca. El “machismo cotidiano” lo explica así: “Ese tema de la casa no es mío, pero como soy buen tipo te ayudo”. Mal. No le demos vueltas: las mujeres hacen todo el trabajo de cuidado, vivimos en una sociedad donde hay muchas paternidades ausentes o los padres no se hacen cargo de los trabajos de la casa.
¿Hasta cuándo? La pandemia vino a descomponer las circunstancias para las mujeres, pero al margen de ésta ya tenemos toneladas de información en torno de los enormes beneficios que ellas generan en la actividad económica y en los negocios.
Para aquellos capitalistas salvajes, ellas son una gran inversión. El IMCO estima que para 2030 el PIB podría ser 15% mayor si el gobierno y el sector privado implementaran acciones para sumar a 8.2 millones de mujeres a la economía. Ya es hora de entender que ellas significan un elemento fundamental en la estrategia de negocio, al tiempo que contribuyen a detonar un mejor ambiente de trabajo, creatividad, lealtad, menor rotación, ahorros.