La emergencia sanitaria permitió esta colaboración y diálogo empático entre el negocio y la tecnología, que a veces es tan difícil de lograr. Incluso, terminó con los debates para enfocarnos colectivamente sobre un objetivo común: sobrevivir.
El sentido de urgencia compartido nos permitió hacer milagros: sacar adelante proyectos de años, en semanas o meses. Los equipos de TI se transformaron en superhéroes para permitir que el negocio continúe vendiendo, soporte y colabore.
Esta crisis demostró su rol central para todos los negocios, cualesquiera que sean. Confirmó mi mantra desde años: tecnología es negocio y negocio es tecnología.
Pero estos beneficios vinieron también con un costo alto: el crecimiento del cibercrimen. Este rol central de la tecnología y la necesidad de cambios acelerados, en un contexto de trabajo remoto nos expuso a riesgos exponenciales de seguridad.
Los ciberdelincuentes aprovecharon la crisis para reforzar sus actividades con habilidades más avanzadas y presión más intensa sobre todos los actores de la economía.
No existe organización 100% segura. Los modos de ataque son múltiples y evolucionan siempre e inician con nuestros correos. En 2020, a nivel mundial, México ocupó el séptimo puesto en la recepción de correos con archivos adjuntos maliciosos o enlaces a sitios de phishing, con 3.34% del total.
Otro factor de riesgo son nuestros propios colaboradores, algunos estudios muestran que 62% de los incidentes de seguridad ocurren por descuido de empleados.
¿Cómo salir de la postura de víctima en esta situación? Sí, es obvio que todas las compañías deben reforzar sus inversiones en seguridad y garantizar una actualización constante de sus herramientas de protección, control y monitoreo.