Esta, lastimosamente es una historia real, pero no de María, sino de muchas personas como ella, respecto de las cuales hemos puesto una etiqueta que resulta sumamente preocupante.
Los más recientes datos del INEGI (2020) hablan por sí solos: los demográficos señalan que en México hay cerca de 21 millones de personas con discapacidad, de las cuales un millón señala tener capacidad para trabajar. De este pequeño grupo, apenas 12,000 personas tienen un título universitario y 3,600 se encuentran laboralmente activas. Hasta aquí el panorama es desolador, pero se pone peor. Menos del 0.01% de las personas con discapacidad que pueden trabajar están en una posición de gerencia o supervisión.
Si suponemos la precisión de estas cifras llegamos a la triste realidad: un poco más de un centenar de personas con discapacidad tiene un puesto de confianza. Si lo comparamos con las 21 millones de personas que hacen parte del censo, no nos alcanzan los ceros para mostrar el nano cosmos.
Es momento de ser realmente francos: mientras los logros de las mujeres en la dirección y de la comunidad LGBT+ en este mismo grupo muestran cifras con inmensas áreas de oportunidad, la discapacidad es sin duda una tarea donde la calificación que nos corresponde es vergonzosa.
Por una parte, hemos limitado la capacidad de empleo a posiciones bajas en las organizaciones, principalmente a los centros de contacto y centros de operaciones. Por la otra, nos hemos concentrado (por poner un término) en ciertos aspectos de la discapacidad física, abandonando todo el espectro que implica la discapacidad con sus múltiples aristas.
La barrera de la pobreza es la primera que se impone como una brecha infinita con inmensas dificultades para sobrepasar, que no se diga de las condiciones de accesibilidad que son extremadamente limitadas, encerrando a las personas con discapacidad en la seguridad de sus casas.
Vemos rankings relevantes a nivel global y nacional respecto de mujeres, las empresas más destacadas en inclusión, destacadas iniciativas en materia racial, los 20 ejecutivos más relevantes de la comunidad LGBT+. Pero de la discapacidad, el trabajo dedicado de Teletón, ¡éntrale!, Juntos y otras entidades, se ve reflejado en la habilitación para la viabilidad laboral, pero no traducido en personas con discapacidad en la dirección de las empresas, de la sociedad o de la política.
El propio trabajo de la CONAPRED es reactivo, no proactivo. Producto de ello tenemos a la discapacidad encerrada en casa y en un 1% desaparecida en el “clóset” de los centros de operaciones.