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El emprendedor se hace

El emprendedor no nace, se hace, en un proceso tortuoso, muchas veces en una soledad terrible que sirve de reflexión a lo que nos inspira o nos detiene, considera Heberto Taracena Blé.
jue 22 diciembre 2022 06:10 AM
Y sí, el emprendedor se hace
El emprendedor no nace, se hace en un viaje sin retorno a lo que antes fuimos. Aunque serlo no venga con la garantía incluida de poder lograr todo lo que soñamos o lo que nos quitó el sueño, señala Heberto Taracena Blé.

(Expansión) - El 15 de abril del año 2000 tomé una de las decisiones más importantes de mi vida profesional. Con la cara pálida y descompuesta, frente a quienes serían mis futuros socios, tomaba la decisión de abandonar un trabajo retador y que satisfacía mis ansias de insecure overachiever -en esos días trabajaba en McKinsey & Co., una de las empresas de consultoría más importantes del mundo-.

Dejaba un sueldo en dólares por un ingreso en economía informal de 7,000 pesos al mes, en una empresa que yo mismo cofundaba en un sector que tenía un gran futuro y muy poco presente.

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Hay jóvenes que son educados desde pequeños para emprender, mi vida fue distinta. Nací en Tabasco y, todavía hoy, si en un salón de clases de primaria se les pregunta a los niños qué quisieran ser de grandes, la respuesta más ajena sigue siendo ser emprendedor. El emprendimiento es un concepto extraño para los jóvenes y no tan jóvenes en una buena parte de México. Las noticias sobre unicornios, zebras o camellos, rondas de capital y chavos galanes, vestidos a la Steve Jobs en las portadas de revistas de negocios, son totalmente ignoradas en una buena parte de México como para poder inspirar el futuro de alguien.

Como muchos jóvenes tabasqueños aspiracionistas, en medio del calor y unos padres extraordinarios, pensaba que ser político era mi deber. Me había convencido mi entorno de niño nerd; tenía buenas calificaciones, sabía dar discursos en público y podía mover las manos con la gallardía de un Miss México con acentos tropicales.

Ya para principios del año 2000 había estudiado la Licenciatura en Economía en el ITAM y una Maestría en Políticas Públicas en Harvard, había trabajado de achichincle de tecnócrata en la reforma al sistema de pensiones mexicano, en la administración pública tabasqueña y nuevamente de achichincle en una campaña a diputado federal. Si estaba trabajando en consultoría era porque sonaba interesante, aprendía, pero, sobre todo, porque estaba a la caza de una oportunidad para cumplir mi supuesto destino. Así, en la antesala de un cuadro de ansiedad, el 1 de mayo del año 2000 di el salto a ser parte, junto a cuatro cofundadores, de Metroscubicos.com, mi primer emprendimiento.

Hoy describo aquel momento de forma totalmente distinta a la que utilicé en aquel entonces. La palabra emprender y toda la plétora de acrónimos que hoy se utilizan para adjetivar al emprendimiento no existían. Por accidente, por suerte o por necio, fue hasta el año 2004, cuatro años después, que me asumí conscientemente como emprendedor; fui elegido Emprendedor Endeavor y había conocido una serie de jóvenes más o menos igual de desorientados y solos, profesionalmente, que yo.

La palabra emprendedor la empezamos a sentir cómoda para describirnos, para burlarnos de nuestras aspiraciones, para crear nuestro propio muro de lamentaciones cotidiano junto con visiones y alucinaciones de éxito. Era tomar nombre, pero, sobre toto, ser parte de una comunidad, una red que efectivamente era más fuerte que cada individuo en solitario.

Tener un sustantivo al cual apelar para autodescribirse hizo más fácil el digerir que traicionaba lo que mi entorno familiar, social, y yo mismo pensé que se esperaba de mí. Me sentí cómodo en mi trabajo de siete días de la semana, de ingresos raquíticos, y de emociones y aprendizajes que me motivaban a empezar todos los días con un ánimo a prueba de estrés y angustia.

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El emprendedor no nace, se hace, en un proceso tortuoso, muchas veces en una soledad terrible que sirve de reflexión a lo que nos inspira o nos detiene. Muchos hemos requerido meses o años para desatorarse del pasado, de las expectativas que hemos construido sobre una profesión distinta, aquellas que tienen nombres y apellidos y se enseñan en las universidades para hacernos funcionales, para vernos bien, para regalarle un título a los padres, para complacer nuestra inseguridad y sentido de éxito, pero que se sienten vacías en lo más oscuro de una buena desvelada.

El emprendedor se hace y cada uno le otorga calificativos distintos. Las definiciones de diccionario quedan muy cortas. Espero que esto no le quite el sueño a nadie en la Real Academia de la Lengua Española, pero definir emprender como “acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro “, es de muy poco mérito o interés.

Es una definición en la que todo suena fácil, cuando en realidad es de las cosas más brutalmente cabronas que existen. Emprender es dejar de mover tuercas, dejar de repetir rutinas impuestas, abandonar la chamba-inercia y proponer un modelo distinto de vida, tomar un camino donde los buenos días y las buenas noches son solo incertidumbre compensada con mucha, muchísima, esperanza.

Ser emprendedor es una profesión, es empezar y nunca acabar, con adjetivos y rutinas instintivas guiadas por la ambición, una misión o la pura inercia. Un emprendedor no solo se hace, sino que se sigue haciendo en un estilo de vida que resulta imposible abandonar.

Pero definir emprendimiento y emprendedor, a profundidad, espero sea parte de otro artículo. Por el momento dejo esto hasta aquí. El emprendedor no nace, se hace en un viaje sin retorno a lo que antes fuimos. Aunque serlo no venga con la garantía incluida de poder lograr todo lo que soñamos o lo que nos quitó el sueño.

PD. Agradezco a Grupo Editorial Expansión por este espacio. Escribir, con todo lo que esto implica, es un nuevo emprendimiento al que siempre he tenido respeto y muchas veces miedo.

Nota del editor: Heberto Taracena Blé es Licenciado en Economía por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). Estudió la Maestría en Políticas Públicas en la Universidad de Harvard, especializándose en estadística aplicada y política comparada. Ha sido consultor en el Banco Mundial en Washington, D.C., y asociado en la empresa McKinsey & Company. Ha sido profesor en el Colegio de México y en el ITAM. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión.

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