(Expansión) - Me resulta indignante escuchar generalizaciones sobre la imagen del empresario mexicano. Hace pocos días, en medio de una plática de sobremesa entre amigos, uno de los tertulianos dejó una conclusión que me sigue generando molestia. Para señalar el dispendio, el exceso irreflexivo, el consumo para demostrarse distinto, mi amigo concluía que “…esa era la conducta típica del empresario mexicano”. La frase no parecía estar sujeta a demostraciones, era una especie de veredicto social incuestionable a la que varios asentían como si se tratase de quemar brujas en el siglo XVII.
No todos los empresarios son iguales, ni en origen ni en motivadores. Ser empresario en México es lidiar con inconvenientes: inseguridad, un sistema hacendario y de seguridad social que los exprime, intermediarios financieros que prestan a tasas desmesuradas o simplemente no prestan, políticas públicas inexistentes o amenazadoras y, por si fuera poco, caracterizaciones molestas que caricaturizan a lo peor del sector y no al empresario promedio que prospera a partir de tomar riesgos, organizar recursos, y sobrevivir en medio de ríos permanentemente revueltos.