El candidato suplente decidió ser presidente, y no un mero cómplice que asumiera como propias las inusitadas decisiones adoptadas por su antecesor. De haberlo hecho, el pasado lo hubiera alcanzado rápidamente, era imposible mantener por mucho tiempo el engaño. La banca, recientemente vendida, estaba quebrada. Los Tesobonos tenían un vencimiento masivo a menos de 12 meses. La reserva de activos internacionales, en apenas nueve meses, se había mermado tanto, que era cuestión de tiempo el tener que hacer severos ajustes.
El otrora poderoso Carlos Salinas de Gortari pensó en emprender acciones de retaliación, tras haber dado un penoso espectáculo que denominó huelga de hambre. Sin embargo, la intensa persecución a uno de sus hermanos lo devolvió al orden. Se desterró a una dorada jaula. El mensaje gubernamental fue claro y contundente, de insistir en enfrentar al detentador de la silla, recibiría un trato semejante al que le dieron a quien antes fuera intocable, expedientes sobraban.
El país que hacía poco tiempo había recuperado el grado de inversión, ya no se preocupaba por las calificadoras, sino por poder fondear los más urgentes pagos a su cargo. Éstas, como de costumbre, suelen ser las últimas en enterarse de que las cosas andan mal. Entonces, como ahora, juegan al conflicto de interés, teniendo un área de evaluación, y otra de consultoría, ésta última anula a la primera, si los honorarios o compensaciones son los adecuados. Sí, eso tampoco ha cambiado.
Una vez más, los expertos financieros tuvieron que hacer cuentas para usar la factura petrolera como respaldo de enormes apoyos financieros. En ese entonces, el oro negro daba a nuestro país la oportunidad de salir adelante. Hoy, el oro se ha transformado en hoyo, y lo que entra a la entidad pública que lo administra, no se vuelve a ver. Entre las mentiras que cuenta su Consejo de Administración y la connivencia de las colocadoras de títulos, ese engendro sólo ofrece una seguridad, el de que se tragará, de manera no rentable, todo lo que esté a su alcance, ya no es fuente de pago, sino de problemas.
Por eso es buen momento para vernos en el espejo de hace 30 años, para ver qué tanto nos parecemos a aquella nación que enfrentó una brutal caída del PIB. Hay que valorar si en realidad neoliberales y neopopulistas son tan distintos. Todo hoy parece apuntar a que son dos lados del mismo problema, y que caiga la moneda, como caiga, es la ciudadanía la que siempre acaba pagando los platos rotos. Parece que hemos vuelto al mismo punto, pero más pobres.
La banca mexicana gana, pero México pierde. El absurdo, e impresentable margen financiero es una de las causas de la falta de crecimiento económico, siendo una de las variables que, conscientemente, el presidente saliente mantuvo como parte de un acuerdo para no ser cuestionado por su falta de pericia en asuntos financieros. Se echó a la bolsa a los banqueros, y ellos se echaron a la bolsa los ahorros de los mexicanos. Los dueños, bajo una muy laxa, si no es que inexistente, supervisión bancaria, han podido decretar utilidades históricas, granjeando a los accionistas importantes caudales, pero la cartera vencida, tarde o temprano, presentará su cara más dura. En plata, saldrían debiendo, de hacerse una revisión profesional y técnica, pero lo repartido ya no regresará. El problema de capitalización es ahora, de la presidenta entrante. Seguro, querrá patearlo hacia adelante, como hizo Salinas.
Los economistas suelen pensar que ese problema no es urgente, y hasta que es manejable, pero cambian de parecer cuando la inflación comienza a salírseles de la mano, y los banqueros, ante la dificultad de llevar al cabo la cobranza, prefieren cerrar la llave. ¿Cómo se cobra en un país sujeto al más inusitado experimento de alquimia judicial? Nadie lo sabe, pero nada se politiza más que la cartera vencida?
Si bien es cierto que el equivalente neoliberal del actual residente de palacio alcanzó y mantuvo un mejor nivel de popularidad que éste, también lo es que, en el terreno de la arrogancia, es difícil saber quién aventaja a quien. Al concluir el sexenio, años de lisonjera saliva dieron paso al magro sabor de los malos resultados. La fragilidad de la república, antes y ahora, no pudo, ni puede, ser remediada con los vanos discursos que, irremediable e insufriblemente, salen del legislativo. El sucesor, tarde o temprano, tiene que elegir, y no será el pellejo propio el que lance a las fieras.
Claramente la fiscalización superior de la Federación falló, abundaron programas, rescates y muy diversas operaciones que no sólo no estaban previstos en el presupuesto de egresos, sino que eran imposibles de prever, ya que surgieron de la creativa y fantasiosa imaginación del presidente, a quien, al calor de su perorata matinal, no le importó que existiera partida con cargo a la cual se materializaran sus muy abundantes caprichos. El enorme miedo que persistentemente mostró el titular de la ASF anuló por completo la cuenta pública e hizo nugatorio el artículo 126 de la Constitución. Es por ello que el titular del Ejecutivo Federal administró e hizo justicia por propia mano, estableciendo enormes adeudos tributarios que nadie se atrevió a objetar, sin que los mexicanos contaran, a lo largo del sexenio, con un medio razonablemente aceptable de defensa. La forma en que se determinaron contribuciones y se presionó a los contribuyentes sólo encuentra comparación con algunos de los más primitivos regímenes medievales.
La SCJN pensó que mantendría a gusto al detentador de la silla, aceptándole todo tipo de atropellos en vulneración de la equidad, la transparencia y la seguridad jurídica. Sí, en materia administrativa, pero, sobre todo, fiscal, se le aprobaron los más aberrantes y absurdos criterios de injusticia. Quien diría que, con el paso del tiempo, los cómplices del autoritario caminar del tabasqueño acabarían siendo las víctimas de su última persecución. Quisieron ponerse de pie, asumiendo, tardíamente, el papel de guardián de la Constitución, no por valor o decoro profesional, sino sabiendo que el Ejecutivo no se enfrentaría sólo a ellos, sino que, detrás de todo, estarían poderosos intereses internacionales. Fue demasiado tarde, le permitieron fondear la más abusiva y despiada antecampaña, precampaña y campaña electoral que haya visto el país, con lo cual, se dice, aseguró los votos necesarios en el más reciente proceso comicial, aunque, sólo con el tiempo, sabremos cual fue realmente el factor decisivo.
Al no haber previsión presupuestaria, lo ingresos extraordinarios y excepcionales, procedentes de la oficial extorsión, sufragaron los dispendiosos, pero opacos, programas sociales. Posteriormente, se echó mano de recursos que no tenían fecha de pago en el presente sexenio, acabando con fondos, reservas y fideicomisos, para, finalmente, asumir el mayor endeudamiento de la historia reciente, creando con ello un déficit impresentable. El objetivo se logró, se financió, haiga sido como haiga sido, un exitoso plan sexenal de compra y cooptación del voto. Tal estrategia fue la ejecutada por Echeverría, López Portillo y De la Madrid, quienes pusieron de rodillas a las finanzas públicas. Salinas sólo nadó de muertito, como el nuevo innombrable.