Con esa preocupación y tormento, Trump gobierna a toda velocidad para entregar resultados antes de las elecciones intermedias del 2026 y de cara a las presidenciales de noviembre del 2028. Con estos tiempos se siente asfixiado, frustrado y en desventaja de tener que lidiar con los límites demócraticos que atemperan sus grandezas de poder. Su plan interior: bromear, repetir y materializar la posibilidad de presentarse a un tercer mandato al tiempo de preparar a la dinastía Trump para nuevos cargos públicos.
Su plan exterior: permitir que Putin se quede con una quinta parte de Ucrania, y que China siga ambicionando la reincorporación de Taiwán y algunas islas del mar de China Oriental a cambio de una política transaccional que ya tiene precio: comprar Groenlandia y recuperar el Canal de Panamá sin que Moscú y Beijing se opongan. De esta manera, se inaugura un nuevo reparto territorial internacional consensuado y guiado por los instintos primitivos de las potencias centrales y sistémicas, sepultando el Derecho Internacional y el orden liberal que se construyó como producto del fin de la Segunda Guerra Mundial.
Precisamente, el segundo mandato trumpista estará marcado por su legado, y la forma de conseguir la grandeza de Estados Unidos: apelando al nacionalismo, excepcionalismo e imperialismo que cimbró un momento cúspide cuando propuso que Canadá se convirtiera en el estado número 51. Una de las multivías para lograrlo será apelando a una narrativa montada sobre la “decadencia de Estados Unidos” y su “misión” de revertir el asedio y la explotación que le propina el resto del mundo.
Trump ha desplegado y repetido todo un repertorio de mensajes que presentan a la gran potencia como víctima de un sistema global injusto, argumentando la necesidad de renegociar o retirarse de acuerdos porque el mundo les roba, los estafa, les da la espalda y se aprovecha. Para él, los inmigrantes los invaden, la Unión Europea gorronea su defensa a costa de sus impuestos, México les envía drogas y China, además de ser portadora de la pandemia es una competidora desleal.
Bajo su comportamiento estelar de víctima, Trump busca culpar a otros, empoderar sus simpatías electorales y justificar su visión geopolítica prometiendo “perseguir nuestro Destino Manifesto hasta las estrellas, incluso hasta Marte”. En su discurso inaugural del pasado 20 de enero señaló que “Estados Unidos volverá a considerarse una nación en crecimiento, una nación que aumenta su riqueza y expande su territorio, construye ciudades, eleva sus expectativas y lleva su bandera a nuevos y hermosos horizontes”.