Sin embargo, la aceleración tecnológica no ha ido de la mano con la cultura de protección que deberían tener estos activos y eso representa un riesgo latente. A medida que las empresas integran nuevas soluciones digitales, la proliferación de APIs crece exponencialmente. Pero, junto a este crecimiento, también se expande una amenaza silenciosa: su falta de resguardo. En muchos casos, las organizaciones ni siquiera saben cuántas APIs tienen activas, mucho menos cómo están expuestas o qué información manejan.
La paradoja es clara, las APIs son herramientas esenciales para escalar modelos digitales, automatizar procesos y generar experiencias fluidas para el usuario, pero, al mismo tiempo, se han convertido en puertas traseras inadvertidas que los atacantes están explotando. Esto lo confirma el 2025 API Blindspots and Breakthroughs: How CISOs Are Approaching API Risk Survey Report , que encuestó a 300 líderes de seguridad informática en empresas de todo el mundo, llegando a la conclusión de que solo el 17% cuenta con una estrategia específica para proteger sus APIs.
Lo preocupante no es solo la cifra, sino lo que representa: un 83% de compañías navegando a ciegas, abriendo sus sistemas a posibles accesos no autorizados, filtraciones de datos críticos, interrupciones de servicio o, incluso, pérdidas operativas severas. Una API comprometida puede ser el primer paso para escalar lateralmente dentro de una red organizacional, tomando control sobre información sensible o paralizando aplicaciones clave para el negocio.
Para nosotros como ciudadanos, los riesgos de una API vulnerable pueden parecer lejanos o técnicos, pero sus consecuencias son concretas. ¿Qué ocurre si una FinTech, por ejemplo, pierde el control de una API que conecta con cuentas bancarias? ¿O si un hospital sufre un acceso indebido a través de su sistema de gestión médica en la nube? En estos contextos, el robo de datos personales, fraudes, secuestro de cuentas y fallos en servicios esenciales ya no son escenarios hipotéticos, son realidades documentadas en múltiples sectores.
Parte del problema radica en que estas interfaces no suelen formar parte del inventario visible de riesgos. No están en los informes financieros ni en las gráficas del área comercial, pero son tan críticas como cualquier otro activo estratégico.
Una estrategia digital que ignora la seguridad de sus APIs es, en esencia, una estructura inestable. No importa cuántos recursos se inviertan en innovación, inteligencia artificial o analítica de datos si los cimientos están expuestos. Es como construir un rascacielos sobre una base agrietada, basta un pequeño temblor para que todo se venga abajo.
La visibilidad es clave. No se puede proteger lo que no se conoce. Y el primer paso es tener un inventario completo y actualizado de todas las APIs activas —internas y externas— junto con información sobre quién las usa, cómo se accede a ellas y qué datos manipulan.
A esto se suma la necesidad de establecer políticas de autenticación robustas, monitoreo con inteligencia artificial y pruebas de penetración específicas para este tipo de interfaces. Todo ello bajo una gobernanza clara y con apoyo directo del liderazgo ejecutivo.