Septiembre es, a nivel global, el mes de la prevención del suicidio. En principio, podría parecer un tema ajeno a las páginas que suelen ocuparse de economía, finanzas, innovación o emprendimiento; sin embargo, la realidad nos demuestra lo contrario, porque hablar de salud mental y prevención del suicidio también es hablar del futuro de nuestra sociedad. La vida humana, al final, es el capital más valioso de cualquier economía.
Septiembre y la prevención del suicidio

Las empresas enfrentan pérdidas de productividad vinculadas al ausentismo, la rotación de personal y el desgaste emocional de los equipos que atraviesan situaciones de salud mental, entre los que destacan la depresión y los trastornos relacionados con ésta. De ahí que, la salud mental no es un tema periférico, sino central en la agenda de quienes toman decisiones en los sectores empresarial, financiero y tecnológico.
No hablar del tema tiene un precio; en las compañías, evitar conversaciones sobre salud mental genera culturas laborales rígidas, donde el desgaste emocional se oculta hasta que resulta incontrolable. Por su parte, en la sociedad, el estigma frena a las personas que podrían buscar ayuda, mientras que, en la economía, no atender este problema significa comprometer la innovación, la creatividad y la capacidad de riesgo calculado.
Si aceptamos que la economía no es sólo un conjunto de transacciones, sino un entramado de relaciones humanas, entenderemos que la prevención del suicidio también es una estrategia de desarrollo económico. Ninguna corporación puede crecer sobre la base de trabajadores agotados o con miedo de reconocer sus vulnerabilidades. Ningún país puede aspirar a la competitividad si su población no encuentra sentido en el futuro.
Por ello, es posible afirmar que el futuro de la economía pasa por la integración de la salud mental en los modelos de negocio; es decir, en corporativos de referencia global —que han entendido que el bienestar emocional es tan importante como la capacitación técnica— cada vez es más frecuente escuchar hablar de programas de apoyo psicológico, esquemas de flexibilidad laboral, espacios de escucha activa y formación en liderazgo empático.
Ahora bien, el reto no se limita a las grandes multinacionales, sino que también se abre una oportunidad a las pequeñas y medianas empresas, quienes están en posibilidad de crear modelos de negocio que no midan únicamente su éxito en términos de crecimiento económico, sino en la capacidad de generar entornos sostenibles y humanos con la finalidad de reinventar las formas en que se cuida de las personas que sostienen esos proyectos.
Hablar de suicidio en un medio de economía y negocios no es un desvío del camino, en cambio, es reconocer que la riqueza más importante —la humana— necesita protección. Para quienes lideran organizaciones, la decisión inmediata es clara: integrar la prevención y el cuidado de la salud mental en sus políticas corporativas. No basta con ofrecer beneficios en papel; es necesario construir culturas organizacionales que legitimen la vulnerabilidad y que reconozcan que pedir ayuda no es una señal de debilidad, sino de fortaleza.
Para los emprendedores, la decisión empieza al reconocer que el ritmo acelerado de la innovación no debe cobrar factura en la salud personal. Emprender no significa desgastarse hasta el límite, sino encontrar modelos sostenibles de trabajo que permitan crecer con equilibrio. Y para los responsables de políticas públicas, la acción requiere articular estrategias que vinculen la salud mental con la competitividad económica y la cohesión social.
Hablar de cifras y de productividad es necesario, pero nunca suficiente. Detrás de cada estadística hay una historia interrumpida, una familia afectada, un proyecto de vida que quedó trunco. Recordar esto es vital para no caer en la frialdad de los números.
La prevención del suicidio no se logra únicamente con programas gubernamentales o corporativos, también se construye en lo cotidiano, en la empatía con los colegas, en la disposición de escuchar sin juicio, en la creación de entornos donde la persona se sienta acompañada; al final, la economía también se trata de confianza, confianza en los mercados, en las instituciones, pero, sobre todo, en la vida misma.
Este septiembre, mes de la prevención del suicidio, tenemos la oportunidad de abrir una conversación que trasciende lo individual, es un tema de humanidad, pero también de economía y de futuro. Hablar de salud mental en los negocios, en las finanzas o en la tecnología no es un lujo, sino una urgencia.
Si queremos sociedades innovadoras, compañías competitivas y economías sostenibles, debemos empezar por lo más elemental: cuidar de la vida porque esa es la inversión más rentable, y la única que garantiza que todo lo demás tenga sentido.
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Nota del eitor: Alba Yaneli Bello es jueza de distrito. Síguela en Instagram como @Lalicbello Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
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