Un caso reciente fue el de la banda King Gizzard & The Lizard Wizard, quienes descubrieron que Spotify alojaba un álbum que no habían grabado. La música imitaba su estilo psicodélico, la portada parecía coherente con su estética y el nombre del grupo aparecía como autor legítimo. Sin embargo, nadie en la banda había participado en su creación y se trataba de un clon generado por IA, publicado por un tercero anónimo y distribuido como si fuera parte de su discografía oficial.
El caso, documentado por The Guardian, expusó como las plataformas de streaming priorizan la velocidad y el volumen sobre la autenticidad y como el sistema confía en agregadores digitales que, a su vez, confían en quien sube el contenido. La suplantación se materializa en la plataforma que monetiza las reproducciones y refuerza la visibilidad del fraude mediante recomendaciones algorítmicas.
Además con cada reproducción del álbum falso se drenaban ingresos potenciales para artistas como King Gizzard.
“Spotify prohíbe estrictamente cualquier forma de suplantación de artistas. El contenido en cuestión fue retirado por violar nuestras políticas y no se pagaron regalías por ninguna de las reproducciones generadas”, señaló un vocero de Spotify sobre este caso particular.
Aunque la plataforma retiró el contenido, algunas de estas pistas falsas llegaron a ser recomendadas por algoritmos automáticos como Release Radar o Discover Weekly, sumando decenas de miles de reproducciones antes de ser retiradas.
Sin embargo, el fenómeno avanza silenciosamente, pues basta con subir archivos, registrar metadatos falsos y dejar que los algoritmos hagan el resto. De acuerdo con cifras de Luminate, una firma de análisis de streaming, cada día se suben más de 100,000 canciones nuevas al día, por lo que la verificación es complicada de hacer por humanos, y los filtros de IA de las plataformas son insuficientes.