El origen de las calaveras de azúcar
La tradición tiene su raíz en los antiguos altares conocidos como tzompantli, que eran estructuras donde se colocaban cráneos humanos como ofrenda a los dioses.
De acuerdo con la Secretaría de Agricultura, los pueblos mesoamericanos entendían la muerte como el cierre de una etapa que continuaba en otro plano, y los cráneos simbolizaban el paso de una vida terrenal a una espiritual.
Con la llegada de los españoles, esta práctica se transformó. La conmemoración indígena de los muertos coincidió con la festividad católica de los Fieles Difuntos, lo que dio origen a nuevas formas de representación. De esa fusión nació la calavera de azúcar, elaborada mediante la técnica del alfeñique, un caramelo hecho con azúcar de caña y moldeado a mano.
Cada región del país adaptó la receta: en Puebla se agregan cacahuates o pepitas; en Oaxaca, miel en el centro; y en el Estado de México, pasta de almendras. Con el tiempo también se incorporaron otros ingredientes como amaranto o chocolate, aunque el principio artesanal y simbólico se mantiene.
Su presencia en los altares y el significado de su forma
Las calaveras de azúcar representan la continuidad entre la vida y la muerte. Al colocarlas en la ofrenda, se reconoce la fragilidad humana y se recuerda a los difuntos, pero también se mantiene viva la tradición del Día de Muertos.
Esta figura conserva su vínculo con el dios Mictlantecuhtli, señor del inframundo, a quien los pueblos antiguos dedicaban ofrendas. Las calaveras de azúcar actuales simbolizan ese tránsito y el respeto por quienes ya no están.
Su tamaño también tiene sentido: las calaveras pequeñas representan a los niños, mientras que las grandes se asocian con los adultos. Su colorido obedece al carácter festivo de la fecha. En lugar de representar la muerte como final, expresan la continuidad de la vida en la memoria colectiva.
Por qué algunas calaveras de azúcar tienen nombres escritos
Escribir el nombre de una persona en una calavera tiene el propósito de recordarle que “en este mundo, lo único seguro es la muerte”. Esta costumbre mantiene el tono simbólico y reflexivo del Día de Muertos: reconocer la mortalidad como parte del ciclo vital.
Las fuentes coinciden en que una calavera con nombre puede colocarse en el altar de un familiar fallecido para honrar su memoria, o bien regalarse a alguien vivo como recordatorio de que la muerte forma parte natural de la existencia. En ambos casos, el gesto busca mantener el vínculo con el mundo espiritual, sin connotaciones negativas.
En los altares, las calaveras personalizadas se integran junto a fotografías, bebidas o platillos, reforzando la idea de que cada elemento tiene un papel en la evocación de los difuntos.
Cómo se elaboran y qué representan los colores
El alfeñique, base de la calavera tradicional, se prepara con azúcar, agua caliente y jugo de limón, lo que produce una masa moldeable similar al caramelo. Después, se decora con glaseado y papel metálico de distintos tonos.
El uso de colores tiene un valor simbólico dentro de la tradición:
- Rojo, la sangre y la vitalidad.
- Naranja, el sol.
- Amarillo, la flor de cempasúchil.
- Morado, el dolor o el duelo.
- Rosa y blanco, la esperanza y la pureza.
- Negro, la tierra de los muertos.
Así, cada detalle visual refuerza la idea de que el Día de Muertos celebra la memoria, no la ausencia.