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Por qué los mexicas creían que un perro te guía al Mictlán después de morir

En la tradición mexica, el perro no solo fue un compañero en vida, también cumplió un papel específico en el destino del alma tras la muerte.
lun 20 octubre 2025 11:53 AM
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Este animal fue asociado simbólicamente con la muerte porque intervenía en la descomposición de la materia. Al consumir restos que regresaban al inframundo, representaba el paso de los elementos físicos del mundo terrenal hacia otro plano. Esto lo convirtió en un intermediario entre la vida y la muerte en el pensamiento religioso mexica. (Expansión|Gemini)

La relación entre los pueblos mesoamericanos y los perros se encuentra documentada en relatos orales, fuentes históricas e investigaciones arqueológicas. Entre los mexicas, estos animales tuvieron una función ritual definida en torno a la muerte y el destino del alma. Su presencia aparece registrada en mitos, entierros prehispánicos y representaciones simbólicas que muestran la manera en que fueron incorporados en el tránsito hacia el Mictlán, lugar al que iban quienes morían de forma natural.

Esta creencia fue parte de una concepción del mundo en la que la muerte no representaba una desaparición definitiva, sino una transición hacia otra dimensión. El viaje al Mictlán implicaba superar pruebas y para ello, según la tradición, era necesario contar con la ayuda de un perro que acompañara al alma en su trayecto.

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El camino al Mictlán en la tradición mexica

De acuerdo con una reconstrucción realizada por especialistas en fuentes indígenas consultados por la revista UNAM Global, el alma emprendía un recorrido tras la muerte hasta llegar al Mictlán. El trayecto incluía diversos niveles y obstáculos. Uno de ellos era el cruce del río Chiconahuapan, donde el difunto debía solicitar ayuda a un perro que se encontraba en la otra orilla. Ese animal era el encargado de permitir el paso para continuar con el viaje hacia el inframundo y llegar ante Mictlantecuhtli, deidad vinculada con la muerte.

La narración señala que el difunto encontraba perros de diferentes colores. Los blancos se negaban a cruzar el río porque afirmaban que se ensuciarían y los negros porque, según el relato, ensuciarían el agua. Solo los perros bermejos ayudaban al alma a cruzar montándola sobre su lomo.

Por qué los mexicas creían que un perro guiaba el alma tras la muerte

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(Expansión|Gemini)

El papel del perro estaba fundamentado en su relación con el ciclo de la vida y la muerte dentro de la cosmovisión mexica. Se le atribuía la capacidad de habitar entre dos planos: el mundo de los vivos y el inframundo. Esta condición era consecuencia de su comportamiento, pues se alimentaba de restos orgánicos que terminaban integrándose a la tierra, vinculándose así al tránsito hacia el Mictlán.

Dentro de esta visión, nada desaparecía por completo, sino que se transformaba. Por ese motivo, se consideraba que el perro podía acompañar al difunto en el proceso que debía seguir después de morir. Su función como guía respondía a la necesidad ritual de conducir el alma por el camino establecido en el orden del universo.

Símbolo de muerte y transformación

Este animal fue asociado simbólicamente con la muerte porque intervenía en la descomposición de la materia. Al consumir restos que regresaban al inframundo, representaba el paso de los elementos físicos del mundo terrenal hacia otro plano. Esto lo convirtió en un intermediario entre la vida y la muerte en el pensamiento religioso mexica.

Dicha asociación con la transformación hizo que formara parte de prácticas funerarias, relatos rituales y tradiciones orales. Considerarlo un guía espiritual respondía a su vínculo con procesos naturales que definían el destino final del cuerpo y el tránsito del alma.

Por qué debía ser un perro bermejo

Las fuentes históricas indican que el perro destinado a acompañar al difunto debía ser de color bermejo o café. Esta condición aparece en la leyenda del río Chiconahuapan y se confirma en registros arqueológicos. El color no estaba relacionado con la raza del animal, sino con una función ritual.

Estudios iniciales asumieron que el xoloitzcuintle fue el perro utilizado en estos rituales. Sin embargo, investigaciones posteriores demostraron que lo determinante era el color del pelaje, no la raza. Esto explica por qué se han encontrado restos de perros distintos formando parte de ofrendas funerarias.

Xoloitzcuintle y otras razas vinculadas al Mictlán

El xoloitzcuintle fue reconocido como una de las razas presentes en entierros prehispánicos y su asociación con rituales funerarios contribuyó a su integración simbólica en la identidad mexicana durante el siglo XX. Sin embargo, no fue el único perro relacionado con estas prácticas.

Hallazgos en diferentes sitios arqueológicos muestran que también participaron perros de otras características, como el tlalchichi, de extremidades cortas, y ejemplares de perros comunes. Esto confirma que la tradición no estaba limitada a un linaje específico. Lo central era cumplir el objetivo ritual de acompañar al difunto en su tránsito.

Evidencia arqueológica de la tradición

Investigaciones realizadas en las últimas décadas confirmaron la presencia de perros en entierros humanos del antiguo México. En una sepultura ubicada en Tula, Hidalgo, se localizaron aproximadamente 30 perros de distintas razas enterrados junto a individuos humanos, tanto adultos como crías. También se registraron entierros con perros que datan de entre 2200 y 2300 años de antigüedad en distintas regiones de Mesoamérica.

Otro hallazgo relevante corresponde a un entierro múltiple identificado como el más antiguo en México, en el que se localizaron restos humanos acompañados de guajolotes y un perro. El análisis reveló que el animal fue sacrificado, desollado y cocido antes de colocar su esqueleto reensamblado junto al difunto. Este procedimiento indica que formaba parte de un ritual funerario sistemático.

Esta práctica sobrevivió a la Conquista

Tras la llegada de los españoles, la práctica de enterrar perros con los difuntos fue prohibida. Sin embargo, continuó realizándose en secreto. Relatos coloniales señalan que, para evitar sanciones, algunas comunidades sustituyeron a los perros sacrificados por figurillas de barro o fibras vegetales que los representaban.

Cuando estas ofrendas eran cuestionadas, se argumentaba que formaban parte de objetos relacionados con el oficio del difunto. Con el tiempo, la tradición se mantuvo en relatos familiares transmitidos oralmente y persistió en algunas regiones hasta el siglo XX.

El perro como guía del inframundo en otros pueblos mesoamericanos

La función del perro como guía del alma no fue exclusiva de los mexicas. Entre los nahuas y los mayas se le reconoció como un psicopompo, figura encargada de conducir a los muertos hacia su destino final. Representaciones elaboradas en barro muestran perros junto a individuos enfermos o moribundos, lo que indica su relevancia en contextos de tránsito espiritual.

En el Códice Laud se observa a un difunto acompañado por un perro identificado como xoloitzcuintle frente a Mictlantecuhtli. Esta imagen confirma que era considerado un acompañante indispensable en el viaje al inframundo. En algunos casos, cuando el cuerpo del guerrero no era recuperado, se elaboraba un bulto mortuorio que incluía una figura de perro llamada xolocózcatl para asegurar su tránsito al Mictlán.

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