Entendiendo a David Bowie: algunas pistas sobre el legendario artista en su obra
Nota del editor: Paul Morley es un periodista musical, curador y autor del libro The age of Bowie.
Hay algo acerca de un teléfono que suena en la madrugada que inmediatamente hace pensar a uno en malas noticias, especialmente las peores malas noticias.
Muerte: ese momento de la mañana en que la noche se aferra a ti es cuando generalmente descubres que alguien cercano ha muerto. Por quién doblan las campanas... Fui sacado de mi sueño por el estridente timbre sintético y la inconexa vibración mórbida que lo acompaña... abruptamente sacado del estado de sueño mágico de una montaña neblinosa, donde todo es permitido... un mundo gloriosamente extraño -inspirado por "Supermen"-, el suavemente delirante clímax de Bowie para su álbum de 1970: The Man Who Sold the World.
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Medio despierto, con super dioses de ceño sombrío muriendo y tritones de ojos tristes lanzados en sueños todavía flotando por mi mente, yo reproduje el mensaje que una morosa luz parpadeante de color azul me informaba estaba a la espera.
Un joven me dijo cortésmente, disculpándose brevemente en caso de que yo no supiera la noticia (golpe) de que David Bowie había muerto . ¿Podría acaso regresarle la llamada inmediatamente, para que yo hiciera algunos comentarios en el programa "Today" de la BBC Radio 4 esa mañana, con carácter de urgente?
nullEso fue todo. Una transacción sencilla y neutral, suavemente informándome a través de una máquina de mensajes robótica que se había dado un cambio importante en las circunstancias. Presione el tres para borrar. Durante las siguientes horas, pensé, el nombre de David Bowie sería dicho miles, millones de veces, en la radio y la televisión, en un mantra que le ayudaría a tomar su siguiente forma. Presione el cuatro para expresar su consternación.
No le regresé la llamada al programa Today. No creí que podría ser capaz de producir instantáneamente de forma correcta la añejada mezcla entre la sucinta visión de conjunto y la lamentación reprimida.
Necesitaba de algún tiempo para procesar esta inesperada información, que durante los últimos años parecía a veces estar lo suficientemente cerca como para esperar tal eventualidad, pero que parecía retrasarse, ciertamente lo suficiente como para que alguien que parecía cerca de morir a mediados de los 60 años -se cantaban canciones preguntando si estaba muriendo o muerto, se hacía sonar alarmas, se hacían preparativos mentalmente, se preparaban obituarios- ahora con seguridad podría llegar a los 70.
Luego de ese sentimiento de emergencia, parecía ahora que Bowie había regresado más completamente a la tierra de los vivos, una casi resurreción indicaba que bien podría cumplir los 80, si no es que los 90.
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Las pasadas semanas habían presentado la alegremente continua vida de David Bowie como lo conceptualizamos en la forma de la presentación de su más reciente álbum, Blackstar , su disco solista número 27 si se incluyen sus discos con la banda Tin Machine, estableciendo una continuidad con todos los demás, yendo desde 2016 a 1967 e implicando que esa cadena no había sido rota aún.
Parecía, considerando el sonido suculento, misterioso y herido, pero alerta de todo eso, magníficamente formado a partir de lo informe, de fragmentos, música que sigue sin esfuerzo su propia lógica, que el eslabón jamás había sido tan fuerte.
Blackstar parecía la continuación del sin ilusiones Low y su salvaje y honesto EP de 1982, Baal, en la misma forma en que Bowie muchas veces parecía desarrollar su propia idiosincrásica cronología musical, siguiendo el estilo y la sensibilidad de los álbumes en un orden diferente del que fueron originalmente publicados, algunas veces luego de un álbum que todavía no creaba.
La cadena entre los álbumes fue más débil durante los complicados y erráticos 80, y entonces, más teniendo que ver con una baja en el número de lanzamientos, los 90, hasta su ataque al corazón en 2004. Las condiciones ahora parecían las adecuadas para producir una serie de álbumes que serían el equivalente en su edad avanzada de su vívida, brillante, secuencia en los 70, a la que pocos músicos se acercan siquiera.
En los años posteriores a su publicitada enfermedad hubo lo bastante de un aparente retiro de toda actividad como para dar a entender que estaba en una forma protectora de autoexilio, un agotamiento radiante, alimentando su leyenda por medio de la imposición de silencio y una especialmente discreta forma de la astucia manipuladora aprendida rápidamente durante fines de los 60, conforme trabajaba y hacía planes para recibir atención, y que luego refinó durante sus años de mayor comercialidad.
Incluso los detractores que ponían en duda su poder artístico reconocían que tenía talento para la publicidad.
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Como un sofisticado mercadólogo casi dolorosamente consciente de su propia marca, comprendió que para la primera y segunda década del siglo 21 sería más astuto aparecer que desaparecer, en un mundo cada vez más hecho a partir de la mera energía indefinida de la publicidad, atiborrado de celebridades expuestas, aspirantes a celebridades, estrellas de realities, presumidos en medios sociales, buscadores de fama, auto glorificadores, cazadores de glamour y emperifolladas estrellas del pop siguiendo sus pasos de una forma u otra. Él no tenía deseo alguno de competir con inferiores.
Como David Bowie, con base en haber sido David Bowie durante décadas, dejar un lugar, un vacío, llevaría a una amplificación de todo el misterio original que surgió con su aparición y las canciones correctas para acompañar esa aparición.
Sumarse en la palabrería de la fama generada por Internet hubiera significado ser ahogado por ella, arrastrado a su cada vez más sobreexpuesto nivel, convirtiéndose en nada en especial. Su labor al final, independientemente de lo que se piense de tal ocupación, era ser algo especial y al hacerlo señalar lo especial de todos.
Ambas facetas de Bowie, el amante de la experimentación y la diferencia, y el creyente en las fuerzas especiales del teatro, podrían resistir manifestarse nada más porque sí en esta etapa de su vida. Al resistir la apariencia, podría hacerse más visible.
Este es un extracto del libro de Paul Morley titulado The age of Bowie.