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OPINIÓN: La lección que nos dio Francisco, el vendedor de empanadas de Acapulco

Imaginar que hemos dejado de ser invisibles constituye el éxito de las redes sociales y su negocio de explotación de la sociabilidad emocional.
vie 28 octubre 2016 01:48 PM
Éxito en unas horas
Éxito en unas horas En unas horas “el vendedor de empanadas” estaba en los muros de Facebook, en las líneas de tiempo de Twitter y en los medios tradicionales cumpliendo así el ciclo de la celebridad (Foto: Especial)

Nota del editor: María Elena Meneses es profesora e investigadora en el Tecnológico de Monterrey. Puedes seguirla en su cuenta de Twitter: @marmenes . Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

(Expansión) – Las redes sociales son entornos comunicativos formidables a los cuales hemos desplazado nuestra vida cotidiana en la que tenemos la opción de hacernos visibles y de construimos una imagen a partir de cómo deseamos ser vistos por los demás. Posamos para Instagram, posteamos para Facebook o Twitter y montamos escenas para YouTube para ser vistos y escuchados por nuestros públicos imaginarios y uno que otro, usualmente amigo cercano, que nos toma en serio y hasta se toma la molestia de darnos un “Me gusta”.

Lee: Elías Ayub encuentra al vendedor de empanadas y esto pasó

Esta construcción de identidades públicas es uno de los temas más fascinantes de quienes tienen a las redes sociales como objeto de estudio a los que entusiasma entender los rasgos de la cultura digital. Imaginar que hemos dejado de ser invisibles, que tenemos una voz para expresar nuestras filias y fobias políticas; que nuestra intimidad es de interés público y que con tuits se resolverán los problemas de la humanidad, constituye el éxito de las redes sociales y su negocio de explotación de la sociabilidad emocional. Imaginaciones y aspiraciones que en la mayoría de los casos se quedan ahí y en contadas excepciones se convierten en realidad.

Las redes sociales se han convertido en una fuente de aspiración de visibilidad. YouTube es un caso emblemático de un nuevo sistema de estrellas que se hacen llamar youtubers, cuyo éxito sirve para alimentar nuestra pulsión para imaginar sueños inalcanzables. Este deseo de ser visibles no es propio de tiempos de redes sociales, pensemos en los concursos de talentos de la radio de los cuales surgieron cantantes formidables y el éxito de los reality shows cuyo formato mantiene viva a la alicaída televisión.

Lee: 5 tendencias que cambiarán las redes sociales en 2016

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Lo que cambia con las redes sociales es el volumen cada vez más cuantioso de usuarios conectados, la dispersión en instantes y la excesiva atención de los medios tradicionales por lo que pasa en las redes, porque hasta ahí han emigrado sus lectores y audiencias. ¿Qué hará que un video sea viral? ¿Qué hará que el protagonista sea visto por un agente del espectáculo o un acaudalado empresario que lo haga rico y famoso? No hay fórmulas y de ahí lo apasionante.

Francisco Orihuela, el elocuente y simpático vendedor de empanadas de las playas de Acapulco, es un garbanzo de a libra. Los turistas que lo grabaron para hacer visible su original forma para vender su mercancía se percataron del potencial para hacerlo viral y no se equivocaron, aunque quizá nunca les pasó por la cabeza que acabaría llamando la atención de quien es considerado la mano derecha de uno de los hombres más ricos del mundo, Carlos Slim.

nullEn unas horas “el vendedor de empanadas” estaba en los muros de Facebook, en las líneas de tiempo de Twitter y en los medios tradicionales cumpliendo así el ciclo de la celebridad, que llevó al directivo de América Móvil, Arturo Elías Ayub, a buscarlo a través del propio entramado digital hasta dar con él en menos de 24 horas. Le hizo un ofrecimiento de una beca y apoyo que los padres rechazaron, según su propia versión en Twitter.

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La historia de Francisco es anticlimática, cuando las multitudes imaginaban verlo contratado por una empresa internacional, becado en una secundaria de la Ciudad de México o quizá como actor en comerciales de alguna compañía de alimentos trasnacional, los padres, mesurados y serenos, dijeron: “No, gracias”.

La historia imaginaria de las multitudes acabó de cuajo y Francisco seguirá con su vida en Acapulco, apoyando al negocio familiar como tantos jóvenes lo hacen de manera responsable y solidaria en este país. Ojalá que jóvenes como él fueran impulsados por el sistema educativo nacional para apoyarles a construir con base en la educación y el trabajo un mejor futuro.

La lección que deja la historia de Francisco es que ni las redes sociales son solo para hacerse famoso, ni todos quieren serlo. Dejemos ahora que Francisco sea feliz en Acapulco y dependa de él y de sus padres, pues todavía es menor de edad, sacar provecho de su propio talento. Mañana habrá una historia similar para imaginar éxitos momentáneos y entretenernos.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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