OPINIÓN: Sobre el desamor de Trump y 50 millones de estadounidenses
Nota del editor: Alberto Bello es director Editorial de Negocios de Grupo Expansión. Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad del autor.
(Expansión) – No nos quieren. México compró su maíz amarillo (tan chafa), sus coches, su gasolina y sus muy poco saludables chocolatinas, refrescos y botanas saturados de carbohidratos (no menos que los nuestros pero más caros). Pagamos sus teléfonos celulares acá bien cool, y los paquetes familiares de Disney; nos compraron Cifra, Banamex, Iusacell y helados Bing, entre tantas cosas, sin pagar impuestos casi siempre.
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Desregulamos la mensajería y apretamos las tuercas a nuestros monopolios, tan pinches pero tan nuestros. Vimos sus películas en versión cine y en versión pirata (algún punto nos debíamos llevar), para algunos, de milagro, entendimos al fin las reglas de la NFL y hasta le íbamos a los Acereros o los Yankees (ay, caray, que estos son de béisbol). Pagamos becas –con nuestros impuestos– en maestrías en la Ivy League a los más brillantes –o mejor conectados. Los hicimos después secretarios de Estado, banqueros centrales y celebrábamos su acento bostoniano impecable.
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Rompimos la mentalidad rencorosa de siglos para aprender a manejar a cambio de salarios ínfimos los estantes de sus comercios, sus plantas automotrices, sus robots, los sistemas de seguridad, los CRM y ERP, peleamos por ser empleados del mes y llevar los pins de Ronald McDonald. Abrimos el sistema financiero y aunque perdimos todo en 1995 por hacerlo a ciegas, aceptamos encantados los regaños de los organismos multilaterales bajo su domino, los que controlaban y dirigían todo el proceso. Aceptamos que nos pusieran los cuernos con China desde 2001 (qué otra cosa podíamos hacer) y el colapso de la industria textil y juguetera. Destrabamos nuestro sistema petrolero en 2013, por la sacrosanta seguridad energética de Norteamérica; deseamos mejores escuelas para subir en su cadena de valor.
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Cerramos la frontera sur, y, ay, dejamos alrededor de 200,000 muertos en el trasiego de drogas a sus narices y sistemas nerviosos, tan demandantes. Sobre todo, les dimos a los mejores de entre nosotros, a los buscadores de riesgos, emprendedores dispuestos a cruzar la frontera para tener una vida mejor –con los que lograron mantener su competitividad.
Y no nos quieren.
null¿Qué hace México cuando su difícil acercamiento de 30 años a Estados Unidos termina de golpe con la victoria de un señor cuya promesa de campaña es un muro que debe separarnos? Un Trump que todo ignora de esta difícil enemistad tornada necesidad mutua –hasta ayer.
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¿Cómo mirarnos al espejo sin preguntarnos si nos equivocamos del todo en nuestros pasos? En creer que con acercarnos al país más poderoso del mundo, the land of the free, la democracia por excelencia, defensora del libre mercado y el comercio global, el individuo, la libre empresa y el emprendimiento, íbamos a romper con los retrasos históricos, a dejar atrás a los empresarios buscadores de rentas, la ausencia de estado de derecho y competitividad. En pensar que íbamos a crecer como nunca (y a perder como siempre).
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Desde hace meses discuto con todo aquel que afirma, apesadumbrado, que nuestra economía va muy mal. Lamentablemente, no me equivocaba: extrañaremos estos crecimientos de 2%.
Estoy convencido de las bondades del libre comercio y todo el proyecto de las últimas décadas, y de los beneficios indudables que ha tenido no solo para las corporaciones, sino para el consumidor y los trabajadores estadounidenses. Pero claramente, abandonados y cornudos, hay que tomar pérdidas, responsabilizarnos en lo que nos toca, arremangarnos, y ver qué chingados vamos a hacer ahora.
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