OPINIÓN: El peligro de poner al jefe de Exxon como secretario de Estado de EU
Nota del editor: Tyson Slocum dirige el programa de energía en el organismo de defensa del consumidor Public Citizen. Síguelo en Twitter @TysonSlocum . Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad del autor.
(CNN) – La mayoría de los estadounidenses cree que la economía está amañada a favor de las grandes corporaciones, según revela una reciente encuesta nacional. El plan del presidente electo Donald Trump de colocar al director ejecutivo de ExxonMobil, Rex Tillerson, en el cargo de secretario de Estado , el principal diplomático de Estados Unidos, validaría formalmente la sospecha de que se está acometiendo una absorción empresarial de nuestro interés nacional.
Bajo la dirección de Tillerson, Exxon ha sido una influyente pieza clave en la geopolítica, a menudo siguiendo una agenda, desde Rusia a Iraq, que, según informes de Steve Coll y otros, ha priorizado a los accionistas pero contravenido directamente los mejores intereses de Estados Unidos.
El volumen de conflictos de interés de Tillerson, tanto personales como financieros, derivados de sus 40 años en Exxon debería servir para descalificarlo para el cargo: ¿cómo puede el jefe de ExxonMobil separar su colección de acuerdos con dictadores, autócratas y guerrillas insurgentes de sus funciones en el Departamento de Estado?
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Los defensores del nombramiento de Tillerson solo pueden referir un único empleador en todo su currículum: más de 40 años de carrera en ExxonMobil.
Aun cuando Tillerson pudiera de alguna manera desligarse de sus 2.5 millones de acciones en ExxonMobil y colocar en un fideicomiso ciego su pensión y su cuantioso blindaje indemnizatorio, no puede disociarse de los intereses de Exxon: trabajar en esa empresa es todo lo que sabe.
nullLa naturaleza de las industrias multinacionales "extractivas", como el petróleo y el gas, suele implicar polémicas relaciones financieras con regímenes no siempre democráticos ni transparentes, muchos de los cuales, como Rusia, persiguen agendas directamente en conflicto con las de Estados Unidos, haciéndola una industria única en su tipo.
El Congreso estadounidense reconoció la corrupta relación inherente entre las empresas petroleras y los gobiernos extranjeros cuando exigió que las compañías de petróleo y gas revelaran dichos pagos como parte de la ley de reforma financiera Dodd-Frank de 2010.
La asociación gremial de Exxon, el American Petroleum Institute, se opuso a esa regla de transparencia, argumentando que sometía injustamente a las compañías petroleras estadounidenses a obligaciones más estrictas que las que aplicaban a empresas petroleras estatales.
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Uno podría pensar que parte de la grandeza de Estados Unidos viene de liderar con el ejemplo: Estados Unidos establece la barra moral para que sirva de referencia al resto del mundo. Pero Exxon y su asociación empresarial no están de acuerdo: cuando se trata de transparencia, prefieren una carrera de mínimos.
Tillerson ha desafiado abiertamente la política exterior de Estados Unidos con el fin de anteponer los intereses financieros de su compañía. Cuestionó públicamente la eficacia de las sanciones que el país impone contra sus enemigos, porque dañaría sus inversiones comerciales. Esto, a pesar de generaciones de apoyo bipartidista en el uso de sanciones como una política toral con la que enfrentar y acorralar a los enemigos de Estados Unidos.
Steve Coll, autor de “Private Empire: ExxonMobil and American Power” (El imperio privado: ExxonMobil y el poder estadounidense), describió cómo Tillerson desafió al gobierno de Estados Unidos al negociar un acuerdo petrolero con el Gobierno regional kurdo que socavó los acuerdos petroleros existentes con el gobierno central de Iraq en Bagdad, lo que desató un escándalo internacional entre Estados Unidos e Iraq.
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En resumen, Tillerson ha utilizado a Exxon y sus casi 400,000 millones de dólares de capitalización bursátil como su propio feudo mundial.
Tal vez nos guste imaginar que las grandes corporaciones estadounidenses trabajan en una benévola causa común con los ciudadanos (alguna vez llegó a ser un axioma: "Lo que es bueno para General Motors es bueno para Estados Unidos"), pero está claro que lo que es bueno para Exxon no es necesariamente bueno para Estados Unidos.
Mientras que el 97% de los científicos del clima en Estados Unidos entiende que la evidencia muestra de manera inequívoca que las temperaturas de la Tierra aumentan debido a la quema de petróleo, gas natural y otros combustibles fósiles, bajo el liderazgo de Tillerson , ExxonMobil financió una campaña nacional para sembrar deliberadamente la confusión donde no debería existir, y lo hizo atacando sin fundamento a la ciencia.
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Tillerson podrá decir ahora que su compañía apoya "medidas firmes" para combatir el cambio climático, pero sus acciones cuentan una historia diferente.
Y no necesitamos pensar a escala global para atestiguar el impacto de Exxon en una comunidad. Los residentes de Mayflower, Arkansas, quedaron consternados cuando, en 2013, más de 200,000 galones de crudo pesado saturaron su pequeña ciudad. ¿Por qué? Porque la mayoría de los residentes, incluidas algunas autoridades del ayuntamiento, no tenían idea de que Exxon operaba el oleoducto Pegasus justo debajo de su ciudad.
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Exxon se vio obligada a pagar una multa de 2.6 millones de dólares (mdd) por numerosas violaciones a la seguridad. El desastre de Arkansas se produjo apenas dos años después de que otro ducto de Exxon reventara debajo del río Yellowstone en Montana, donde la empresa pagó una multa de 1.6 mdd y aceptó un acuerdo por otros 12 mdd. Parece que Exxon simplemente no aprende sus lecciones.
Pero el pueblo estadounidense sí puede.
El historial de la ExxonMobil de Tillerson está reñido con lo que es mejor para el país. Podemos y debemos encontrar una mejor opción para nuestro principal puesto diplomático.
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