OPINIÓN: “El” gobierno no existe
Nota del editor: Pedro Gerson es consultor del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO). Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.
(Expansión) — Tras días de estar tratando de ayudar sin estorbar, se siente un poco raro sentarse a escribir. Escribir es regresar a la cotidianidad, e independientemente de si ésta va o no a ser diferente, no estoy listo para eso. Sin embargo, no quiero que los aprendizajes de estos días se me olviden cuando nuestras reservas de camaradería, solidaridad y empatía se empiecen a agotar.
Parto de la anécdota. Estaba en un centro de acopio ayudando a acomodar las herramientas que entraban y salían. Se me acercó una policía desesperada para pedirme tres chalecos reflejantes. Le dije que claro, pero mi expresión debió haber delatado mi asombro porque me explicó que era para los oficiales que estaban dirigiendo el tránsito en la esquina. Fui por los chalecos y al regresar profundizó: “ayer andaban dos chavos con chalecos y sí los respetaban, pero no nos hacen caso a nosotros. A ver si con los chalecos ya”. Le di los chalecos, le desee suerte y me quedé paralizado.
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Creo que nunca había visto un botón de muestra tan perfecto de la debilidad de nuestras instituciones. ¿Cómo puede ser que los automovilistas aún en un momento de crisis, aún en un momento donde todos tomábamos órdenes de quien fuera mientras esta persona pareciera saber lo que estaba haciendo, estaban dispuestos a ignorar la autoridad de un uniforme de policía?
Quizá no me debí haber sorprendido. Al fin y al cabo, de acuerdo con el INEGI la policía es la institución con mayor percepción de corrupción, por encima de los partidos políticos o cualquier poder político en cualquier nivel de gobierno. Pero aún sabiendo eso, me parece increíble que nuestras instituciones estén tan desgastadas que no hay espacio para que sus integrantes siquiera hagan su trabajo (y ni imaginar que sean reconocidos por él). Es inaudito que en un momento de frenesí como el que vivimos, la autoridad de una placa policial valga menos que la de un trapo de plástico.
Mucho se ha dicho de la movilización ciudadana de cara a la tragedia. Otro tanto de la parálisis del gobierno ante esta situación. Y otro poco más, del orgullo generado por lo primero y de la desconfianza acentuada aún más por lo segundo. Esto ha llevado a algunos comentaristas a decir que debemos eliminar las instituciones o por lo menos transformarlas. Y sí, creo que lo segundo es indudablemente necesario.
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Pero cualquier transformación necesitará que los que hoy son funcionarios públicos sigan siéndolo. Esto es porque para que el país funcione necesitamos que la gente que conoce las instituciones, continúe en ellas. Recordemos que los funcionarios públicos son burócratas, policías, bomberos, maestros, médicos, enfermeros, y un largo etcétera. Pensar en un estado sin la continuidad de todas las personas que ocupan estos roles es absurdo. Ni siquiera en la desnazificación de Alemania en la década de los 40 lograron obviar a los funcionarios que habían servido en el gobierno de Hitler.
Muchos dirán que hablar acerca de demoler el gobierno es muestra de un hartazgo con los políticos, no con los burócratas o funcionarios. Sin embargo, la anécdota contada refleja que el desprecio por el gobierno va más allá que un odio hacia los políticos. El hecho de que casi 70% de la población crea que los institutos electorales y los jueces son corruptos, y casi la mitad de la población opine lo mismo acerca de los hospitales y universidades públicas, respalda esta intuición. Esto nos lleva a la pregunta, ¿cómo transformar el gobierno y, al mismo tiempo, quedarnos con (y atraer a) los funcionarios públicos con talento y entrega?
Sé que para algunos aplaudir o acatar a la autoridad es ser un palero, pero creo que es importante hacerlo cuando el aplauso o el acato sean merecidos. Si hay un policía dirigiendo el tráfico y cierra una calle, no insultarlo ni retarlo, sino simplemente irse por otro lado. Puede sonar como un gesto pequeño, pero acumulativamente no lo es.
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Esto no quiere decir que debemos dejar de criticar, sugerir y/o exigir a la autoridad, sino que debemos de empezar a ver a nuestros funcionarios como personas y respetarlas cuando sí hacen su trabajo. No porque tienen un poder coercitivo detrás, sino porque tenemos que ser capaces de reconocer cuando llevan su cargo de forma digna.
Si no hacemos esto será imposible que las instituciones, aún lideradas por personas intachables, puedan servirle a México. Para lograrlo tenemos que ser capaces de creer dos cosas al mismo tiempo: podemos desaprobar al gobierno y aún creer y respetar a algunos de sus integrantes. Como dicen en inglés, “gobierno” es un “ellos” no un “él”.
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