El experto consultado coloca la transparencia como la base de todo proceso sano y señala que la entrevista separa el discurso de la realidad cuando se preguntan números, metas y apoyos. Si el salario no se menciona, si los beneficios no se nombran y si las funciones se mantienen en bruma, la señal habla por sí sola.
Martha Barroso, directora de People & Culture en ManpowerGroup Latam, coincide en que la opacidad rara vez es casualidad y suele acompañar estructuras que improvisan. “Frases como ‘ambiente de alta exigencia’, ‘disponibilidad total’, ‘capacidad para manejar múltiples roles’ o ‘crecimiento en función de resultados’ pueden ser señales de una cultura donde no hay un balance saludable”, comenta.
También hay que estar alerta al conversar con la persona a cargo del proceso de reclutamiento, ya que si ésta evade hablar de las prestaciones de ley o superiores y rehúye a detallar hasta el nombre de la empresa empleadora, entonces hay una opacidad que suele delatar procesos desordenados y estructuras poco definidas.
“Las empresas que valoran a su talento son transparentes desde la oferta, describen el rol, el propósito, los beneficios y los retos, pero sin ambigüedades”, reitera Barroso.
Las frases que trascienden la oferta
Pero la historia no termina con la oferta. La cultura se vuelve audible en los pasillos, en las juntas y en el tono de cada intercambio. Por ello, los reclutadores recomiendan que antes de aplicar a una empresa revisen los comentarios de los propios empleados y de las personas que salieron de la organización.
“Dentro del ambiente laboral debe existir colaboración adecuada, respeto y una comunicación abierta de ida y vuelta no solo de una parte; la escucha activa sostiene la relación de trabajo”, menciona Alejandra Martínez, encargada de estudios del mercado laboral de Computrabajo.
A partir de ahí conviene escuchar lo que la gente dice y lo que calla. Las palabras no son ruido de fondo, más bien son un sismógrafo del clima interno y de las prioridades reales de las personas.
“Hay frases que operan como placas tectónicas. ‘Aquí siempre ha sido así’ se oye cuando la innovación choca con un muro. Detrás asoma resistencia al cambio y una negativa a revisar procesos que el mercado ya dejó atrás”, dice.
Otra herida aparece con la frase “para qué te esfuerzas si aquí nunca reconocen nada”. Para Martínez el mensaje dibuja desmotivación y una cadena rota de reconocimiento que erosiona desempeño y confianza. “También asoma el individualismo que rompe equipos. 'Ese no es mi problema' marca distancia en lugar de cooperación y sin colaboración sostenida no crece ningún resultado”.
La comunicación también se vuelve una trinchera cuando alguien afirma “para qué lo digo si nadie nos escucha”. Con esta frase, señala Martínez, se percibe que no hay ida y vuelta entre liderazgo y colaboradores, se pierde la brújula de prioridades y el desgaste se multiplica.
Hay señales que revelan la normalización del exceso. “Otra vez nos estamos quedando más horas” ya no suena a anécdota sino a patrón. “Detrás suele haber planeación deficiente y tareas mal asignadas con costo directo en la salud y en la productividad”, añade la experta.
Ante ese mapa conviene volver a lo básico que protege carrera y energía personal. Tanto candidatos como empleados pueden preguntar qué se espera a tres y seis meses, con qué recursos se cuenta y cómo se medirá el avance. Si la respuesta es transparente hay cancha para construir, pero si es vaga la advertencia ya venía escrita desde la vacante.