“La educación se convierte en un bien de lujo, que se consume más solo cuando aumentan significativamente los ingresos”, explicó Natalia Campos, coordinadora de Sociedad del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO).
Este comportamiento se refleja en una desigualdad persistente, mientras los hogares del decil más alto gastan hasta 20,376 pesos al trimestre en educación, los del decil más bajo destinan apenas 2,888 pesos.
En términos relativos, el decil de más altos ingresos destina 8.3% de sus gastos totales a la educación, frente a 2.6% de los más pobres.
De acuerdo con los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), los gastos en el englobado de educación y esparcimiento bajaron 13.1% en el periodo, aunque con una ligera recuperación reciente.
La paradoja es que, aunque hoy los hogares tienen más recursos, destinan cada vez menos a actividades o servicios que pueden detonar movilidad social o bienestar a largo plazo, señaló la experta del IMCO.
El mayor ingreso tampoco permite un libre esparcimiento de los más pobres. De hecho, existe una gran diferencia en el gasto en paquetes turísticos entre los hogares de menores ingresos, que gastan apenas 24.95 pesos trimestrales en promedio, contra más de 2,243 pesos del decil de más altos ingresos.
Salud compite con necesidades básicas
Los hogares mexicanos están reorganizando sus prioridades de consumo, y no por elección, señalaron los especialistas. De hecho, la mitad del gasto de los hogares más pobres se va en alimentos y bebidas, de acuerdo con el análisis del IMCO.
Y el gasto en salud, cada vez más ineludible, compite directamente con otras necesidades básicas. En 2024, los hogares mexicanos gastaron en promedio 1,605 pesos trimestrales en salud, un incremento de 8% frente a 2022.
Pero si se compara con 2018, el aumento real supera 40%, según Jorge Cano, coordinador del Programa de Gasto Público de México Evalúa.
El análisis de México Evalúa revela que 1.11 millones de hogares incurrieron en gastos catastróficos en salud, es decir, gastos superiores a 30% de su ingreso disponible y que obliga a muchas familias a endeudarse, vender patrimonio o reducir "drásticamente" su inversión en servicios de educación o esparcimiento.
“Las personas sin afiliación a sistemas públicos enfrentan mayores gastos de bolsillo en salud, y eso impacta directamente en lo que pueden destinar a educación, esparcimiento o incluso alimentación”, advirtió Cano.
A medida que la cobertura y calidad del sistema público de salud se debilita, las familias mexicanas deben recurrir a servicios privados, como consultas en farmacias, lo que genera una carga desproporcionada para los hogares con menos ingresos.
Los expertos coinciden en que esta dinámica profundiza las desigualdades, ya que mientras unos pueden invertir en su futuro, otros apenas gastan para sobrevivir.
Las becas no explican el menor gasto
Natalia Campos reconoció que existe un aumento en las becas educativas destinadas a diferentes niveles de formación, incluyendo becas proporcionadas por los gobiernos estatales. Sin embargo, señaló que, a diferencia de otros programas del pasado, estas becas no están condicionadas a que se destinen necesariamente a materiales educativos.
Esto significa que muchas de las becas no requieren que se utilicen específicamente para educación, lo que dificulta establecer una relación directa entre el aumento de becas y una menor necesidad de invertir en educación por parte de los hogares. Además, el gasto educativo ha estado estancado en los últimos años.
De hecho, el gasto del gobierno en salud está lejos de lo logrado hace una década, cuando en 2016 México dedicó alrededor de 4.9 % del PIB a la educación, lo que representó 17.9 % del gasto total del gobierno, según datos de la Unesco.
En 2025, el presupuesto a educación representa apenas 3.2% del PIB y poco más de 12% del gasto total.