La compañía es una vieja aliada de Pemex. Oriunda del sureste del país –la zona petrolera por naturaleza– lleva décadas acumuladas al lado de la petrolera estatal, ha colaborado con esta en perforación de pozos, operación de yacimientos y en labores en aguas profundas. “Lo natural es que teniendo toda la tecnología, quisieran aprovecharla, pero la reforma solo les cumplió a medias”, dice un ingeniero de Pemex Exploración y Producción que solicitó el anonimato.
Lo sucedido con el grupo, que en los últimos años ha diversificado su negocio para darle la vuelta a la crisis que azota a la industria, es solo una de las historias que guardan algunas compañías mexicanas que depositaron en la reforma energética la posibilidad de ver el siguiente boom petrolero. La reforma, promulgada en diciembre de 2013, marcó la apertura del sector a la inversión privada. Por primera vez después de 75 años, las actividades de exploración y producción de gas y crudo no serían exclusivamente del gigante Pemex, que tras mantener el monopolio por décadas veía caídas continuas en su producción y en su rentabilidad.
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La noticia se celebró como una apertura de México hacia el mundo. La conversación entre los participantes del ecosistema giraba en torno a los gigantes petroleros que podrían llegar al país: Shell, Chevron, BHP, esas icónicas compañías que sin pisar aún México ya se vislumbraban como promesas de crecimiento.
Pero más allá de esos gigantes, un sector mucho más pequeño depositó en la reforma una posibilidad de ver crecer sus negocios: las empresas nacionales que por años prestaron servicios exclusivamente a Pemex y que ahora podrían sumar a su cartera de clientes a las más grandes compañías internacionales o, mejor aún, convertirse en una petrolera y no solo trabajar para ellas.
La reforma se vendió como un instrumento que, por sí solo, generaría una nueva industria nacional, conformada por nuevas empresas productoras mexicanas y compañías de servicios que, tras la entrada de nuevos participantes, verían un crecimiento en sus operaciones y un auge en sus negocios.
“Esto sería una cadena productiva completa. Estarían las [empresas] que siempre trabajaron para Pemex y ahora podrían dejar de depender de ella, y aquellas viejas compañías experimentadas que dejarían de prestar solo servicios para ocupar su experiencia para sacar su propio petróleo. Esto se vendió como si fuera la nueva mina de oro”, dice el dueño de una compañía que durante años trabajó para Pemex y ahora no se encuentra más en el sector, y que pidió no ser identificado.
Las empresas sabían que el panorama se avizoraba complicado. El primer indicio fue la caída en la cotización de la mezcla mexicana. El optimismo de las compañías, narran algunas de ellas, comenzó a esfumarse poco tiempo después de la promulgación de la reforma: el precio de la mezcla mexicana bajó de 94 dólares por barril en diciembre de 2013 a 24 dólares por unidad en febrero de 2016, meses después de que comenzaran las rondas petroleras.