Un panorama así impacta la competitividad del país y repercute en la inversión directa, en donde las más de 4.2 millones que conforman el entorno empresarial permanecen todo su periodo de vida como jugadores pequeños, con poca tracción de mercado y son vulnerables ante una crisis económica (tal como lo experimentamos este último año).
El promedio de vida para estas 4.2 millones de empresas es de 7.5 años, un tiempo que no es siquiera lo mínimo para que un emprendimiento despegue (grandes empresas de tecnología como Google o Apple crecieron de forma acelerada luego de 20 años de existencia). Es por eso que muy pocas de estas 4.2 millones de empresas lograrán convertirse en scaleups.
Las scaleups son empresas con potencial de desarrollo, tienen un modelo de negocio comprobado, cuentan con una estructura interna sólida, son competitivas en su sector, son jugadores relevantes de su mercado, brindan empleos y un considerable aporte a la economía. El reto para estas empresas radica en administrar el drama y complejidad que puede surgir de la operación diaria, así como contar con suficientes entradas de capital para inyectar al crecimiento (“el crecimiento absorbe efectivo”, primera ley de la gravedad empresarial).
Desafortunadamente, el enfoque que tenemos por parte de incubadoras, instituciones educativas y hasta los gobiernos se centra exclusivamente en las mypymes: en México existen aproximadamente 204 instituciones públicas y 124 instituciones privadas con incubadoras y programas enfocados en empresas nacientes.
Al enfocarse exclusivamente en negocios tradicionales con poca tracción y capacidad exponencial de crecimiento se hace a un lado el apoyo financiero y hasta educativo a las compañías con potencial disruptivo; lo que repercute en el crecimiento económico, el desarrollo de tecnología y la competitividad del país.