Luis López Morton es un coleccionista empedernido. Su oficina lo demuestra: de las paredes cuelgan cuadros y fotos, y las mesas y libreros están llenos de esculturas y figurillas de caballos adquiridas en subastas. El empresario ha pasado décadas ‘cazando’ piezas artísticas de estos animales. Pero no es lo único. Un enorme candelabro que cuelga de la estancia de doble altura de la casa-sede de su empresa, un piano de cola y hasta su escritorio también fueron adquiridos en pujas. “Podrías amueblar una casa entera con artículos de segunda mano”, asegura.
El fundador de Morton Subastas está convencido de que los buenos compradores son aquellos que aprecian la calidad, más que el olor a nuevo. Hay artículos que suben su valor con el paso del tiempo, como las obras de arte; aunque otros lo pierden cuando entran al mercado de segunda mano, como los artículos de decoración o las vajillas. La clave está en saber cuándo es momento de comprar y cuándo, de vender. Y él lleva más de 30 años haciéndolo.
Por la sala de subastas de su empresa han desfilado obras de Diego Rivera, Francisco Toledo y Dr. Atl, primeras ediciones de libros, joyas, autos de colección, artículos de porcelana, muebles, vinos e instrumentos musicales. También ha vendido las medias de seda negra que usó Maximiliano de Habsburgo cuando lo fusilaron en 1867, en el cerro de las Campanas. “Hay mercado para todo y para todos”, dice el empresario. “Muchos compradores buscan una conexión con un objeto o una persona, por lo que simboliza para ellos. Otros solo quieren presumirlos en su casa”.
López Morton realiza alrededor de 80 subastas de arte y antigüedades al año. Asegura que son una buena alternativa para que las personas obtengan un precio justo por sus objetos –a diferencia de una casa de empeño, dice–, mientras que los compradores se benefician de la oportunidad de influir en el precio del producto. En el medio está la casa de subastas, que obtiene una comisión por cada artículo vendido.