El presidente Andrés Manuel López Obrador, el principal impulsor de la conformación de la estatal LitioMx, ha prometido que con su estrategia los beneficios económicos de la venta del mineral se quedarán en el Estado mexicano, que el litio solo será extraído a favor del pueblo y con ello se evitarán los conflictos sociales y ambientales que históricamente ha provocado la industria minera en Latinoamérica. Pero el camino no es tan sencillo, dicen los analistas. En el discurso, el país le ha cerrado la puerta a la inversión privada, pero en el decreto publicado hace unos días deja la posibilidad entreabierta.
"(LitioMx se encargará de) administrar y controlar las actividades necesarias para la producción, transformación y distribución de productos derivados del litio, para lo cual podrá asociarse con otras instituciones públicas y privadas", dice el documento.
Esto no necesariamente ha entusiasmado al sector privado. El dogmatismo que ha prevalecido en las discusiones frente al mineral podrían alejar el interés de las grandes compañías. Y así, México podría quedarse a la mitad de la carrera: con litio en el subsuelo y sin los grandes beneficios económicos que han sido comparados desde el discurso político con la bonanza petrolera de hace unas décadas.
“El litio representa la sal de una ensalada. La batería del litio es la ensalada y el litio es la sal, es necesario, pero no fundamental. Si tienes una producción de sal de muy buena calidad y en grandes cantidades, no veo por qué razón estar pensando en hacer una cadena de restaurantes de ensaladas: el negocio es totalmente distinto. Aquí es lo mismo, que tengas el litio no quiere decir que pueda producir buenas baterías o que debas producirlas”, explica Jaime Alee, un consultor de la industria radicado en Chile.
El país sudamericano –el segundo país con más reservas en el mundo- dio sus primeros pasos en la extracción del litio hace más de dos décadas, pero optó por una fórmula distinta: las compañías privadas tienen las concesiones de las reservas de litio, lo extraen y exportan. Alrededor del 50% de las ganancias son para el Estado chileno, dice Alee. La industria del litio ya deja más ingresos al gobierno sudamericano que Codelco, una compañía estatal y el principal productor de cobre del mundo.
El reto de gestionar toda la cadena de valor del litio
Los analistas ven dos grandes retos para que el nuevo organismo estatal mexicano cumpla su propósito: el capital que se deberá apostar en la industria del litio puede calificarse como de riesgo –pues tiene una gran posibilidad de no proveer ganancias o, en un buen escenario, que éstas sean muchas- y el tiempo en que se desarrolle la industria mexicana podría tomar décadas. “Todo este dinero de inversión inicial es como todo negocio de minería capital de riesgo”, dice Martin Moscosa, un especialista de la industria minera. México apenas está dando los primeros pasos para tener estudios precisos para conocer cuántas reservas de litio hay en el país y el yacimiento en Bacadehuachi –concesionado a Gangfeng Lithium- aún no está en una fase productiva.
“Estamos hablando que un proyecto toma de siete a 10 años hasta que se pueda extraer el litio y refinarlo. Entonces la pregunta es: cuánto costará el litio en los próximos diez años cuando puedan extraerlo”, explica Alee vía telefónica. México tiene yacimientos en arcilla, una especie de arena en la que el litio está mezclado con otros minerales, lo que hace necesario un proceso químico para su extracción. Y esta tecnología apenas está en desarrollo y se desconoce si la extracción del litio en este tipo de yacimientos es económicamente viable.
El gobierno federal estima que la estatal comience operaciones en los próximos seis meses, pero los detalles de su funcionamiento son escasos. Aún así, los analistas estiman que la primera producción de la mano de la estatal mexicana podría llegar en una década, cuando ya se haya llegado al pico de demanda de la industria automotriz y el precio del mineral comience a reducirse como consecuencia de un aumento en la oferta de países como Australia, Chile o Bolivia. “Claro que uno se entusiasma con los precios actuales, pero no siempre se mantendrán así”, dice el especialista.
Pero el país tiene un as bajo la manga que lo diferencia del resto: el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). “México tiene características que ni en Bolivia ni Chile hay, nosotros tenemos una fuerte presencia de los principales usuarios de las baterías de litio, que es la industria automotriz”, dice Fernanda Ballesteros, responsable de país de Natural Resource Governance Institute para México.
El gobierno del presidente Joe Biden ha incentivado desde el inicio de su gobierno la producción y venta de autos eléctricos en la nación vecina como parte de su ambicioso plan contra el cambio climático. Los tres socios ya tenían una fuerte integración resultante de la firma del acuerdo comercial, pero la publicación a inicios de agosto de la Ley para la Reducción de la Inflación de la Casa Blanca podría aumentar la interacción entre las partes: la regulación plantea una serie de estímulos fiscales durante la próxima década para la producción y compra de autos eléctricos, pero ha puesto condiciones y una de las principales es que la mayoría de las materias primas provengan de América del Norte. La oportunidad de México para unirse a la cadena de producción del litio podría hallarse ahí. “Entonces creo que la pregunta clave es ¿Cómo el estado mexicano puede aprovechar esto y enfocar los recursos y sus esfuerzos apuntando a este objetivo más que a la actividad minera?”, dice Ballesteros.
Pero el acuerdo comercial per se no podrá funcionar como un imán de atracción para nuevas compañías, dicen los analistas. El negocio parecería sencillo: el Estado posee las reservas y extrae el mineral a cambio de atraer inversiones para que compañías traigan la tecnología y pongan en marcha plantas productoras de baterías. Pero el gobierno mexicano quiere hacerse cargo de toda la cadena de valor. Y de cambiar de opinión y abrirse a inversiones privadas nacionales o extranjeras “tener litio no funcionaría nunca como el único incentivo”, dice Alee.