No es una novedad que los biocombustibles surgieron como una alternativa a los combustibles fósiles. Hace una década el término resonaba fuerte en México, cuando el país intentó entrar a ese mercado. En 2009, la Comisión Nacional Forestal estableció un programa de financiamiento para la siembra de jatropha en Chiapas, otorgando 7,400 pesos por hectárea, con el objetivo de impulsar la producción de biodiesel a partir de la planta.
Las acciones en México se vieron impulsadas por un ambicioso programa lanzado en 2003 por India, que buscaba detonar la producción global de biosiesel. Sin embargo, el proyecto no prosperó y en la última década los biocombustibles se han desdibujado tras el surgimiento de nuevas alternativas, que van desde los combustibles sintéticos (o e-fuels), el hidrógeno y las baterías de litio.
Guillermo Rosales, presidente de la Asociación Mexicana de Distribuidores de Automotores (AMDA), resalta que el proyecto de la jatropha “no dio resultados”, principalmente porque compite contra el uso de la tierra para fines alimenticios. Hoy no se cuenta con información estadística sobre el uso de los biocombustibles en el país, sin embargo Rosales dice que “el uso es mínimo”.