Tula, Hidalgo.- Francisco encontró el miércoles pasado, mientras barría el pasto, cinco palomas muertas en una de las áreas verdes que rodean el palacio municipal de Tula. Dice que es algo que no le sorprende, que es usual, que a veces son tres, cuatro o en ocasiones solo una. Pero que a diario sucede. Él ya sabe qué hacer. Amontona los pequeños cuerpos a un lado del pasto que retiró mientras hacía limpieza y después los tira con el resto de basura que ha juntado durante la jornada. Otro de los barrenderos de la zona confirma la versión y afirma que sí, que es algo “normal”. Él también ha recogido algunas.
Para los habitantes de Tula, la muerte de las palomas es una señal clara de un problema mayor: la calidad del aire que genera la refinería "Miguel Hidalgo" de Pemex, ubicada en la cuenca de Tula, al suroeste del estado, en una superficie de 1,730 kilómetros cuadrados. A esta fuente de contaminación se suman la central termoeléctrica "Francisco Pérez Ríos" de la CFE, las cementeras Holcim-Apasco, Cemex, Lafarge Cruz Azul y Caleras Beltrán, además de empresas de la industria química, metalúrgica, metalmecánica que operan en la región.
La contaminación, aseguran, no solo está matando a las aves, sino que también está deteriorando gradualmente su propia salud. Las cifras exactas y el alcance del daño son inciertos para muchos residentes, ya que afirman que no hay información y que ni el gobierno federal ni estatal les han ofrecido ayuda al respecto.
Pero ellas y ellos, dicen, no necesitan de datos para saber lo que está pasando y para entender cuánto les perjudica todos los contaminantes que salen de los complejos. La señora Francisca, que atiende una pequeña peluquería en una de las localidades cercanas a la refinería, lo sabe y no porque se lo hayan contado. Desde hace más de 10 años vive con cáncer de estómago. Dice que los oncólogos que la atienden en la Ciudad de México le han platicado que su enfermedad se ha desarrollado en gran parte por el aire que respira.
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Ella, por ahora, está fuera de peligro, pero hace un listado de al menos cinco de sus vecinos que han fallecido en los últimos dos años también por cáncer: de estómago, de pulmones y de mama. Un médico de uno de los centros de salud de la localidad dice que es complicado saber –después de la pandemia– cuánta injerencia hay de las emisiones de las estatales sobre las enfermedades respiratorias, pero sí de algo está seguro es que muchos de los casos de insuficiencia renal de la localidad están relacionados con la actividad industrial.
Ana Lilia Moreno, una de las investigadoras de México Evalúa, señaló que, tras estudiar la zona, una de las cosas que más sorprendió fue el impacto que tanto la refinería de Tula como la termoeléctrica generan en la calidad del aire y del agua que abastece a los habitantes de la ciudad y de otros pueblos aledaños como Bominthzá, situado justo en medio de la termoeléctrica de la CFE y la refinería Miguel Hidalgo.
“Las descargas de la refinería y posiblemente también de la termoeléctrica no tienen ductos particulares”, dice Moreno.
“Un mal necesario”
La refinería de Tula se localiza al suroeste del estado en una superficie de 1,730 kilómetros cuadrados, es la segunda más grande del país, tiene una capacidad instalada para procesar 315,000 barriles diarios; sin embargo, operaba a 36% de su capacidad.
La señora Julia, una mujer de 80 años que acompaña a Francisca sentada en los escalones de su local, dice que la refinería es “cosa de Dios”, que él la puso ahí porque se necesita trabajo. Pero pocos de los habitantes de Bominthzá, la localidad quieta y de casas modestas que se encuentra en medio de la refinería y la planta hidroeléctrica de CFE, trabajan en el complejo de la estatal, dicen los entrevistados.
“Es un mal necesario”, dice Julia. Esta misma frase la repiten la mujer que vende quesadillas a un lado de la refinería, el señor que despacha un puesto de dulces y refrescos y los cinco choferes de taxi que esperan agarrar algún pasaje junto al complejo de Pemex.
Dicen que es un “mal necesario” porque de ello depende el empleo de todos ellos. Pero al menos la mitad de unos 10 comerciantes que están justo al lado de la refinería traen puesto un cubrebocas. Saben que estar cerca de la refinería no se trata de algo inofensivo.
En noviembre de 2021, el presidente Andrés Manuel López Obrador informó que su gobierno invertiría 60,000 millones de pesos para modernizar las instalaciones de la refinería de Tula, concluir la planta coquizadora que permitirá aprovechar el combustóleo altamente contaminante de las refinerías de Tula y Salamanca, e incrementar la producción de combustibles de ultra bajo azufre, entre los que se encuentran gasolina, diesel y turbosina.
Hasta ahora, y según datos del gobierno de México, la modernización ha permitido generar empleo para más de 7,000 personas. Se estima que, una vez concluidas las obras de modernización de la refinería, ésta aumentará su producción en 41,000 barriles diarios de gasolina, de diesel en 47,000 barriles diarios y de turbosina en 4,000 barriles diarios. Mientras tanto, la refinería de Tula sigue siendo una fuente de emisiones contaminantes, con un porcentaje de recuperación de dióxido de azufre, un gas de efecto invernadero y con grandes efectos en la salud, de menos del 10%, cuando debería de ser mayor a 90% por regulación.
Una fuente de contaminación para la CDMX
La contaminación generada en Tula llega hasta la Ciudad de México debido a que los vientos dominantes en la región van de norte a sur casi todo el año. Un listado de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (conocida coloquialmente como NASA) localiza a la zona industrial de Tula como el 59º punto crítico de emisión de dióxido de azufre en el mundo y el cuarto más contaminante de México, solo por detrás del activo petrolero Cantarell. Esta contaminación no solo afecta a la región local, sino que también tiene graves repercusiones en la calidad del aire de la capital del país.
Un estudio realizado por la Secretaría de Medio Ambiente, citado por el think tank México Evalúa, reveló que las emisiones de la refinería y la termoeléctrica de Tula representan alrededor del 18% de la contaminación en la Ciudad de México. “Para decirlo llanamente, la contaminación generada en Tula llega hasta la Ciudad de México debido a que los vientos dominantes en la región van de norte a sur casi todo el año”, cita el estudio.
La exposición continua a partículas finas PM 2.5, provenientes en parte de Tula, está asociada con enfermedades respiratorias y cardiovasculares, afectando la calidad de vida de millones de habitantes en la Ciudad de México. El pasado miércoles 22 de mayo, la capital sumaba ya 13 días de contingencia ambiental en lo que iba del mes. Según la organización suiza IQAir, la Ciudad de México ocupa el octavo lugar en el ranking de las ciudades más contaminadas del país, con una concentración de partículas PM 2.5 que es 4.5 veces superior al valor guía de calidad de aire de la Organización Mundial de la Salud.
Tanto la refinería de Pemex como la CFE aportan 28% de la partículas PM10 y PM 2.5 de Tula y sus alrededores, según información oficial del gobierno de Hidalgo. La Secretaría de Medio Ambiente local y estatal fueron consultadas, pero no ofrecieron información ni respondieron a una petición de entrevista.
A las 18 horas, una capa gris empieza a ser visible sobre la ciudad de Tula, irritando los ojos de los habitantes hasta enrojecerlos. Salvador, un poblador de Tula, describe cómo una especie de aire gris, que pica la garganta, es visible al amanecer debido a los desfogues de la refinería y la termoeléctrica. Este aire denso no solo irrita los ojos y la garganta, sino que también causa ronchas en la piel y oscurece los dientes de los habitantes, según los testimonios.
“Al menos en la Ciudad de México hablan de una contingencia, imponen medidas; aquí todos nos dicen que la cosa está bien”, lamenta Salvador.