Una de las razones detrás del incremento de este pasivo, según Víctor Gómez Ayala, profesor del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) e investigador del Instituto Mexicano de la Competitividad (IMCO), es la disminución de la confianza de los inversionistas en el manejo de la empresa. Esta desconfianza ha aumentado a medida que la compañía no ha logrado despegar su producción ni presentar un plan de negocios convincente para el mercado.
Durante el sexenio, la deuda de Pemex con sus proveedores también se incrementó considerablemente, alcanzando un nivel histórico en los últimos meses. En junio pasado, este pasivo llegó a los 362,517 millones de pesos, cuando a finales de 2018 era menos de la mitad, situándose en 149,263 millones de pesos.
La empresa ha tenido que refinanciar esta deuda de manera continua y a un alto costo, influenciado por los niveles de tasas de interés en el mercado y la calificación crediticia de la petrolera.
“(El mercado) te castiga a largo plazo (con tasas más altas) porque consideran complicado que Pemex pueda pagar. Entonces emitir a 10 años era más complejo, por tasa y apetito, que a seis meses”, dice Gómez Ayala. Esto último implica que hay más inversionistas dispuestos a comprar deuda de la compañía que les sea pagada en un corto periodo.
La deuda de Pemex ha disminuido desde los 105,792 millones de pesos reportados a finales de 2018 hasta los 99,391 millones en el primer semestre de este año. Esta reducción se debe en gran parte a las inyecciones de capital del gobierno federal.
Hacienda ha recurrido al mercado en diversas ocasiones para emitir deuda y destinar los recursos a la amortización de la deuda de Pemex, ya que el Estado puede obtener mejores tasas de interés que la compañía.
La nueva administración de la petrolera estatal podría optar por una refinanciación a largo plazo, pero esto implicaría un aumento en los intereses, lo cual no contribuiría a reducir el indicador clave que la compañía busca disminuir.