El giro proteccionista que impulsa Donald Trump amenaza con desarticular la arquitectura industrial que América del Norte tejió desde los años noventa. Y lo hace con una espada bien afilada: tres aranceles que suman 52.5% sobre los vehículos que no se ensamblen en suelo estadounidense. El mensaje es claro: o producen aquí, o pagan.
Pero ese arancel tiene un costo directo para los consumidores. Hace cinco años era de 35,000. Si el arancel se convierte en realidad, el mercado podría volverse inaccesible para millones de familias. Según la INA, el precio promedio de los autos importados desde México subiría 3,000 dólares. Y en los segmentos de lujo, el golpe sería mayor: entre 5,000 y 8,000 dólares por unidad.
“Son escenarios que se están modelando, pero falta mucho para tener una claridad real”, advierte Padilla.
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El impacto, según las previsiones más conservadoras, implicaría la pérdida de al menos un millón de unidades en ventas anuales. El año pasado se comercializaron 16 millones de vehículos. Un millón menos equivale a miles de empleos, cientos de concesionarios y una larga cadena de proveedores en aprietos, en ambos lados de la frontera.
“Esperaríamos un menor desempeño, pero pensar que toda la producción se puede reubicar en Estados Unidos no es realista”, dice Padilla. Al menos no de forma inmediata. Y mucho menos sin un costo considerable.
No solo es dinero...
México, mientras tanto, observa con cautela. En 2024 exportó casi 3 millones de vehículos a Estados Unidos. Cancelar ese flujo de un día para otro no solo golpea su economía: también sacude a las propias armadoras estadounidenses, que operan desde México por eficiencia, escalabilidad y cercanía.
Trump intenta seducir con incentivos fiscales, como la deducción inmediata del impuesto sobre la renta para nuevas inversiones. Pero incluso eso puede no ser suficiente ante el tamaño del desafío. “No es solo dinero. Es tiempo, planeación y una cadena logística completamente nueva”, agrega Padilla.
Además, las armadoras no atraviesan su mejor momento financiero. Las inversiones están centradas en electrificación, baterías, software. No les sobra el capital para levantar casi veinte plantas nuevas. “La cadena de suministro no puede absorber esos costos. Se están trasladando al consumidor”, advierte Padilla.
Y aunque las negociaciones con México siguen en marcha, el tono ya cambió. Ya no se discute integración. Se discute blindaje. La región, que alguna vez se pensó como un bloque competitivo frente a Asia, ahora enfrenta su propio desmembramiento comercial.
“Desde el sector autopartes hemos visto que una política de aranceles permanente es inviable. Las empresas requieren años de planeación para cambiar de ruta”, señala Padilla.