Sudán trató de callar a sus manifestantes con violaciones, pero no funcionó
Nota del editor: CNN está comprometido con la cobertura de la desigualdad de género en cualquier parte del mundo en la que se presente. Este artículo es parte de la serie As Equals .
JARTUM, Sudan (CNN)— Tras semanas de protestas que culminarían en el derrocamiento del dictador en Sudán, el gobierno se dio cuenta de que tenía en las manos un problema sin precedentes: la cantidad de mujeres que salían a las calles a pedir el cambio era muy superior a la de hombres.
El alto mando del régimen envió un mensaje escalofriante a sus oficiales en el terreno: "Dobleguen a las mujeres, porque si las doblegan a ellas, doblegarán a los hombres".
Lo que siguió, según relatos de varios oficiales a CNN, fue un intento sistemático por atacar a las mujeres que sostenían las mayores protestas antigobierno en varias décadas.
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En los primeros meses del levantamiento, los soldados empezaron a arrestar a las mujeres en la capital, Jartum; de acuerdo con los activistas, las llevaron a centros de detención secretos en donde las fotografiaron desnudas y las amenazaron con agredirlas sexualmente.
Pero conforme Omar al-Bashir empezó a perder el poder que ostentó durante 30 años, los soldados empezaron a cumplir sus amenazas. La policía golpeó a algunas mujeres hasta la inconsciencia en público. A otras las llevaban a la fuerza a vehículos de las fuerzas de seguridad y las violaban, de acuerdo con los activistas.
Las órdenes del régimen eran claras, de acuerdo con un oficial de los servicios de inteligencia. "Todos sabemos qué significa doblegar a una chica", declaró a CNN.
Los ataques desencadenaron una oleada de abusos: los hombres empezaron a divorciarse de sus esposas por vergüenza y los padres golpeaban a sus hijas para someterlas y para tratar de evitar que salieran de casa.
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Pero una y otra vez, las mujeres regresaban a las calles, arrojaban las latas de gas lacrimógeno de vuelta a los soldados, se subían a los techos de los autos para exhortar a los manifestantes a seguir, y se encargaban de puestos de comida y bebidas para ayudar como podían.
Gracias a su arrojo y a que eran muchas (algunos estimados indican que hasta el 70% de los manifestantes eran mujeres), se volvieron un blanco; las golpearon, pero no las doblegaron.
Al-Bashir se vio obligado a dejar el poder finalmente en abril, pero el consejo de transición, encabezado por los militares, se niega a entregarles el poder a los civiles. Las protestas no han cesado y la lucha por la democracia no ha terminado y las mujeres que jugaron un papel clave en el derrocamiento del dictador han pagado un precio muy alto por su valentía.
El gobierno sudanés no ha respondido a varias solicitudes de comentarios.
La oleada reciente de manifestaciones antigobierno en Sudán comenzó a finales del año pasado por el aumento del costo de la vida, pero pronto se volvió un llamado nacional a la renuncia de al-Bashir.
En los primeros días de las protestas, en Jartum, las fuerzas de seguridad intentaron intimidar a las activistas amenazándolas con arruinar su reputación.
La manifestante Wifaq Quraishi cuenta que los agentes les advirtieron que todos sus vecinos sabrían que eran "fáciles" cuando las fueran a dejar a su casa en patrullas, ya entrada la noche.
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No pasó mucho tiempo para que los insultos se volvieran abuso psicológico: los agentes obligaban a las mujeres a ponerse en situaciones comprometedoras y luego lo documentaban.
Quraishi le contó a CNN que "fue objeto de varias detenciones" durante los tres meses que estuvo involucrada en los levantamientos y que cada vez fue diferente. En una detención, podían "chantajearte", "tomarte fotos desnuda" o "amenazar con violarte", cuenta.
Quraishi relata que cuando le hacían revisiones de cavidades, la obligaban a desnudarse ante una cámara. "Me tomaban fotografías mientras me desvestía. Me dijeron que era una revisión sobre la que no tenía autoridad alguna", agregó la mujer de 27 años.
Quraishi cuenta que "no tenía idea" de en donde terminarían estas fotos, pero se enteró de que a algunas mujeres las amenazaban con las imágenes comprometedoras. "Tal vez en realidad ni existan estas imágenes, pero eso es chantaje", dijo.
La violencia se intensificaba a la par que las protestas. Quraishi cuenta que un día, un agente de seguridad la atacó en la Universidad de Jartum, su alma mater y lugar al que consideraba seguro. El hombre la golpeó tan fuerte con la culata de su rifle que "me dislocó la mandíbula y me dejó el ojo lleno de sangre".
Rifga Abdelrahman, otra manifestante, cuenta que a sus amigas "las golpearon, las raparon, las insultaron y las trataron como no debería tratarse a ninguna chica sudanesa".
Esta semana, durante el resurgimiento de la violencia en la capital, la activista Nidal Ahmed estaba grabando a las fuerzas de seguridad mientras disparaban contra los manifestantes cuando un grupo de soldados la abordó. La golpearon con toletes y palos mientras intentaban quitarle la cámara con la que capturó el incidente.
"En cuanto recuperé las fuerzas y pude pararme, me golpearon en la espalda y me dijeron: '¡Corre!'. Esto le pasaba a todas las chicas, las golpeaban y les decían que corrieran", cuenta. "Fue algo muy doloroso".
En la última escena que Ahmed grabó se ve a un soldado inclinado sobre su cuerpo en el piso con la mano estirada cubriendo la lente de la cámara.
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En algunos casos, el abuso fue más grave. Al menos 15 mujeres reportaron que las violaron durante el levantamiento, de acuerdo con Nahed Jabrallah, una de las manifestantes y fundadora de SEEMA, una organización benéfica que combate la violencia contra la mujer y los matrimonios infantiles.
Algunos de los ataques consistían en "violar a la víctima anal o vaginalmente" y algunos ocurrieron en "presencia de más de una persona", de acuerdo con Jabrallah. Dado el estigma que rodea al abuso sexual en Sudán, es probable que la cifra real sea mucho mayor.
Quraishi no vio a su familia ni les contó del incidente en la universidad por un mes por temor a repercusiones "peores a que te golpee la policía". Pese a que su familia intentó evitar que se manifestara, regresó a las calles en unos cuantos días.
"Tenemos un dicho", dijo Quraishi. "La opresión es lo que te mueve, es decir, que te motiva".
"Estamos oprimidas en casa, oprimidas en las calles, en la universidad, en el trabajo, en el transporte público", dijo. "Todas estas cosas provocan que las chicas salgan a las calles a manifestarse".
Jartum se volvió el epicentro de las protestas y para primavera, se llevaban a cabo mítines y plantones afuera del complejo presidencial y del cuartel general del Ejército casi todos los días.
A Abdelrahman la arrestaron cinco veces, pero en todas logró escapar para "volver a las calles a regresarles su granadas de gas lacrimógeno".
"No me intimidaron sus amenazas ni la forma en la que nos trataban", cuenta la joven de 18 años.
La valentía de las manifestantes tomó por sorpresa a los hombres. Durante un mitin en Jartum, los hombres trataron de rodear a las mujeres para protegerlas de las macanas y los gases lacrimógenos de la policía. Sin embargo, las mujeres se liberaron e insistieron en quedarse en la línea del frente, cuenta Quraishi.
"Pensaban que las mujeres no corrían y que eso no era muy bueno", explicó. Pero "nos quedamos de pie firmemente en la plaza, así que ellos también tuvieron que quedarse".
Protesta tras protesta, los manifestantes coreaban: "Levántense, la revolución es mujer". Durante un plantón en abril, una joven vestida con un manto blanco y aretes de oro se subió al techo de un coche para hablarle a la multitud. Las imágenes de la escena pronto simbolizaron la energía de las protestas y la intervención de las mujeres.
La mujer, una periodista y activista de 22 años, de nombre Alla Salah, dijo a CNN que "quería hablar en nombre de la juventud. Quería salir y decir que Sudán es para todos".
El atuendo de Salah era un homenaje a la historia orgullosa de las activistas en Sudán, mucho antes de que los islamistas tomaran el poder. El thobe, como lo llaman en Sudán, es una evocación de "la ropa que usaron nuestras madres y nuestras abuelas en las décadas de 1960, 1970 y 1980", cuando protestaban contra las dictaduras militares anteriores, de acuerdo con la comentarista social sudanesa Hind Makki.
En todo el país, la gente empezó a llamar kandaka a las manifestantes. Es el título que se les daba a "las reinas nubias del Sudán antiguo, cuyo regalo a sus descendientes fue un legado de mujeres empoderadas que luchan por su país y sus derechos", dijo Makki.
A principios de abril, cuando las fuerzas de seguridad intentaron desintegrar un plantón afuera del complejo presidencial en Jartum, algunos soldados llegaron a defenderlas. Esa fue una señal de que los días de al-Bashir estaban contados.
Varios oficiales del Ejército declararon a CNN que los abusos contra las manifestantes fueron lo que los hizo cambiar de parecer respecto a defender al régimen. Algunos se quedaron en casa para evitar obedecer las órdenes, mientras que otros se pusieron del lado de los manifestantes.
"No me metí al Ejército para volverme esa clase de hombre", dijo uno de ellos.
Otro exoficial del régimen dijo que le avergonzaba la conducta de las fuerzas armadas durante el levantamiento. "Hay que entender que nos dijeron que acabáramos con eso", dijo. "Estas chicas estaban allá afuera todos los días, provocándonos, gritando que no tenían miedo".
Los mismos generales de al-Bashir lo depusieron el 11 de abril; desde entonces se lo ha acusado de la muerte de manifestantes, muchos de los cuales murieron durante las protestas. Ahora lo tienen en la prisión de máxima seguridad de Kober, famosa porque ahí encerró a los prisioneros políticos a lo largo de su dictadura de 30 años.
Sin embargo, la lucha no ha terminado. Las fuerzas armadas, que disolvieron el gobierno luego de la deposición de al-Bashir, señalaron que se quedarán en el poder hasta dos años pese a que persisten las protestas en su contra.
"Aunque al-Bashir renunció, las raíces de su régimen permanecen. El viejo régimen, el viejo gobierno, el viejo sistema de violencia, de golpear a la gente y de provocación, sigue en pie", dijo Rifga Abdelrahman.
"Queremos un sistema que nos pertenezca", agregó.
Qusay Abdullah y Oscar Featherstone contribuyeron con este reportaje.