Una soleada tarde de sábado, hace un año, más de 250,000 atendieron a los llamados en redes sociales y tomaron las calles de Francia con los chalecos amarillos que la ley francesa obliga a los automovilistas a llevar en la cajuela en caso de descompostura. Lo que despertó su ira fue un aumento al impuesto al combustible que el gobierno anunció como parte del combate al cambio climático.
Ni los veían ni los escuchaban
Para los más desfavorecidos, quienes sufren por salir adelante fuera de las ciudades más grandes de Francia, el impuesto parecía una agresión más de una élite desconectada no solo contra sus bolsillos, sino contra su dignidad. Algunos hablaron de que las inquietudes magnánimas de los ricos sobre el fin del mundo eran más importantes que los temores existenciales inmediatos de los más pobres por no llegar a fin de mes. A otros les preocupaba que el dinero del aumento al impuesto no se usara en el medioambiente. Todos coincidieron en que simplemente era dinero que no les sobraba.
Como explicó Samy Shalaby, uno de los primeros activistas chalecos amarillos: "El problema de este impuesto es que cuando vives en los suburbios, cuando vives en el campo y tienes que ir a trabajar tal vez a una hora de tu casa, necesitas ponerle combustible a tu auto y para estas personas es muy caro; es menos caro para los ciudadanos de las grandes ciudades porque hay transporte público, pero en el campo no, en los suburbios no".