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El movimiento de los Chalecos Amarillos busca su rumbo

Hace un año, una revuelta popular puso de cabeza al gobierno de Francia y al presidente Emmanuel Macron. Hoy, esta es su situación.
mié 20 noviembre 2019 05:04 AM
Chalecos amarillos
Como sentían que no los veían ni los escuchaban, los chalecos amarillos salieron furiosos a las calles, pero también con una disposición solidaria y optimista inusual

Melissa Bell

En muchos sentidos, es difícil creer que el movimiento de los gilets jaunes o "chalecos amarillos" de Francia tiene apenas un año. En ese entonces, desembocó en un paquete de ayuda de 10,000 millones de euros para los más pobres, el cambio de leyes y tácticas policiacas, daños a la economía francesa por miles de millones de euros y en que el presidente de Francia, cuya plataforma electoral fue nunca ceder ante las protestas, se viera obligado a hacer justo eso .

Pese a todo, esta semana se cumple el primer aniversario de una revuelta popular muy exitosa que al parecer salió de la nada y que desapareció igual de rápido… no sin antes lograr algunos de sus objetivos iniciales e inspirar a otros movimientos acéfalos en otras partes.

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Una soleada tarde de sábado, hace un año, más de 250,000 atendieron a los llamados en redes sociales y tomaron las calles de Francia con los chalecos amarillos que la ley francesa obliga a los automovilistas a llevar en la cajuela en caso de descompostura. Lo que despertó su ira fue un aumento al impuesto al combustible que el gobierno anunció como parte del combate al cambio climático.

Ni los veían ni los escuchaban

Para los más desfavorecidos, quienes sufren por salir adelante fuera de las ciudades más grandes de Francia, el impuesto parecía una agresión más de una élite desconectada no solo contra sus bolsillos, sino contra su dignidad. Algunos hablaron de que las inquietudes magnánimas de los ricos sobre el fin del mundo eran más importantes que los temores existenciales inmediatos de los más pobres por no llegar a fin de mes. A otros les preocupaba que el dinero del aumento al impuesto no se usara en el medioambiente. Todos coincidieron en que simplemente era dinero que no les sobraba.

Como explicó Samy Shalaby, uno de los primeros activistas chalecos amarillos: "El problema de este impuesto es que cuando vives en los suburbios, cuando vives en el campo y tienes que ir a trabajar tal vez a una hora de tu casa, necesitas ponerle combustible a tu auto y para estas personas es muy caro; es menos caro para los ciudadanos de las grandes ciudades porque hay transporte público, pero en el campo no, en los suburbios no".

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Como sentían que ni los escuchaban ni los veían —sus luchas diarias estaban ausentes de los debates políticos interminables que se tocan en gran parte de la televisión francesa—, los chalecos amarillos salieron furiosos a las calles, pero también con una disposición solidaria y optimista inusual. Era un movimiento con un símbolo muy visible que finalmente arrojaría luz sobre ellos y sus dificultades cotidianas.

Esa actitud sigue resonando para el manifestante Franck Barrenho. "Estoy muy orgulloso de ser un chaleco amarillo. Larga vida a la lucha de los chalecos amarillos; cambiaremos el mundo juntos", dijo.

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En los bloqueos que levantaron tras ese primer gran sábado, privó un espíritu de comunidad combinado con una sensación de sentido que muchas personas dijeron haber sentido por primera vez. Aquí finalmente se sintieron vistos y comprendidos; sus penurias finalmente eran el centro de la atención política y su rutina diaria se ligó a algo mucho más grande que ellos. Como pasa al principio de cualquier revolución, los movía la sensación inicial de ya no estar solos, los impulsaba a seguir adelante semana tras semana, incluso cuando llegó el invierno.

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El optimismo se transforma en furia

Pronto, el optimismo inicial del movimiento se transformó en furia. Para principios de diciembre , París ardía. Cada semana, la Policía luchaba por contener la violencia de algunos de los elementos más radicales. Salidos tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda, muchos parecían igualmente decididos no solo a cambiar las políticas, sino a derrocar al sistema mismo. En las protestas de los sábados se oyeron consignas antisemitas, los periodistas fueron blanco de ataques brutales y los símbolos de la riqueza —ya fueran bancos o autos de lujo— fueron furiosamente vandalizados.

En las primeras semanas de las protestas, parecía que la Policía estaba rebasada. Las muchas concesiones del gobierno —desde la cancelación del impuesto inicial hasta un paquete de aumentos salariales y condonaciones fiscales para los más pobres por 10,000 millones de euros— al parecer solo profundizaron la determinación del movimiento y ampliaron el alcance de sus demandas, que pasaron de la cancelación del impuesto a la necesidad de arreglar el problema del alto costo de la vida y el tema de resolver la desigualdad en general.

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Semana tras semana, las protestas se fueron volviendo más personales y los cantos y las pancartas se dirigían en contra del mismísimo presidente, Emmanuel Macron. Para principios de enero, y tras tantas concesiones del gobierno, los manifestantes decían que solo su renuncia los convencería de irse a casa.

Como explicó Samy Shalaby, "esta gente necesitaba tener poder adquisitivo para ponerle combustible a su auto, así que por eso empezaron las protestas. Pero después, la gente quiso hacer más que desafiar un solo impuesto; quisieron cambiar la democracia, lo fiscal, todo el modelo económico… querían cambiar toda la política del Estado".

Un hombre del pueblo

Entonces, el presidente de Francia se dispuso a convencerlos. A lo largo de varias semanas, se embarcó en una gira por Francia, una especie de sesión de terapia grupal nacional: celebró una serie de reuniones maratónicas, tanto con funcionarios locales como con ciudadanos comunes, para escuchar sus problemas de su propia boca.

Este ejercicio les sirvió a ellos para desahogarse y a él para dejarse ver firme del lado del pueblo, con la camisa arremangada y una actitud decidida. Para un presidente al que durante casi toda su campaña electoral acusaron de ser le président des riches — también en parte por su primera reforma al impuesto al patrimonio en Francia—, este ejercicio le sirvió para tratar de dar la impresión de que es más "hombre del pueblo" de lo que era naturalmente.

Pero mucho más que diálogo, al final lo que contuvo la violencia fue una nueva y polémica ley antimotines y el endurecimiento de las tácticas policiales. Así, el movimiento fue perdiendo el impulso poco a poco. Llegada la primavera, la violencia se fue haciendo más esporádica y, semana con semana, menguó la cantidad de gente que marchaba en las calles de Francia.

Poco a poco, los Campos Elíseos empezaron a quedarse abiertos, los turistas regresaron y por un rato, parecía que en ciudades como París transcurrían dos realidades paralelas en las calles hasta que, lentamente, la vida regresó a la normalidad y, al parecer, los gilets jaunes desaparecieron.

¿Qué se logró?

A un año, es difícil medir el costo económico. El gobierno calcula que las empresas perdieron 850 millones de euros en ingresos respecto al año anterior, mientras que el costo para el Estado —por reparar la infraestructura dañada y pagar las horas extras de los policías— se estima en 297 millones de euros. Por otro lado, el costo humano, según el Ministerio del Interior, es de 2,400 manifestantes y 1,800 policías lesionados y 11 muertos, principalmente en accidentes de tránsito. Los organizadores de los chalecos amarillos dicen que 24 personas perdieron un ojo.

En vista de estos costos, es difícil saber qué logró el movimiento; ni siquiera los mismos activistas lo saben. Samy Shalaby es uno de los pesimistas del movimiento.

"No fue un movimiento exitoso, no logramos nada. El gobierno no nos dio nada, solo aplicación de la ley y violencia en las calles. Nada más. Lo único positivo que salió fue, tal vez, la solidaridad entre la gente, más comunicación entre ellos y más información para entender qué está pasando en el mundo y en el país".

Un año después, los chalecos amarillos esperan poder regresar. Animados por el surgimiento de movimientos acéfalos surgidos de las redes sociales en otros lugares, e irritados por la polémica reforma de Macron a las pensiones, los gilets jaunes han convocado a una nueva protesta masiva este fin de semana.

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