La Cumbre de este año cobra especial protagonismo, y no necesariamente por la agenda y las prioridades que Francia desea posicionar durante su presidencia: combatir la desigualdad de oportunidades, detener la degradación ambiental y promover mayores vínculos con África; sino por aquellos temas que saldrán a relucir durante los dos días de encuentros y desencuentros.
La guerra económica, comercial y tecnológica Estados Unidos-China, el escalamiento de las tensiones entre Washington y el Kremlin, la amenaza que concierne al estrecho de Ormuz, tras el abandondo de Estados Unidos del pacto nuclear con Irán, así como la posibilidad de materializar un brexit sin acuerdo, es decir, de manera salvaje y no civilizada, a menos que el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker y el nuevo primer ministro Boris Johnson encuentren un camino hacia la empatía en Biarritz.
Por si fuera poco, los nuevos episodios de la desaceleración económica global -la contracción económica de Reino Unido por primera vez en siete años y la recesión que bordea a Alemania- junto con los desaires políticos al medio ambiente y los esfuerzos inútiles para frenar la espiral armamentista y nuclear –ahí están los gestos recientes de Corea del Norte- nos hablan en palabras del papa Francisco de un “soberanismo exagerado” que nos puede conducir a un nuevo enfrentamiento mundial.