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John Hersey, el periodista que mostró a EU el horror de Hiroshima

El 6 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó una bomba atómica contra la ciudad japonesa, pero la opinión pública norteamericana no se enteró de la magnitud hasta un año después.
vie 06 agosto 2021 04:23 PM
People pray in front of the cenotaph for the victims of the 1945 atomic bombing, at Peace Memorial Park in Hiroshima
Más de 100,000 personas murieron en Hiroshima por la explosión.

Estados Unidos lanzó la primera bomba atómica en un conflicto armado de la historia el 6 de agosto a las 8:00 am, hora local. Esa mañana, los habitantes de la ciudad de Hiroshima —una de las dos ciudades japonesas que no había sido bombardeada en la Segunda Guerra Mundial— esperaban nerviosismo un ataque aéreo, pero jamás algo como lo que sucedió.

"La bomba atómica mató a cien mil personas, y estas seis estuvieron entre los sobrevivientes. Todavía se preguntan por qué sobrevivieron si murieron tantos otros. Cada uno enumera muchos pequeños factores de suerte o voluntad —un paso dado a tiempo, la decisión de entrar, haber tomado un tranvía en vez de otro— que salvaron su vida. Y ahora cada uno sabe que en el acto de sobrevivir vivió una docena de vidas y vio más muertes de las que nunca pensó que vería. En aquel momento, ninguno sabia nada".

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Esta es la parte final del inicio de Hiroshima, un reportaje del periodista y novelista John Hersey que salió publicado en un número especial de la revista New Yorker en agosto de 1946, casi un año después del lanzamiento de la bomba Little Boy sobre la ciudad japonesa.

Japón conmemora el 76 aniversario de bomba atómica en Hiroshima en plenos Juegos

Hasta entonces, la verdadera magnitud del daño provocado por las bombas a Hisroshima y Nagasaki era ignorado por la gran mayoría de la población civil estadounidense, que incluso carecía de información sobre la naturaleza de las bombas desarrolladas en el ultra secreto Proyecto Manhattan.

“Los estadounidenses no sabían nada sobre la bomba hasta que fue detonada sobre Hiroshima. El Proyecto Manhattan estuvo envuelto en una enorme secrecía aunque decenas de miles de personas estaban trabajando en ello. Quiero decir, muchos de ellos ni siquiera sabían cuál era el producto final que su trabajo iba a tener”, dijo la escritora Lesley Blume en una entrevista con la NPR hace un año.

La periodista basada en Los Ángeles, California, cuenta que incluso el presidente Harry Truman no supo de la existencia de la bomba atómica hasta la muerte de su predecesor, Franklin D. Roosevelt, en el verano de 1945.

Blume publicó en 2020, en el marco del aniversario 75 del lanzamiento de la bomba atómica, el libro Fallout: the Hiroshima cover-pp and the reporter who revealed it to the world.

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“Cuando Truman anunció que Estados Unidos había detonado la primera bomba atómica del mundo sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, estaba anunciado no solo una nueva arma, sino que habíamos entrado a la Era Atómica. Y los estadounidenses no tenían idea sobre la naturaleza de estas entonces experimentales armas, es decir, que estas armas continúan matando mucho después de la detonación”, indicó Blume a la radio pública estadounidense.

Romper el secreto de Hiroshima

Hersey había cubierto la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial como corresponsal de la revista Time en el frente occidental. Incluso, acompañó a la fuerzas estadounidenses presentes en el desembarco en Normandía, el Día D, y escribo una novela sobre los combatientes en Italia. Sin embargo, nada de eso lo había preparado para lo que encontró en Hiroshima.

El escritor colombiano Juan Gabriel Vázquez, traductor de Hiroshima en español, señala que contó más de 30 usos del adjetivo “terrible” o del adverbio “terriblemente”. “Horror” aparece dos veces y horrible y horriblemente, lo hacen 15 veces.

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Apostado en Shangái, China —el país donde nació cuando sus padres eran misioneros ahí— como corresponsal, Hersey decidió pasar tres semanas de mayo de 1946 en Japón. El artículo resultantes iba a ser publicado originalmente en cuatro números de New Yorker, pero su entonces editor ejecutivo, William Shawn, sugirió que se publicara en un solo número. Así fue publicado el 31 de agosto de 1946.

El novelista señala que a partir del lanzamiento de la bomba, Estados Unidos se ocupó en justificar el lanzamiento de una bomba de esa naturaleza contra la población civil japonesa.

"En medio de las reflexiones por escrito posteriores al 6 de agosto del 45, en medio de la obsesión por justificar la bomba como abstracción bélica o instrumento de la venganza merecida, casi nadie en Estados Unidos se paró a pensar que debajo de la bomba había gente. Hersey lo hizo", escribió el autor de El ruido de las cosas al caer en la revista Letras Libres.

El gran revuelo causado por Hiroshima no se dio gracias a la falta de cobertura per sé del hecho, sino al foco que Hersey y sus editores en el New Yorker pusieron en las historias de seis sobrevivientes de la bombas, o hibakusha, como se les denominó después en japonés.

“No se publicaron imágenes ni se publicaron historias sobre el número de víctimas humanas que había ocurrido en el suelo allí. Y el gobierno realmente estaba haciendo todo lo posible para encubrir la realidad de las secuelas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Estaban muy preocupados, como dijo el ex secretario de Guerra, de que no se les viera como si hubieran superado a Hitler en atrocidades”, dijo Blume en otra entrevista para la NPR.

El autor eligió a una joven secretaria, aun médico de barrio, a una viuda con tres hijos, a un sacerdote jesuita alemán, a un cirujano de la Cruz Roja y a un pastor metodista que estudió en Estados Unidos como los protagonistas de su relato de 150 páginas.

"Su idea era crear un sentido de empatía en sus lectores con estos individuos porque, después de todo, no todos podían entender la física de cómo funcionaban las bombas o visualizar, ya sabes, un ataque nuclear total. Pero cualquiera puede identificarse con ser madre, padre, colega o médico que se ocupa de sus asuntos cotidianos cuando ocurre una catástrofe", señaló Blume.

El reportaje inmediatamente se convirtió en un suceso mediático y social. “Que (Albert) Einstein haya ordenado mil ejemplares de la revista es una curiosidad de museo, sobre todo porque su solicitud no pudo ser atendida”, indicó Vázquez. Einstein había participado en el Proyecto Manhattan y quería mostrar a sus estudiantes las consecuencias funestas que su investigación había tenido.

El mito de la rendición japonesa

Herry Stimson, el secretario de Guerra de Truman, aseguraba entonces que el único propósito de la bomba atómica era “salvar vidas”. Escribió un texto llamado “La decisión de usar la bomba atómica”, que fue publicado dos años después del lanzamiento de la bomba y casi un año después de la publicación de Hiroshima en el New Yorker.

“Las razones por las cuales era inevitable arrojar Little Boy sobre la ciudad de Hiroshima son, básicamente, tres: que la bomba y sólo la bomba forzó la rendición incondicional del emperador Hirohito; que la única opción disponible era prolongar la guerra cerca de un año, el tiempo que tardaría una invasión; que en el curso de este año morirían alrededor de un millón de soldados estadounidenses”, resume Vázquez.

Sin embargo, varios altos mandos estadounidenses confesaron años más tarde que la bomba no representó ninguna ayuda sustancial para la rendición de Hirohito, pues los japoneses ya estaban listos para capitular.

“Si Japón ya estaba derrotado ese 6 de agosto del 45, si no es cierto que la bomba atómica era eso, un mito, si las políticas de deterrence —la famosa disuasión, el cliché nuclear por excelencia—, (…) si todo había salido de una gran elaborada mentira, ¿quiénes eran los vencedores de la Segunda Guerra Mundial?”, escribió Vázquez.

Después historiadores han indicado que Japón ya estaba derrotado para la primavera de 1945, pues las fuerzas estadounidenses ya habían ocupado Okinawa, con lo que quedaban a unos pasos de Tokio, y la URSS había decidido no renovar su pacto de neutralidad con el emperador Hirohito.

“Los márgenes de Hiroshima están llenos de preguntas, pero una de ellas —"¿Qué consecuencias tienen nuestros actos?"— es una especie de seña de identidad del libro”, aseguró el novelista colombiano.

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