Occidente no tardó en apreciar a Gorbachov, que había tenido un ascenso meteórico en las filas regionales del partido hasta llegar al puesto de secretario general. Era, en palabras de la primera ministra británica Margaret Thatcher, "un hombre con el que podemos hacer negocios".
El término "Gorbimanía" entró en el léxico, una expresión de la adulación que inspiraba en los viajes al extranjero.
Gorbachov entabló una cálida relación personal con Ronald Reagan, el presidente derechista estadounidense que había calificado a la Unión Soviética como "el imperio del mal". Con él negoció un acuerdo histórico en 1987 para desechar los misiles nucleares de alcance intermedio.
En 1989, retiró las tropas soviéticas de Afganistán, poniendo fin a una guerra que había matado a decenas de miles de personas y agriado las relaciones con Washington.
Ese mismo año, cuando las protestas a favor de la democracia se extendieron por los estados comunistas de Polonia, Hungría, Alemania Oriental, Checoslovaquia, Bulgaria y Rumanía, el mundo contuvo la respiración.
Con cientos de miles de tropas soviéticas estacionadas en toda Europa del Este, ¿volvería Moscú sus tanques contra los manifestantes, como había hecho en Hungría en 1956 y en Checoslovaquia en 1968?
Muchos presionaron a Gorbachov para que usara la fuerza. El hecho de que no lo haya hecho puede haber sido su mayor contribución histórica, reconocida en 1990 con la concesión del Premio Nobel de la Paz.