Lejos de convertirlo en mártir, su asesinato el 8 de julio en un mitin electoral en Nara, en el oeste de japón, ensució todavía más su imagen entre sus detractores.
Su presunto asesino lo atacó por considerarlo cercano a la Iglesia de la Unificación, una organización religiosa controvertida con vínculos con numerosos miembros del gobernante Partido Liberal Demócrata, que Abe presidió durante largo tiempo.
Alrededor del 60% de japoneses interrogados en los últimos sondeos se oponían al funeral de Estado, un homenaje poco habitual para dirigentes políticos en el Japón posguerra.
Además, la oposición parlamentaria criticó la elección unilateral del primer ministro actual Fumio Kishida, del que Abe fue mentor, y el coste de la ceremonia de unos 12 millones de dólares.
"¡Restauren la democracia!"
Mientras a unos kilómetros se desarrollaba el funeral con 4.300 participantes, incluidos 700 dignatarios extranjeros, miles de personas protestaban contra este homenaje ante el Parlamento japonés.
"No lloraremos jamás al fascista de Abe", se leía en una pancarta.
"Simplemente me parece imperdonable que se gaste tanto dinero del contribuyente" para esto, se indignaba Kanako Harada, una cineasta independiente de 37 años.
"Me opongo a los funerales nacionales porque el gobierno los ha impuesto sin escuchar a la gente" y sin respetar la Constitución, dijo a AFP Toshiro Inoue, de 71 años.
Para este hombre llegado de Yokohama, al suroeste de Tokio, los escándalos político-financieros alrededor de Abe y de su partido "normalizaron el hecho de que un responsable político mienta con impunidad".
Y mientas en el Budokan se observaba un minuto de silencio, los manifestantes gritaron al unísono: "¡No nos impongan el silencio! ¡Anulen los funerales de Estado! ¡Restauren la democracia!".