Ocho meses después de subir al trono tras la muerte de Isabel II, el monarca de 74 años fue solemnemente coronado junto a su esposa Camila en una fastuosa ceremonia, única en Europa, que el Reino Unido no vivía desde hace 70 años.
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Sentado en la silla de roble de San Eduardo, considerado el mueble más antiguo del Reino Unido y colocado sobre un piso de mosaico medieval, Carlos III fue coronado tras recibir las distintas insignias reales, que simbolizan las responsabilidades como el jefe de Estado británico hasta el día de su muerte.
Con la mano sobre la Biblia, el rey prestó juramento.
En el momento más importante de este acto protocolario, el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, colocó sobre la cabeza de Carlos III la suntuosa corona de San Eduardo, del siglo XVII y que no había sido utilizada desde la coronación de su madre, en 1953.
Tras colocarle la corona, el arzobispo gritó a la congregación "Dios salve al Rey", tras lo cual se escucharon trompetas.
Antes, el monarca fue ungido con aceite consagrado por el arzobispo de Canterbury, el rito religioso más solemne de la liturgia de la coronación, que requiere que el monarca esté temporalmente oculto al público.
El soberano quedó velado por un panel de tela bordada con motivos de ángeles y un árbol con 56 hojas que representan a cada uno de los países de la Mancomunidad Británica de Naciones, bendecida en la Capilla Real del Palacio de St James hace una semana.
Sustituyendo el tradicional homenaje de los aristócratas, el religioso invitó entonces a todas las personas, desde donde estuviesen viendo o escuchando la coronación, a jurar lealtad al nuevo rey, una primicia histórica que busca la democratización de la ceremonia, pero que provocó fuertes críticas de los antimonárquicos.
La reina Camila fue coronada inmediatamente después, en un ritual similar pero más sencillo.
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Sentados en primera fila en la imponente Abadía de Westminster, los herederos de la corona Guillermo y Catalina siguieron la ceremonia religiosa, puntuada de cánticos y lecturas del evangelio, concebida según un pomposo rito prácticamente inmutable desde hace mil años.
Estaban acompañados por unos 2,300 invitados, entre ellos figuras como la primera dama estadounidense Jill Biden, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y los reyes Felipe VI y Letizia de España, además de cientos de representantes de la sociedad civil británica.
El príncipe Enrique, hijo menor de Carlos que mantiene tensas relaciones con la familia real, se sentó junto a sus primos en la tercera fila, sin su esposa Meghan Markle, que se quedó en California con sus dos hijos.
Aunque el rey quiso una ceremonia más moderna y sencilla que la de su madre, en un contexto de grave crisis por el disparado coste de la vida, se utilizan tres coronas engarzadas de diamantes: una para Camila y dos para Carlos III, ya que la de San Eduardo solo se lleva en el momento preciso de la coronación.
También varios ropajes antiguos bordados con oro que el rey fue vistiendo progresivamente durante la ceremonia, tres cetros, una espada cubierta de piedras preciosas y un par de espuelas de oro.
En un guiño a las convicciones ecologistas del monarca, el óleo que se usó en la unción fue vegano, aunque consagrado como exige la tradición en la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, donde los cristianos creen que fue enterrado Jesús.
Tras la ceremonia, los monarcas, acompañados por miles de militares y miembros de la realeza, regresarán en una nueva procesión al Palacio de Buckingham, donde junto a su familia saludarán a la multitud desde el balcón.
No se prevé que el príncipe Enrique aparezca con ellos, salvo que haya un gesto de reconciliación entre la familia y el príncipe, que lanzó duras críticas contra la monarquía, especialmente contra la reina Camila y su hermano Guillermo.