WASHINGTON DC, Estados Unidos- ¿Cómo saber que los resultados de una elección no favorecen a tu candidata?
Las risas dejan de sonar y las sustituyen caras largas y algunas lágrimas. La música suena cada vez más alto para ahogar los murmullos crecientes de quien sabe que el camino a la victoria está peligrosamente estrecho. Y la gente se va, abandona antes de tiempo la fiesta que se diseñó con cuidado y banderas por todos lados. El entusiasmo es tristeza.
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No se suponía que sería así. Hoy, como en 2016, la esperanza elusiva era celebrar a la primera mujer presidenta de Estados Unidos, una líder de la democracia más poderosa del planeta que, para añadir a lo histórico, es afroamericana y de ascendencia asiática.
La cita fue en la Universidad de Howard, una institución históricamente exclusiva para alumnos negros, a la que Kamala Harris llama alma mater. Las mujeres eran mayoría en las gradas temporales y sobre el pasto del patio central de la escuela, mujeres de color, mujeres arregladas para el festejo, mujeres acompañadas de otras que compartían una ilusión que se cayó después de la medianoche.
Donald Trump será el próximo presidente de Estados Unidos, por segunda vez en menos de diez años. La gente en la fiesta de Harris lo vio ocurrir en las pantallas gigantes donde sintonizaron CNN, al inicio con volumen alto mientras se analizaba el desempeño del voto demócrata a nivel nacional. Después, cuando el resultado comenzó a ser adverso, el análisis se fue, quedó la imagen y un mapa electoral cada vez más pintado de rojo.
Las fraternidades y exalumnas de Howard bailaron hasta que Pensilvania se inclinó hacia Trump, el estado era una de las piezas clave del intrincado rompecabezas de Harris, lo mismo que mantener Wisconsin y Michigan. Se puede pedir un deseo una vez, no tres.
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Al avanzar la noche, la temperatura bajó, llegó a los 17 grados, pero la sensación térmica en el espacio diseñado para un momento histórico era menor debido a los huecos que se fueron haciendo entre la gente y a su quietud.
En una de las gradas, una mujer con una bandera estadounidense en las manos se tocaba la frente y sobaba la nuca. Apretaba la mandíbula hasta que ya no aguantó más. Ver a Trump peligrosamente cercano a la Casa Blanca la hizo derramar unas lágrimas, sin caer en el llanto. Su amiga la abrazó antes de que pudiera continuar el lamento.
El equipo de Harris se alejó de las gradas en cuanto se anunció que los republicanos tomaron el control del Senado tras voltear asientos clave de demócratas. Había que cambiar el discurso preparado para esa noche, el mensaje a partir de hoy será otro, incluso el camión de campaña aparcado a un costado del evento dejó de ser fondo para fotos y videos de los asistentes.
La música calló casi a la una de mañana, Trump ganó Georgia y su regreso a la Casa Blanca se hizo inminente. Harris no salió, la gran festejada se quedó en el Cuarto de Guerra, y el escenario, frente a uno de los edificios coloniales de la universidad, quedó sin usar. Las banderas que servirían de fondo de un discurso pletórico permanecieron sin moverse.
A un costado se ese escenario, una pantalla quedó encendida con los apellidos Harris y Walz en ella. Enfrente, un centenar de sillas vacías. El gran momento nunca llegó.