La Unión Europea, históricamente vista como un refugio para quienes huyen de la guerra y la pobreza, ha adoptado en los últimos años políticas migratorias cada vez más restrictivas. Desde Italia hasta Alemania, los países miembros han reconfigurado sus estrategias, priorizando el control y la seguridad en lugar de la acogida. La revalorización de las fronteras y el endurecimiento de los procedimientos de asilo son algunas de las medidas más visibles de este giro.
No solo Estados Unidos, Europa también endurece sus políticas migratorias

Este cambio de enfoque no es casual: responde a una compleja combinación de factores, entre ellos, la creciente presión política interna, el ascenso de partidos de extrema derecha y un discurso populista que coloca la migración en el centro de los debates sobre la estabilidad económica y social del continente.
El impacto del discurso antiinmigrante en la sociedad europea
El 22 de febrero de 2025, miles de ciudadanos se congregaron en la Place de la République en París para protestar contra el extremismo de derecha tras un violento ataque ocurrido el 16 de febrero contra una organización de trabajadores migrantes.
Un grupo de aproximadamente 20 agresores vinculados a grupos de extrema derecha 'neo nazis' irrumpió en una proyección organizada por la Asociación Cultural de Trabajadores Migrantes Turcos (ACTIT) y Young Struggle, golpeando a los asistentes y apuñalando mortalmente a un miembro de la Confederación General del Trabajo (CGT). Este episodio, lejos de ser un hecho aislado, forma parte de una escalada de violencia política que ha cobrado fuerza en Francia, impulsada por la creciente legitimación de discursos antiinmigrantes en el debate público.
Mientras algunos señalaron a los atacantes como miembros del grupo ultranacionalista turco Lobos Grises, activistas en el terreno identificaron símbolos y eslóganes asociados a organizaciones francesas de extrema derecha.
Un diputado de Francia Insumisa, Raphaël Arnault, advirtió que estos grupos han dejado de ocultar su radicalismo, alentados por el auge de partidos como Agrupación Nacional de Marine Le Pen y la normalización de su discurso en el espectro político.
Desde los sindicatos hasta las organizaciones antifascistas, la condena fue inmediata. Young Struggle (YS) publicó un comunicado en el que expresaron: “¡Nunca nos hemos doblegado ante tales ataques y no nos rendiremos! Continuaremos fortaleciendo siempre la lucha antifascista. ¡Invitamos a todos los jóvenes a organizarse en las filas antifascistas, a organizarse en Young Struggle y a luchar contra los fascistas donde quiera que estén!”.
La Federación de Obreros Migrantes en Alemania (AGİF) también expresó su solidaridad, denunciando la actitud de la policía francesa, que no intervino a pesar de los informes de varios grupos fascistas involucrados en el ataque, afirmando: “Esta forma de actuar de la policía allana el camino para los ataques fascistas”. Organizaciones como la asociación cultural VEKSAV y la Unión Federal de Alevíes en Francia (FUAF) también condenaron el ataque y reafirmaron su compromiso con la lucha antifascista.
El Reporte Anual de Human Rights Watch 2024 documenta un deterioro sistemático de los derechos de los migrantes en la UE, con un aumento en los casos de detenciones arbitrarias, devoluciones en caliente y condiciones inhumanas en los centros de detención de refugiados. A su vez, la militarización de las fronteras y la subcontratación del control migratorio a terceros países han intensificado los riesgos que enfrentan las personas en movilidad, exacerbando la vulnerabilidad de quienes buscan protección internacional.
De la integración a la contención
La política migratoria de la Unión Europea se ha transformado en un sistema de control más que de acogida. Italia ha consolidado acuerdos con Libia y Túnez para impedir la salida de migrantes desde sus costas, mientras que Francia ha impuesto nuevas restricciones en su legislación de asilo, reduciendo el acceso a servicios sociales para los solicitantes. Alemania, por su parte, ha adoptado un enfoque más estricto en la concesión de beneficios a migrantes, aumentando los requisitos para la obtención de protección internacional.
El despliegue de tecnología de vigilancia ha sido otro de los mecanismos utilizados para reforzar la seguridad fronteriza. El uso de drones, sensores y sistemas de reconocimiento facial en pasos clave, como el Mediterráneo y la ruta de los Balcanes, refleja una tendencia hacia la digitalización del control migratorio. No obstante, organizaciones de derechos humanos han advertido sobre los riesgos de estas tecnologías, incluyendo la falta de regulación sobre la privacidad de los migrantes y la posibilidad de abusos en la recopilación de datos biométricos.
El Informe Especial 26/2024 del Tribunal de Cuentas Europeo señala que, aunque la UE ha destinado recursos al Fondo de Asilo, Migración e Integración (FAMI) para promover la inclusión de migrantes, el impacto de estas políticas sigue siendo incierto. En países como Francia y Alemania, la burocracia ha limitado la eficacia de los programas de integración, y la financiación asignada ha sido insuficiente en comparación con otros fondos nacionales.
Esto plantea una paradoja: mientras los estados miembros refuerzan sus fronteras, la falta de inversiones estructurales en integración agrava la marginación de quienes logran establecerse en Europa.
La extrema derecha y la instrumentalización del miedo
Los partidos de extrema derecha han logrado capitalizar el descontento social vinculándolo directamente con la inmigración. Líderes como Geert Wilders en Países Bajos y Giorgia Meloni en Italia han convertido la seguridad fronteriza en el eje de sus campañas políticas, presionando a los gobiernos tradicionales para endurecer sus políticas migratorias.
En un caso más reciente, la extrema derecha en Alemania, representada por el partido Alternativa por Alemania, apeló a un discurso contra la migración, alimentado en parte por varios ataques cometidos por extranjeros en las semanas previas a las elecciones. El conservador Friedrich Merz, quien será el próximo canciller, también ha prometido medidas de control migratorio más estrictas.
Este fenómeno no solo ha modificado la dinámica política de la UE, sino que también ha llevado a partidos de centro a adoptar posturas más restrictivas en un intento por no perder electorado.
El discurso de “crisis migratoria” ha sido utilizado como una herramienta de movilización política, a pesar de que los datos no respaldan esta percepción.
Si bien las llegadas de migrantes han aumentado en los últimos años, están lejos de alcanzar los niveles de 2015. Ese año, más de un millón de migrantes y refugiados llegaron a la Unión Europea, principalmente a través del Mediterráneo, escapando de guerras, persecuciones políticas, y condiciones extremas en sus países de origen, como Siria, Afganistán, Irak y varios países de África subsahariana.
La insistencia en la idea de una emergencia migratoria ha permitido justificar medidas mucho más estrictas, debilitando los derechos de los migrantes y reduciendo las posibilidades de una gestión más equitativa y sostenible.
Un aspecto crítico en este debate es el incumplimiento de los acuerdos de reubicación dentro de la UE. Países como Italia y Grecia han denunciado que otros estados miembros no han cumplido con sus compromisos de recibir migrantes, lo que ha generado un efecto de acumulación en las fronteras más expuestas y ha exacerbado las tensiones políticas entre los gobiernos europeos.
Brexit y migración de retorno: un fenómeno poco explorado
El endurecimiento de la migración en Europa no solo afecta a quienes buscan entrar al continente, sino también a aquellos que, tras haber migrado, se ven obligados a reconsiderar su futuro.
El estudio "Infrastructuring Exit Migration" de Marie Godin y Nando Sigona analiza el impacto del Brexit en las decisiones de movilidad de las familias europeas que residían en el Reino Unido. La investigación muestra cómo, tras el referéndum de 2016, se han registrado dos tendencias clave: la disminución de nuevas llegadas de ciudadanos de la UE y el incremento de la emigración de europeos que antes vivían en Reino Unido.
Lo que diferencia este tipo de migración de otras es su carácter no siempre voluntario. Muchas familias se han enfrentado a lo que los autores llaman "transnacionalismo involuntario", en el que algunos miembros sienten que deben irse mientras que otros no tienen más opción que quedarse. La incertidumbre sobre los derechos de los ciudadanos europeos en el Reino Unido tras el brexit ha sido un factor clave en la decisión de salir.
El estudio revela que muchas familias no vieron el retorno a sus países de origen como una simple reversión de su migración anterior, sino como un proceso lleno de incertidumbres y sacrificios. Algunas familias se fragmentaron, con miembros dispersos en diferentes países de la UE.
La movilidad, lejos de ser una elección libre, estuvo determinada por restricciones legales y la inestabilidad política.
Perspectivas futuras: entre el pragmatismo y la ideología
El Pacto Europeo de Migración y Asilo, diseñado para armonizar las políticas migratorias dentro del bloque, enfrenta múltiples desafíos. La falta de consenso entre los estados miembros y la creciente presión de la extrema derecha han obstaculizado su implementación, dejando a Europa en una encrucijada: seguir restringiendo la migración o diseñar un enfoque más pragmático y sostenible.
Desde una perspectiva demográfica y económica, las restricciones migratorias podrían tener efectos adversos a largo plazo. Con tasas de natalidad en declive y una creciente demanda de mano de obra en sectores clave como la construcción, la agricultura y la atención médica, la migración podría representar una solución más que un problema. Sin embargo, la politización del tema dificulta un debate basado en evidencia y mantiene a la UE atrapada en una narrativa de crisis perpetua.
La cuestión central es si Europa está dispuesta a revisar su modelo migratorio bajo un enfoque basado en derechos humanos y sostenibilidad económica o si continuará priorizando políticas de contención que, lejos de resolver el fenómeno migratorio, perpetúan su gestión como una crisis recurrente en lugar de un proceso estructural con dinámicas propias.