El anuario 2024 del SIPRI advierte que la guerra en Ucrania es solo un reflejo del deterioro global de la seguridad. En 2023, el gasto militar mundial alcanzó su nivel más alto en la historia, mientras los conflictos en Gaza, Sudán y Myanmar agravaron la inestabilidad internacional. Además, la creciente tensión entre grandes potencias ha puesto en riesgo seis décadas de avances en el control de armas nucleares.
La combinación de tecnología avanzada, mayor financiamiento militar y el desarrollo de nuevas tácticas de guerra sugiere que el conflicto en Ucrania está lejos de terminar. Con drones y sistemas de inteligencia artificial cambiando las reglas del combate, la guerra moderna evoluciona a un ritmo vertiginoso, dejando abiertas incógnitas sobre el futuro del equilibrio de poder global.
Violaciones a los derechos humanos
El desarrollo tecnológico de los drones superó con creces la simple idea de vigilancia o ataque remoto. Su uso en el conflicto en Ucrania no solo demuestra su eficacia militar, sino que también aceleró debates éticos sobre la automatización de la guerra y la responsabilidad en la toma de decisiones. Mientras la inteligencia artificial permite que estos sistemas operen con menor intervención humana, surgen preguntas sobre hasta qué punto la moral y la ética deben regular su uso en el campo de batalla.
Un caso emblemático que evidencia esta problemática es el del dron turco Bayraktar TB2, convertido en un símbolo de la resistencia ucraniana. Capaz de realizar ataques de precisión a bajo costo, su despliegue cambió la dinámica del conflicto. Sin embargo, informes de organizaciones como Human Rights Watch advierten que el uso indiscriminado de drones podría contribuir a la violación del derecho internacional humanitario, especialmente si no hay rendición de cuentas sobre los ataques.
Más allá de Ucrania, el uso de drones en conflictos en Medio Oriente y el Cáucaso sentó un precedente sobre cómo la tecnología militar redefine la guerra moderna. En Nagorno-Karabaj, por ejemplo, los drones de fabricación israelí y turca fueron determinantes para el éxito de Azerbaiyán en la guerra de 2020 contra Armenia. Este tipo de estrategias no solo reducen el riesgo para los combatientes, sino que también plantean el riesgo de que la guerra se convierta en un ejercicio técnico más que en una confrontación humana.
“La creciente automatización del combate con drones conlleva el peligro de una menor percepción del costo humano de la guerra. La distancia psicológica que ofrecen estas tecnologías podría facilitar decisiones letales sin la misma carga moral que enfrentan los soldados en combate”, subraya el investigador del del Instituto Mexicano de Estudios Estratégicos en Seguridad y Defensa Nacionales.
A nivel internacional, la falta de una regulación clara sobre el uso de drones en combate es un desafío. A pesar de iniciativas como el “Proceso de Ginebra”, impulsado por la ONU para establecer marcos normativos, la falta de consenso entre las potencias militares impide avances significativos. Estados Unidos, Rusia y China, principales desarrolladores de esta tecnología, muestran reservas sobre la implementación de restricciones que limiten sus capacidades estratégicas.
En este panorama, el debate sobre el uso de drones en la guerra se mantiene abierto. Aunque su efectividad en el combate es innegable, su proliferación y el desarrollo de sistemas cada vez más autónomos generan una serie de dilemas que la comunidad internacional aún no resuelve.