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Los drones acercan la guerra a la lógica de un videojuego

El uso de vehículos no tripulados cambia la guerra moderna, pues desdibuja la distancia física y emocional entre el operador y el campo de batalla.
jue 13 marzo 2025 05:05 AM
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Soldados ucranianos de una unidad de drones FPV preparan drones en una casa en dirección a Toretsk, óblast de Donetsk, Ucrania, el 22 de febrero de 2025.

En la madrugada del 10 de marzo de 2025, la inteligencia militar ucraniana llevó a cabo ataques con drones contra la región rusa. Esta ofensiva resalta una tendencia inquietante: la creciente similitud entre la guerra real y los videojuegos.

Operadores, a miles de kilómetros del frente, manejan drones armados con interfaces que recuerdan a consolas de juego, que transforman el campo de batalla en una imagen donde la distancia física y emocional se difumina.

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De herramientas de vigilancia a armas letales

El uso de drones en el ámbito militar vivió una transformación radical en las últimas dos décadas. Lo que en un inicio fueron herramientas de reconocimiento, hoy son plataformas de combate autónomas y letales, que redefinen las estrategias de guerra a nivel global. Su evolución es acelerada por los avances en inteligencia artificial, guerra electrónica y capacidad de coordinación en enjambres, consolidándolos como una pieza clave en los conflictos modernos.

Carlos Barrera, profesor e investigador del Instituto Mexicano de Estudios Estratégicos en Seguridad y Defensa Nacionales (IMEESDN), señala que, aunque los primeros usos militares de drones se remontan a la década de 1980 para misiones de reconocimiento, el punto de inflexión se dio tras los ataques del 11 de septiembre de 2001.

“Estados Unidos intensificó entonces su programa de drones armados, especialmente para operaciones contraterroristas”, explicó.

En 2002, se autorizó el primer ataque con drones en Afganistán, pero fue entre 2004 y 2008 cuando su uso se sistematizó en países como Pakistán, lo que marcó el inicio de una era donde pasaron de ser observadores a ejecutores.

Durante la administración de Barack Obama (2009-2017), los ataques con drones aumentaron significativamente en zonas como Yemen y Somalia, para consolidarse como una herramienta central en la política de seguridad estadounidense. Paralelamente, otras potencias comenzaron a desarrollar sus propios modelos, expandieron el mercado de drones de combate y dieron acceso a esta tecnología a más países.

De acuerdo con datos de New America, China y Reino Unido adquirieron esta tecnología entre 2005 y 2009, mientras que Rusia, Turquía e Irán la incorporaron entre 2010 y 2014. En años más recientes, entre 2015 y 2019, países como India, Nigeria y Arabia Saudita integraron drones armados a sus arsenales. La tendencia sigue en crecimiento, con países como Indonesia y Sudáfrica, que obtuvieron sus drones en 2020.

Estados Unidos, China y Turquía lideran actualmente la producción de drones avanzados, con modelos como el Bayraktar TB3, el MQ-28 Ghost Bat y el GJ-11, diseñados para operar en entornos sin GPS y con capacidades de inteligencia artificial.

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La evolución de estas aeronaves no tripuladas no solo cambió la forma en que se combaten las guerras, sino que también plantea desafíos éticos y estratégicos. La posibilidad de dirigir ataques desde una pantalla a kilómetros de distancia del campo de batalla genera debates sobre la deshumanización del combate y la responsabilidad en la toma de decisiones automatizadas.

Guerra a control remoto y la deshumanización del conflicto

El uso de drones en el campo de batalla transformó la manera en que se experimenta la guerra, no solo para quienes operan estas máquinas, sino también para la percepción del público.

En un fenómeno cada vez más evidente, la interfaz de control de los drones militares se asemeja a los mandos de consolas de videojuegos, algo que facilita su uso por operadores jóvenes que desarrollaron habilidades en simuladores de guerra. Esta similitud ha sido aprovechada por ejércitos como el de Estados Unidos y Reino Unido, que desde 2020 intensificaron campañas de reclutamiento dirigidas a gamers, según reportó The Nation en un reportaje.

Estas estrategias incluyen la presencia de equipos de e-sports de las fuerzas armadas en plataformas como Twitch, donde militares juegan títulos como Call of Duty y Valorant mientras interactúan con jóvenes espectadores. En estos espacios, los reclutadores aprovechan la conexión generada a través de la cultura del gaming para fomentar el interés en una carrera militar, a través de un discurso cercano y atractivo.

De acuerdo con el reporte de The Nation, algunas tácticas incluyen sorteos en los que se invita a adolescentes desde los 12 años a registrarse en formularios que, eventualmente, los contactan con un reclutador, pese a restricciones formales que prohíben contactar menores de 16 años.

El impacto de esta táctica va más allá del reclutamiento. En redes sociales como TikTok y YouTube, videos de drones destruyendo vehículos blindados en Ucrania se viralizan con ediciones que los asemejan a clips de videojuegos, con música y efectos visuales que trivializan la brutalidad del conflicto. Esta esterilización del combate ha sido criticada por contribuir a la pérdida de sensibilidad de la audiencia y reducir la percepción del daño real causado por estos ataques.

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Un estudio de la investigadora Julie Carpenter señala que, si bien los operadores de drones son conscientes de la letalidad de sus acciones, la interfaz digital y la distancia física pueden influir en la forma en que procesan el acto de matar.

Para Barrera, el auge de los drones responde a su capacidad de minimizar riesgos para el personal militar y su costo-eficiencia en comparación con aeronaves tripuladas. Además, destaca su flexibilidad operativa, que les permite desde labores de vigilancia hasta ataques letales en entornos de alto riesgo.

"El empleo de drones favorece el éxito de operaciones encubiertas, ya que facilitan acciones militares con 'negación plausible'", explica Barrera.

Stuart Russell, un informático especialista en inteligencia artificial y profesor de la Universidad de California Berkeley, así como el Comité Internacional de la Cruz Roja han alertado sobre el riesgo de delegar decisiones letales a máquinas, mientras que la campaña “Stop Killer Robots” busca su prohibición.

No obstante, potencias como Estados Unidos, China y Rusia bloquean avances en la Convención sobre Ciertas Armas Convencionales (CCW) para regular estos sistemas.

La operación remota de drones también transforma la experiencia de los combatientes. Estudios como los del coronel T. Mark McCurley en "Hunter Killer", publicado en 2015, documentan la "dualidad cognitiva" que enfrentan los operadores, quienes pueden ejecutar ataques letales y luego regresar a la vida cotidiana sin haber pisado el campo de batalla. Peter W. Singer, politólogo estadounidense, describe esta realidad como "guerra conmutativa", un modelo que puede generar tensión psicológica y trastorno de estrés postraumático (TEPT).

El caso de Ucrania es una muestra de cómo esta transformación impacta la percepción del conflicto. De acuerdo con el anuario 2024 del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), los acontecimientos en ese país europeo complican aún más los esfuerzos por el control de armamento, especialmente en lo que respecta a la proliferación de drones y misiles convencionales.

Las transferencias de vehículos aéreos no tripulados de Irán a Rusia deterioraron aún más las relaciones con Occidente, y desencadenaron sanciones adicionales por parte de Francia, Alemania y Reino Unido. La falta de regulaciones internacionales sobre el uso de drones armados subraya el vacío normativo en medio de una creciente dependencia de estos sistemas en los conflictos modernos.

Ucrania como campo de prueba

El reciente ataque masivo con drones por parte de Ucrania contra territorio ruso marca un punto de inflexión en la guerra. Con más de 337 drones derribados, incluidos 91 sobre Moscú y 126 en la región de Kursk, se trata del mayor asalto de este tipo desde el inicio de la invasión rusa en 2022. El ataque dejó al menos dos muertos, 18 heridos y obligó al cierre temporal de los aeropuertos de la capital rusa.

Ucrania logró frenar el avance ruso con una combinación de drones de fabricación propia y modelos comerciales adaptados para el combate. Esta evolución tecnológica también dio lugar a un mercado negro de drones militares, con actores no estatales y grupos insurgentes—como ISIS, Hezbollah y milicias en Yemen—modificando versiones comerciales para ataques dirigidos.

La escalada coincide con un momento de incertidumbre en la estrategia occidental. Mientras Estados Unidos congeló su asistencia militar a Ucrania, la Unión Europea tomó la iniciativa con "ReArmar Europa", un plan sin precedentes que movilizará 800,000 millones de euros para fortalecer la industria de defensa del bloque. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, enfatizó que la medida busca garantizar la seguridad del continente en un contexto de creciente militarización.

En el campo de batalla, la inteligencia artificial juega un rol clave en la defensa ucraniana. De acuerdo con The New York Times, Kiev utiliza machine learning para anticipar ataques con bombas guiadas rusas y mejorar la intercepción de misiles. También desarrolla drones de largo alcance que han llegado a objetivos a más de 1,100 kilómetros dentro de Rusia.

El conflicto se ha extendido al mar. Lo que comenzó con la flota rusa bloqueando los puertos ucranianos dio un giro inesperado: tras el hundimiento del buque insignia de la Flota del Mar Negro con misiles Neptune, Moscú retiró la mayoría de sus embarcaciones valiosas de Crimea.

Ahora, su marina opera con cautela ante los ataques de drones navales ucranianos embarcaciones explosivas que navegan cientos de millas hasta sus objetivos. En Sevastopol, la base más importante de la Armada rusa, se instalaron capas de barreras y boyas para frenar estas incursiones.

El anuario 2024 del SIPRI advierte que la guerra en Ucrania es solo un reflejo del deterioro global de la seguridad. En 2023, el gasto militar mundial alcanzó su nivel más alto en la historia, mientras los conflictos en Gaza, Sudán y Myanmar agravaron la inestabilidad internacional. Además, la creciente tensión entre grandes potencias ha puesto en riesgo seis décadas de avances en el control de armas nucleares.

La combinación de tecnología avanzada, mayor financiamiento militar y el desarrollo de nuevas tácticas de guerra sugiere que el conflicto en Ucrania está lejos de terminar. Con drones y sistemas de inteligencia artificial cambiando las reglas del combate, la guerra moderna evoluciona a un ritmo vertiginoso, dejando abiertas incógnitas sobre el futuro del equilibrio de poder global.

Violaciones a los derechos humanos

El desarrollo tecnológico de los drones superó con creces la simple idea de vigilancia o ataque remoto. Su uso en el conflicto en Ucrania no solo demuestra su eficacia militar, sino que también aceleró debates éticos sobre la automatización de la guerra y la responsabilidad en la toma de decisiones. Mientras la inteligencia artificial permite que estos sistemas operen con menor intervención humana, surgen preguntas sobre hasta qué punto la moral y la ética deben regular su uso en el campo de batalla.

Un caso emblemático que evidencia esta problemática es el del dron turco Bayraktar TB2, convertido en un símbolo de la resistencia ucraniana. Capaz de realizar ataques de precisión a bajo costo, su despliegue cambió la dinámica del conflicto. Sin embargo, informes de organizaciones como Human Rights Watch advierten que el uso indiscriminado de drones podría contribuir a la violación del derecho internacional humanitario, especialmente si no hay rendición de cuentas sobre los ataques.

Más allá de Ucrania, el uso de drones en conflictos en Medio Oriente y el Cáucaso sentó un precedente sobre cómo la tecnología militar redefine la guerra moderna. En Nagorno-Karabaj, por ejemplo, los drones de fabricación israelí y turca fueron determinantes para el éxito de Azerbaiyán en la guerra de 2020 contra Armenia. Este tipo de estrategias no solo reducen el riesgo para los combatientes, sino que también plantean el riesgo de que la guerra se convierta en un ejercicio técnico más que en una confrontación humana.

“La creciente automatización del combate con drones conlleva el peligro de una menor percepción del costo humano de la guerra. La distancia psicológica que ofrecen estas tecnologías podría facilitar decisiones letales sin la misma carga moral que enfrentan los soldados en combate”, subraya el investigador del del Instituto Mexicano de Estudios Estratégicos en Seguridad y Defensa Nacionales.

A nivel internacional, la falta de una regulación clara sobre el uso de drones en combate es un desafío. A pesar de iniciativas como el “Proceso de Ginebra”, impulsado por la ONU para establecer marcos normativos, la falta de consenso entre las potencias militares impide avances significativos. Estados Unidos, Rusia y China, principales desarrolladores de esta tecnología, muestran reservas sobre la implementación de restricciones que limiten sus capacidades estratégicas.

En este panorama, el debate sobre el uso de drones en la guerra se mantiene abierto. Aunque su efectividad en el combate es innegable, su proliferación y el desarrollo de sistemas cada vez más autónomos generan una serie de dilemas que la comunidad internacional aún no resuelve.

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